Cuatro meses de guerra en Ucrania, la profecía de Civitavecchia
Han pasado cuatro meses desde la invasión rusa de Ucrania: la intención era ser una guerra relámpago y ahora promete durar años, según cuentan los propios protagonistas. Rusia no tiene intención de detenerse hasta lograr su objetivo; por otro lado, la OTAN está decidida a hacer todo lo posible para derrotar a Putin. Y cada vez más países se ven involucrados de alguna manera. La perspectiva es cada vez más preocupante y recuerda la profecía de la Virgen de Civitavecchia sobre el riesgo de una guerra nuclear mundial entre Occidente y Oriente, que se puede evitar en estas condiciones…
Han pasado exactamente cuatro meses desde aquel 24 de febrero cuando, a las 5 de la mañana, el primer bombardeo ruso inició la invasión de Ucrania. La intención era ser una guerra relámpago para asegurar el control del Donbass, hacerse con el control del corredor para unirlo con Crimea, anexada unilateralmente en 2014, y provocar un cambio de régimen en Kiev para volver a poner a Ucrania en la órbita de Moscú. Como casi siempre sucede, las cosas fueron diferentes a lo esperado: no se cumplió el objetivo político, incluso la operación militar va con retardo; aunque las tropas rusas, después de haber creado el ansiado corredor, ahora están poniendo bajo control el Donbass. La resistencia ucraniana, con el generoso suministro de armas de los países occidentales, ha complicado el avance ruso, pero no se detiene.
Así pasa el tiempo, la guerra se cronifica -los protagonistas de ambos frentes hablan abiertamente de una guerra que durará años- y se alarga mientras paradójicamente cae la atención de la opinión pública. En efecto, con actitud de espectadores distraídos hemos asistido en los últimos meses -además de la destrucción de las regiones ucranianas atacadas y de los miles de muertos en ambos bandos- la solicitud de adhesión a la OTAN por parte de Suecia y Finlandia, el desafío lanzado a Rusia por Lituania con el bloqueo del enclave ruso de Kaliningrado, el inicio del rearme de los países del antiguo Pacto de Varsovia, con Polonia a la cabeza.
Mientras tanto, tras una espera inicial, China e India apoyan cada vez más abiertamente a Rusia, y se vislumbró en la reunión anual de los BRICS, el bloque de los cinco países de más rápido desarrollo: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. El presidente chino, Xi Jinping, ha atacado directamente a Occidente, especialmente en el tema de las sanciones económicas que, utilizadas como “arma política”, tienen consecuencias negativas para todos. Al fin y al cabo, como dijo el presidente ruso Vladimir Putin, el eje con los BRICS está anulando los efectos negativos de las sanciones occidentales: en los primeros tres meses de 2022, el comercio entre Rusia y los otros cuatro socios aumentó un 38%, alcanzando la cifra de 45 millardos de dólares. Además, la situación creada con los países occidentales está acelerando el intento de crear un sistema financiero internacional alternativo entre los países BRICS.
Por otro lado, las graves consecuencias para Europa de las sanciones contra Rusia, especialmente en lo que se refiere al suministro de gas, no socavan por el momento la determinación de apoyar la resistencia ucraniana y frenar a toda costa a Putin. En vísperas del G7 (domingo 26 de junio) y de la cumbre de la OTAN (29 de junio), se da por hecho un endurecimiento de las sanciones y un aumento de los suministros militares al gobierno de Kiev.
La entrevista difundida ayer por el primer ministro británico, Boris Johnson, a los principales diarios europeos (publicada en Italia por el Corriere della Sera) ofrece una imagen clara de los objetivos y la estrategia occidentales. Ningún “acuerdo de paz malo” con Putin. El objetivo es hacer fracasar el proyecto de Putin, es decir que “debemos al menos volver al statu quo antes del 24 de febrero (...) Significa que sus fuerzas son expulsadas de las zonas de Ucrania que han invadido hasta ahora”. Si este es el objetivo, “debemos ayudar a los ucranianos a tener capacidad de resistencia estratégica: deben seguir avanzando”; lo que también significa que “este no es el momento de mantener el statu quo, este es el momento de tratar de cambiar las cosas. Mientras los ucranianos sean capaces de montar una contraofensiva, deben ser apoyados, con los equipos que nos piden”. Y será el presidente ucraniano Zelensky quien volverá a proponer esta solicitud, participando tanto en el G7 como en la cumbre de la OTAN.
La perspectiva de Johnson es claramente a largo plazo y él mismo tiene en cuenta “los costes de la energía, la presión de la inflación, los precios de los alimentos”; factores que ya están sacudiendo a los países europeos. Pero sobre todo implica una participación militar cada vez más directa. Si a pesar de que en los últimos meses se han enviado a Ucrania más de 40.000 millones de dólares en ayuda financiera y militar (más de la mitad de los Estados Unidos) -y fuese ya presente mucho antes la ayuda militar de los países de la OTAN-, no era posible tender un puente a la brecha militar con Rusia, ¿qué habrá que hacer para detener a las tropas rusas y luego organizar una contraofensiva para recuperar los territorios perdidos en estos cuatro meses? Es obvio que Johnson habla de una escalada militar que no puede limitarse al mero suministro de armamento y asistencia técnica.
Por tanto, el escenario que se avecina es el de una guerra que tiende a recrudecerse e internacionalizarse, perspectiva agravada por el hecho de que no hay ningún actor en el terreno que tenga en mente una verdadera iniciativa de paz. La acción diplomática de la Santa Sede tampoco puede cambiar el rumbo de las cosas, no solo por el rumbo errático que ha tenido en los últimos meses, sino porque de momento no hay actores que estén realmente interesados en una mediación que sólo tenga fuerza moral.
Ante una situación tan peligrosa y con una opinión pública aturdida, no pueden dejar de recordarse los mensajes que la Virgen de Civitavecchia confiaba a la familia Gregori ya en 1995. En la entrevista a Riccardo Caniato contenida en el libro “Civitavecchia, 25 anni con Maria”, del padre Flavio Ubodi (Ares 2020), Fabio Gregori explica cómo Nuestra Señora -que está directamente relacionada con las apariciones de Fátima- “nos advirtió que Satanás es poderoso y quiere desatar el odio, por eso la guerra para destruir a la humanidad”. ¿Y de qué guerra estamos hablando? “La amenaza de un conflicto nuclear entre Occidente y Oriente, la tercera guerra mundial”. Además, es una guerra que va de la mano con la guerra contra la “familia cristiana fundada en el matrimonio” y con “una nueva gran apostasía, es decir, la negación [por parte de los pastores] de las verdades cristianas fundamentales reafirmadas a lo largo de los siglos en la tradición y en la doctrina”. Como vemos, la gran apostasía y guerra contra el matrimonio ya están en una etapa avanzada, la conversión -con la oración y la penitencia- es la verdadera clave para evitar que el resto suceda.