San Fidel de Sigmaringa por Ermes Dovico
LA ENTREVISTA

“Consagrados en la Cruz, el sufrimiento que salva al mundo”

Un llamado para todas las personas que sufren: “Si unimos nuestros sufrimientos a los de Jesús y los ofrecemos de manera especial con una Santa Misa de Consagración, no solo nos aliviaríamos, sino que el Cielo se derramaría sobre la tierra”. Con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia, Silvestro Zattarin habla con la Brújula, tiene una tetraparesia espástica desde el nacimiento. “Una noche, frente al Crucifijo, comprendí que mi cruz no era una carga sino mi sostén, un arma poderosa que nos asocia con la Redención”. Aquí está su idea, ya presente en una parroquia desde 2009, pero que debe ser difundida entre los laicos y sacerdotes de toda la Iglesia.

Ecclesia 14_04_2021 Italiano

“Me dirijo a todos los hermanos que sufren, porque si tantos unimos nuestros sufrimientos a los de Jesús Crucificado y los ofrecemos de manera especial con una Santa Misa de Consagración, no solo nos aliviaríamos, sino que el Cielo se derramaría sobre la tierra”. Con una voz que lleva los signos de su condición, pero dulce, Silvestro Zattarin, véneto de 53 años, nos explica por teléfono el corazón de su propuesta por el bien de la Iglesia y del mundo.

Silvestro ha sufrido cuadriparesia espástica desde su nacimiento. Desde pequeño camina con la ayuda de muletas, luego de seguir un largo proceso de rehabilitación en un instituto de Caorle (VE), viviendo inevitablemente -de 3 años y medio a 10 años- a más de cien kilómetros de distancia de su amada familia, de origen humilde. Hoy está casado, tiene tres hijos, es programador informático y quiere que todos sepan cómo llegar a ser “Consagrados en la Cruz”. No quiere crear un nuevo movimiento, sino ayudar a difundir el carisma que “siempre ha existido” en el cristianismo: la cruz, que transforma la debilidad en fuerza. Pero si hasta ahora este carisma se ha vivido más como una única ofrenda personal, según Silvestro ha llegado el momento de unir solemnemente todas estas ofrendas haciendo uso del tesoro de gracias de la Iglesia.

Con motivo del Domingo de la Divina Misericordia, la Brújula Cotidiana lo entrevistó.

Silvestro, hoy ofreces tu cruz con alegría, pero ¿siempre ha sido así?
No, he tenido batallas internas y con Dios, por mi enfermedad. Me hacía la clásica pregunta: “¿Por qué yo?”. Como sabía que nadie materialmente podía darme una respuesta, ni siquiera un médico, la busqué en el campo espiritual. Gracias a los encuentros con varios grupos dentro de la Iglesia, entre ellos Renovación en el Espíritu Santo, sentí fuertemente la presencia de Dios que siempre había sentido, pero sin poder identificarlo. Alrededor de los veinte años me di cuenta de que mi vida podía tener un valor inmenso a través de la aceptación del sufrimiento. Ese fue el primer cambio.

¿Y el segundo?
Cuando tenía treinta años quise hacer un retiro durante un par de semanas en Deliceto, en Puglia, en una comunidad mariana llamada “Oasis de paz”, nacida de los mensajes de Medjugorje. Allí, una noche, me impactó una imagen de Jesús, con el corazón coronado por el fuego y la cruz. Pensé que en esta imagen se reflejaban las realidades de la Iglesia: el Corazón de Jesús, que se refleja en las obras de caridad, en el amor por los necesitados; el fuego me recordó los movimientos que alaban al Espíritu Santo; en cambio, para la cruz, salvo algunos institutos religiosos, no pude identificar una realidad específica y al mismo tiempo universal.

¿Qué sucedió después?
Al regresar con mis padres, una noche, mientras rezaba de rodillas frente al Crucifijo, tuve una inspiración, no sé si llamarla imagen mental, en el sentido de que “vi” la cruz dividirse en dos verticalmente: las dos figuras se parecían a mis muletas. Esto me llamó la atención, porque volcó el punto de vista con el que consideraba la cruz: si antes era yo quien cargaba la cruz, desde entonces he entendido que es la cruz la que me lleva, de una carga se ha convertido en mi sostén. Me surgió la conciencia de que el Señor ha puesto la cruz en mis manos, que puede convertirse en un arma poderosa y asociarnos con la Redención de Jesús.

