San Gabriel de la Dolorosa por Ermes Dovico
LA FIGURA

De satanista a santo: la parábola de Bartolo Longo

Vía libre de Papa Francisco: el fundador del santuario de la Virgen de Pompeya será canonizado. La caída en el satanismo, el regreso a la fe, la propagación del Rosario y muchas otras obras de caridad: hoy hablamos de la extraordinaria parábola de vida del beato Bartolo Longo.

Ecclesia 27_02_2025 Italiano English

Gracias al visto bueno concedido por el Papa Francisco el lunes 24 de febrero al Dicasterio para las Causas de los Santos, el camino hacia la canonización del beato Bartolo Longo (1841-1926) ya está allanado. Como informa la página web del mismo Dicasterio, en el procedimiento especial emprendido para el fundador del santuario de la Virgen de Pompeya, se ha solicitado la dispensa de la formalidad del milagro normalmente necesaria para la canonización debido a la continuidad y expansión del culto al beato, a la atestación, en varias partes del mundo, de gracias y favores atribuidos a su intercesión y también a “la fuerza impulsora de su ejemplo”. Una fuerza motriz que se explica por la profunda unión, típica de los santos, entre la fe y las obras de caridad que el beato Bartolo Longo encarnó en su vida, así como por la historia de su extraordinaria conversión. La cual es un serio recordatorio de la lucha espiritual en la que participamos aquí abajo a menudo sin darnos cuenta porque estamos inmersos en una sociedad que se olvida de Dios, pero que es una lucha espiritual de la que depende nuestro destino eterno.

Nacido el 10 de febrero de 1841 en Latiano (provincia de Brindisi), Bartolo había sido educado en la fe católica. Pero durante sus años de estudios de Derecho en Nápoles se dejó llevar por el fuerte clima anticlerical y positivista de la época que estaba particularmente extendido en el ámbito universitario. Entre los “productos” de este clima se encontraba un famoso ensayo del filósofo francés Ernest Renan (Vie de Jésus, “Vida de Jesús”, publicado en 1863 y traducido al italiano ese mismo año), que negaba la divinidad de Jesús y todos sus milagros. Bartolo también leyó esa obra, que contribuyó, junto con las clases universitarias de algunos profesores abiertamente hostiles al catolicismo, a alejarlo del fe. Durante unos cinco años se involucró en prácticas y encuentros relacionados con el espiritismo y, en un momento dado fue incluso “sacerdote” satanista durante año y medio.

Caído en ese abismo de pecado e interiormente devastado, Bartolo tuvo la fuerza de confiarse a un devoto paisano suyo, el profesor Vincenzo Pepe, que no solo lo amonestó fraternalmente, sino que lo orientó a ponerse bajo la guía espiritual del padre Alberto María Radente (1817-1885), dominico. Y a partir de aquí, providencialmente, comenzó el renacimiento espiritual de un hombre que se ha convertido en uno de los más grandes apóstoles del Rosario en la historia de la Iglesia, autor de libros y prácticas devocionales (desde la Novena hasta la Súplica a la Virgen de Pompeya), promotor de la Pompeya moderna, desarrollada en torno al santuario fundado por él, con obras sociales a favor de niños, pobres y marginados que dan testimonio de la fuerza disruptiva de lo que significa seguir a Jesús y confiar en la ayuda maternal de María.

El renacimiento y el descubrimiento de su vocación de la que surgieron las obras mencionadas anteriormente obviamente no ocurrieron de la noche a la mañana. Antes fueron necesarios otros encuentros fundamentales con almas que trabajaban por el reino de Dios. Gracias a su participación en los círculos de espiritualidad animados por la santa napolitana Caterina Volpicelli (1839-1894), gran propagadora del culto al Sagrado Corazón, Bartolo conoció a la condesa Marianna Farnararo De Fusco (1836-1924), que había enviudado con apenas 27 años y con cinco hijos a su cargo. Después de conocer las cualidades humanas del futuro santo, la condesa le confió, entre otras cosas, la administración de sus propiedades en Valle di Pompei.

Y fue en esas tierras cuando se produjo el punto de inflexión definitivo en la vida de Bartolo un día de octubre de 1872. Había abandonado el satanismo hacía años, pero su alma seguía atormentada por su pasado, hasta el punto de llevarlo a veces casi a la desesperación. Cuando de repente, poco antes de que las campanas tocaran el Ángelus del mediodía, esa oscuridad se abrió, como él mismo contaría varios años después: “Una voz amiga parecía susurrarme al oído aquellas palabras que yo mismo había leído y que el santo amigo [padre Radente, ndr] de mi alma, ahora difunto, me repetía con frecuencia: 'Si buscas la salvación, propaga el Rosario. Es una promesa de María. ¡Quien propaga el Rosario se salva!'”. En ese mismo momento, Bartolo se comprometió a propagar el Rosario e inmediatamente sintió una gran paz interior.

Tenía 31 años y desde entonces el apostolado creció y transformó, para mejor, el rostro de Pompeya y la convirtió en un centro de irradiación del amor de Jesús y María. Bartolo comenzó enseñando catecismo a los campesinos, llenando sus graves lagunas religiosas. Luego, por invitación del obispo de Nola, inició la construcción de una iglesia dedicada a la Virgen del Rosario, cuya primera piedra se colocó en 1876, el 8 de mayo, que por lo tanto se ha convertido en un día de fiesta solemne. La construcción de lo que hoy es el santuario pontificio de Pompeya fue posible gracias a donaciones procedentes de todo el mundo. Y la restauración de una imagen de la Santísima Virgen del Rosario que ha obrado milagros desde su primera exposición al culto público el 13 de febrero de 1876 (véase la curación repentina de la niña de doce años Clorinda Lucarelli), ha contribuido a alimentar la devoción.

Este despertar de la fe que hemos mencionado vino acompañado de una gran atención al prójimo. De ahí la fundación, a partir de 1886, de guarderías, oratorios para el catecismo, casas de trabajadores y, además, un orfanato femenino, dos hospicios, uno para los hijos y otro para las hijas de los presos. Hospicios que nacieron después de que los propios presos le pidieran ayuda al beato para que cuidara de sus hijos. Una tarea educativa prácticamente imposible para la ciencia positivista de la época, ligada a las ideas de Lombroso, según las cuales los hijos de los criminales tenían el destino marcado. No así para el catolicismo: “No los miro a la cara ni en el cráneo. Solo me aseguro de que son marginados e inocentes abandonados; los estrecho contra mi corazón y comienzo a educarlos”, decía el beato, que no solo educaba a esos hijos a vivir rectamente, sino también a ser instrumentos de salvación eterna para sus padres.

El origen de tanta caridad fue la fidelidad a la promesa hecha a la Santísima Virgen, a la que también invocaba con el título de Corredentora. Su promesa fue la de difundir su Rosario, “torre de salvación en los asaltos del infierno”, como reza el texto de la famosa Súplica que el mismo Bartolo Longo compuso.