Santo Tomás Becket por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

El Espíritu que ilumina

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz (Lc 2,29)

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
“luz para alumbrar a las naciones”
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

(San Lucas 2,22-35)

 

Simeón, guiado por el Espíritu Santo, reconoce al Niño como la salvación prometida desde hace siglos. Dios se revela a quienes están atentos y abiertos al Espíritu: Simeón ve lo que muchos aún ignoran y percibe la misión salvífica de Jesús, su luz para todos los pueblos y la gloria para Israel. Además, María recibe la profecía de la «espada» que traspasará su alma, signo del dolor por la muerte de su Hijo. Esto nos recuerda que la fe y la salvación pueden traer alegría y consuelo, pero también desafíos, incomprensiones y pruebas. ¿Eres capaz de reconocer la presencia de Dios en tu vida, incluso en los momentos ordinarios u ocultos? ¿Cómo reaccionas ante los desafíos o los sufrimientos que conlleva la vida?