¿De quién fiarnos?
Ánimo, soy yo, no tengáis miedo. (Mc 6,50)
Enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche, la barca estaba en mitad del mar y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él habló enseguida con ellos y les dijo: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Entró en la barca con ellos y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada. (Mc 6,45-52)
El miedo y la incredulidad constituyen dos obstáculos para la fe. El miedo invade al hombre cuando no entiende, y la incredulidad cuando pone su propia mentalidad y deseos por encima de los proyectos de Dios. La consecuencia es el endurecimiento del corazón, que puede ablandarse si estamos dispuestos a fiarnos de Jesús. Por lo tanto, nuestra libertad se reduce a la elección de quién fiarnos. Quien afirma “yo no me fio de nadie” o “solo me fio de mí mismo”, en realidad se está fiando de personas de las que no se puede fiar (incluso nosotros).