¿Esta posibilidad radica en el paso del sufrimiento solo vivido a un sufrimiento ofrecido a Dios?
Sí, el gran poder es la posibilidad de ofrecer nuestra cruz, eso es lo que marca la diferencia. Siempre hago esta comparación: una cosa es llevar a regañadientes una gran piedra sobre los hombros durante un kilómetro sabiendo que, al final del kilómetro, permanecerá allí, inútilmente; si, por el contrario, llevas esta piedra durante un kilómetro sabiendo que lo utilizará para construir un hospital o algo más bueno, tu espíritu será muy diferente. Si unes tu cruz a la de Jesús, colaboras en la salvación de las almas completando, en el sentido indicado por San Pablo, “lo que falta en los sufrimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia”. De manera similar a como Jesús, el Redentor, se esconde en la Eucaristía, pero está realmente presente en el sacramento, así el sufrimiento que se le ofrece puede convertirse en memoria de su Pasión y Resurrección.

Subrayas la importancia de una Santa Misa de Consagración en la que participen los fieles que quieran ofrecer sus cruces: ¿por qué?
Para valorizar al máximo el sufrimiento y hacerlo sagrado, en unión con todo el cuerpo místico de Cristo. Si ofreces tu sufrimiento individualmente, es de gran valor, siempre; pero si lo ofreces junto con tus hermanos en Cristo, a través de la mano de un sacerdote, tiene un valor aún mayor, porque lo depositas en el tesoro de la Iglesia, uniéndolo con su poder de intercesión. Este carisma puede ser vivido por todos, laicos, religiosos, sacerdotes, porque el sufrimiento no pertenece a una sola asociación, sino al hombre. Y, por lo tanto, es de interés de toda la Iglesia, en todos los ámbitos. Todos pueden ser “Consagrados en la Cruz”, permaneciendo cada uno en la condición social o instituto eclesial que desee.

¿Qué compromisos conlleva la consagración?
En resumen, son tres: 1) el ofrecimiento de nuestros sufrimientos por el bien de la Iglesia y la salvación de las almas; 2) recuerdo mutuo en cada Santa Misa; 3) el viernes por la noche una reunión de oración espiritual, para que la ofrenda de la cruz sea un fuego siempre alimentado por Dios.

Escribiste, en la página de Facebook de “Consagrados en la Cruz”, que habías enviado tu proyecto a San Juan Pablo II, ¿cómo?
Le había entregado el proyecto -aún no bien definido- en persona, durante una audiencia general, en la que el Santo Padre acogía a los enfermos. Entonces el mismo Juan Pablo II me envió su respuesta, a través del secretario, dándome su bendición apostólica y aconsejándome que me dirigiera a mi obispo. Y el obispo de la época, monseñor Antonio Mattiazzo, me sugirió partir de la realidad de las parroquias locales e involucrar a los enfermos. Más tarde encontré a un sacerdote que había conocido en pueblo de origen, Don Umberto, a quien le hablé de la imagen de la cruz dividida y del proyecto que no sabía cómo poner en marcha. “Ven conmigo y celebremos una Misa de Consagración”, me dijo. La primera Misa, con nueve “Consagrados en la Cruz”, se celebró en San Giorgio di Perlena (Vicenza) el 14 de septiembre de 2009 [en las fotos de arriba y abajo dos momentos de ese día, ed].

Para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz ... ¿y hoy cuántos son consagrados?
Más de 90, hasta ahora todos de las provincias de Véneto. Cada año, siempre con Don Umberto, tenemos una nueva Misa con nuevas personas que quieren consagrarse en la Cruz.

¿La consagración también está abierta a aquellos que quieran ofrecer sufrimiento espiritual?
Definitivamente. Inicié con las personas que tenían un sufrimiento evidente en el cuerpo. Después, sin embargo, pensándolo bien, nos dimos cuenta de que Jesús comenzó a sufrir la Pasión en el Huerto de los Olivos, con la agonía espiritual que le hizo sudar sangre. Significa que ese sufrimiento tuvo una fuerza redentora muy grande. Por eso, entre nosotros, consagrados en la Cruz, hay personas que están físicamente bien, pero tienen sufrimiento espiritual o moral que lo unen a los dolores de Jesús. Hay quienes han perdido a un ser querido, quienes tienen un hijo con un tumor, etc.

Hay un mundo, incluso dentro del cristianismo, que rechaza la Cruz. ¿Cómo crees que puedes difundir una propuesta así?
Si es algo que viene de Dios, será Él quien guiará el camino. Mi deseo es que se convierta en una propuesta insertada al menos a nivel diocesano y, con la ayuda de otros sacerdotes, se extienda también a otras diócesis. Un cristiano debe mirar a la Cruz y comprender que la salvación viene de allí. Pienso en los ancianos o incluso en los muy jóvenes, sufriendo, solitarios... si todos entendieran que su cruz no es un peso inútil, pero sí precioso y necesario en la batalla por la salvación de las almas, se sentirían valorados. Y, al ver su significado, se lo ofrecerían a Dios con alegría.