El arzobispo Cordileone sanciona a Pelosi, toda una lección de catolicidad
Cuestionado por la líder demócrata sobre el apoyo al aborto y el derecho a la comunión, el arzobispo de San Francisco ha hecho lo que todo obispo debería hacer en estas circunstancias: prohibir a Pelosi recibir la eucaristía. Obviamente, Cordileone será muy criticado tanto por los políticos como desde dentro de la Iglesia, pero su carta de explicación es también intachable desde el punto de vista pastoral.
Una decisión de gran valor y auténtica caridad pastoral. La carta dirigida por el arzobispo de San Francisco a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, hecha pública el 20 de mayo, será interpretada como un acto político, como una injerencia de la Iglesia en el delicado momento actual a la espera de la decisión del Tribunal Supremo sobre el “derecho” al aborto, como una expresión de juicio sin misericordia. En realidad, es a todos los efectos un acto debido; un adjetivo que no pretende minimizar en absoluto la elección de monseñor Cordileone, sino subrayar el mérito del pastor que hace lo que debe para custodiar la santidad de los sacramentos, la protección de las personas que le han sido confiadas y la llamada a la conversión de los pecadores.
No se trata de una vuelta a la Edad Media, según el énfasis negativo que se da a esta expresión, sino de la aplicación de una norma muy concreta del Derecho Canónico actual, a pesar de que la mayoría de los pastores fingen desconocer dicha norma con gran perjuicio para los fieles.
Las posiciones “pro-abortistas” de Pelosi son bien conocidas. Una y otra vez (ver aquí) ha hecho alarde de ser católica, madre de cinco hijos y en sus propias palabras “devota y practicante”, para apoyar la “libre elección” de las mujeres –y de nadie más- de interrumpir o continuar un embarazo. Recientemente, la líder demócrata estadounidense se ha convertido también en la impulsora de la petición al Congreso de convertir en ley la decisión del Tribunal Supremo de 1973, conocida como Roe vs Wade. Desde esta nueva iniciativa de Pelosi, Cordileone había intentado varias veces reunirse con ella personalmente, como escribe en su carta, pero sin ninguna señal de voluntad por su parte.
La gota que ha colmado el vaso fue un extracto de sus declaraciones a The Seattle Times el 4 de marzo, citadas textualmente por el arzobispo en su carta abierta a todos los fieles de su diócesis (aquí en italiano): “La mera idea de que a las mujeres se les diga el tamaño, el momento o cualquier otra cosa sobre su familia, la naturaleza personal de todo esto es aterradora, y lo digo como católica devota. Me dicen: ‘Nancy Pelosi cree que sabe más que el Papa sobre tener hijos’. Sí, creo que sí. ¿Sois estúpidos?”. De ahí la decisión de enviarle una carta el 7 de abril en la que se le informaba de que, “si no reniega públicamente de su apoyo al ‘derecho’ al aborto y se abstiene de referirse en público a su fe católica y de recibir la Sagrada Comunión, no tendré más remedio que hacer una declaración, de acuerdo con el canon 915, de que no debe ser admitida a la Sagrada Comunión”.
Nancy Pelosi no sólo no se ha dignado a responder al arzobispo, sino que recientemente, el 15 de mayo, en una entrevista con Dana Bash de la CNN, lo desafió un poco, reiterando que como “católica practicante y devota” y madre de “cinco hijos en seis años y una semana”, no le corresponde a “los designados por Donald Trump en la corte ni a ningún político tomar esa decisión por las mujeres. Voy a decir lo que he estado diciendo durante décadas. Tenéis que entenderlo. No se trata sólo de interrumpir un embarazo. Se trata de la anticoncepción, de la planificación familiar”.
De ahí la decisión de Cordileone de hacer pública su carta del 7 de abril para explicar a todos los fieles que “después de numerosos intentos de hablar con ella para ayudarle a comprender el grave mal que está perpetrando, el escándalo que está provocando y el peligro que corre incluso para su propia alma, he decidido que ha llegado el momento de declarar públicamente que no será admitida a la Sagrada Comunión a menos que y hasta que repudie públicamente su apoyo a los ‘derechos’ del aborto, se confiese y reciba la absolución por su cooperación en este mal mediante el sacramento de la Penitencia”.
No es la intención de Cordileone terminar el asunto de esta manera, ya que en su carta a Pelosi deja claro que “está dispuesto a continuar el diálogo en cualquier momento” y que seguirá ofreciendo oraciones y ayuno por ella.
El mismo 20 de mayo, monseñor Cordileone envió una carta al clero de su diócesis (ver aquí), para explicar mejor su acto y evitar cualquier intento de interpretación ideológica: “Hay quienes consideran que las acciones que he tomado convierten la Eucaristía en un arma. Se trata simplemente de la aplicación de la enseñanza de la Iglesia. Para justificar la acusación de ‘convertir la Eucaristía en un arma’ habría que demostrar que las acciones de alguien que sigue la enseñanza de la Iglesia están explícitamente dirigidas a un propósito político. Siempre he sido muy claro, tanto en mis palabras como en mis acciones, que mi motivación es pastoral, no política”. En cambio, aquellos que “violan la enseñanza de la Iglesia y reciben la Sagrada Comunión con un propósito político son los que utilizan la Eucaristía como un arma para sus propios fines”.
Por lo tanto, el Arzobispo de San Francisco ha cumplido con su deber hasta el final, siguiendo muy cuidadosamente lo que la Iglesia dice al respecto. En el año jubilar, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos publicó una explicación precisa de la aplicación del canon 915. Las tres condiciones previstas para la denegación de la Sagrada Comunión, en el caso de Nancy Pelosi, coinciden muy claramente: el pecado grave objetivo; la perseverancia obstinada, explicada por el documento de 2000 como “la existencia de una situación objetiva de pecado que se prolonga en el tiempo y a la que la voluntad de los fieles no pone fin, no siendo necesarios otros requisitos (actitud de rebeldía, amonestación previa, etc.) para que la situación se produzca en su gravedad eclesial fundamental”; y el hecho de que ese pecado grave sea manifiesto.
En el presente caso y aunque no estaba obligado a hacerlo, Cordileone, prudentemente, envió también una amonestación previa a la interesada, intentando en repetidas ocasiones establecer también un contacto personal, pero a cambio recibió inequívocas manifestaciones de obstinación, que de hecho equivalían a una clara actitud de desafío. El arzobispo también señaló la recomendación de “esforzarse por explicar a los fieles afectados el verdadero significado eclesial de la regla, para que puedan entenderla o al menos respetarla”, antes de llegar a una decisión.
Es inevitable que Cordileone acabe en el punto de mira de las reacciones políticas y eclesiales. Pase lo que pase, ha cumplido con su deber como verdadero pastor que tiene el bien de la Iglesia y de las almas en el corazón, dando así un ejemplo de fortaleza y rectitud, que en estos momentos son realmente una luz límpida que atraviesa el manto de las tinieblas.