Santa Cecilia por Ermes Dovico
SANTOS Y GASTRONOMÍA/ 16

Clemente VII: Cuando la comida es mortal

Descendiente de la familia Medici de Florencia, murió tras dos días de insoportables sufrimientos después de comer una seta venenosa, la Amanita phalloides. Era un estratega político y diplomático. Bajo su pontificado se produjeron varios acontecimientos históricos dignos de mención, desde el saqueo de Roma en 1527 hasta el cisma anglicano. Como gran mecenas, fue él quien encargó a Miguel Ángel los frescos de la Capilla Sixtina con el Juicio Final.
-LA RECETA

Cultura 25_09_2021 Italiano English

El comedor papal es asombrosamente sencillo, con una larga mesa de madera oscura cubierta únicamente por un mantel blanco y velas que inundan la habitación con una luz suave. El Papa está sentado solo en la mesa. Tiene delante un plato humeante de setas salteadas. Cierra los ojos y disfruta con deleite el aroma que emana: le recuerda a su Toscana. Come con fruición y limpia su plato con un trozo de pan. Se echa hacia atrás y mira el pequeño plato de queso pecorino que hay sobre la mesa, que debería cerrar su comida. Pero extrañamente no tiene ganas de comerlo. De hecho, siente un poco de náuseas. La cabeza le da vueltas y se levanta, pero las náuseas lo abruman....

Es el 23 de septiembre de 1534 y el Papa es Clemente VII (1478-1534), descendiente de la gran familia Medici de Florencia. Murió de un dolor insoportable dos días después, a causa de las setas venenosas que había ingerido en esa última comida. La “culpable” era una seta muy tóxica, la Amanita phalloides. Se trata de un hongo mortal, cuyos efectos nocivos se manifiestan inicialmente como una gastroenteritis grave. Luego hay un período de aparente remisión, seguido por el colapso de todos los órganos internos, el hígado in primis, y casi siempre la muerte, en un plazo máximo de 48 horas desde la ingestión.

Este Papa termina miserablemente, con esta terrible muerte que no le hace justicia. “A veces los grandes hombres tienen muertes grotescas y nos sentimos traicionados. Quién sabe por qué esperamos que la muerte de los famosos esté en consonancia con su grandeza”, escribe Balzac a su amigo Jérôme de la Falaise, comentando la muerte de un conocido común, famoso pero cuyo nombre no menciona, que murió en una taberna. Tal vez esta reflexión se aplique también a este pontífice que tuvo una vida extraordinaria.

Nació de forma ilegítima y póstuma tras la muerte de su padre, que no era otro que Juliano de Medici (1453-1478) y que fue asesinado en la Conspiración Pazzi un mes antes de su nacimiento. Su madre, Fioretta (en realidad Antonietta), era hija de un tal Antonio Gorini, profesor. Poco se sabe de ella: murió el mismo año del nacimiento de su hijo –bautizado con el nombre de Julio- y fue inmortalizada por Sandro Botticelli en el “Ritratto di giovane donna” (Retrato de una joven) (1475), un cuadro del Palacio Pitti.

Su tío Lorenzo el Magnífico confió el pequeño Julio durante los diez primeros años de su vida al arquitecto Antonio da Sangallo el Viejo (1453-1534), especializado en planos de fortificaciones. Finalmente, Julio fue reconocido legítimamente por los Medici y pasó a formar parte oficialmente de su rica y poderosa familia. A los diez años, su tío lo tomó bajo su protección directa. Lorenzo de Medici, un brillante hombre de negocios, consiguió convencer a Fernando I de Aragón para que le concediera el priorato de Capua de la Orden de San Juan de Jerusalén para su joven sobrino: era un beneficio prestigioso y muy remunerado. Unos años más tarde encontramos a Julio en Bolonia, donde se había refugiado en 1495. Y luego en Roma, como invitado de su primo el cardenal Giovanni de Medici (1475-1521), que más tarde se convertiría en el Papa León X.

En 1513, con la elección de León X, Julio recibió la concesión de la archidiócesis de Florencia y, el 23 de septiembre del mismo año, tras una serie de trámites y dispensas para superar el obstáculo de su nacimiento ilegítimo, fue creado cardenal. Tras este nombramiento comenzó su imparable ascenso, caracterizado por una gran riqueza de beneficios eclesiásticos y un papel muy delicado en la política papal. Una de sus acciones más recordadas fue el intento de formar una alianza con Inglaterra para ayudar a León X a oponerse a los objetivos hegemónicos de Francia y España; por esta razón fue nombrado cardenal protector de Inglaterra. La característica principal de la política de este periodo fue la búsqueda de un equilibrio entre los príncipes cristianos y la convocatoria del Concilio de Letrán V (1512-1517), durante el cual Julio se comprometió a luchar contra las herejías.

Tanto en su papel de arzobispo como de gobernador, demostró ser un hábil hombre de gobierno. Aunque recibía a menudo encargos diplomáticos y misiones en nombre del Papa, nunca descuidó su archidiócesis y con la colaboración de su vicario general Pietro Andrea Gammaro quiso conocer, mediante inventarios individuales, la situación de todas las iglesias bajo su jurisdicción. En 1517 celebró un sínodo de todo el clero diocesano. Mientras tanto, como cardenal diácono, fue declarado cardenal presbítero con el título de San Clemente (26 de junio de 1513) y luego de San Lorenzo in Damaso. En 1522 frustró una conspiración urdida contra él y fue inflexible con sus enemigos.

El 9 de marzo de 1517 fue nombrado vicecanciller de la Santa Iglesia Romana, cargo que le dio la oportunidad de poner a prueba sus cualidades diplomáticas, mostrando una conducta seria y sin tacha en comparación con el supuesto libertinaje de su primo. Mientras intentaba organizar una cruzada contra los turcos, que León X consideraba absolutamente necesaria, tuvo que resolver dos problemas: la protesta luterana y la sucesión del Imperio, que, tras Maximiliano I, recayó en su sobrino Carlos, ya rey de Nápoles. Durante 1521, la situación en Florencia (de la que era gobernador de la ciudad) le hizo alejarse de Roma con bastante frecuencia, pero la repentina muerte del Papa ese mismo año le obligó a volver a Roma para asistir al cónclave. Fue elegido Adriano VI, cuya candidatura había apoyado para conseguir el apoyo de Carlos V.

El 3 de agosto de 1523 los esfuerzos diplomáticos de Julio se vieron coronados por el éxito con la ratificación de la alianza entre el papado y Carlos V. Poco después, en septiembre de 1523, murió Adriano VI, y Julio, con el apoyo del Emperador, tras un largo y difícil cónclave que duró del 1 de octubre al 19 de noviembre de 1523, fue elegido para el trono de Pedro, tomando el nombre de Clemente VII. La elección del nuevo pontífice fue recibida con entusiasmo, aunque algunas expectativas resultaron equivocadas: Julio de Medici se mostró incapaz de resolver con decisión los problemas que debía afrontar. Intentó mantener una política de neutralidad en la disputa entre Carlos V y Francisco I de Valois por el dominio de Italia y de Europa; Carlos V pretendía restaurar el Imperio, modernizar sus estructuras administrativas y llevar a cabo una política expansionista, lo que le llevó a chocar con el rey de Francia.

Y aquí comienza una historia que involucra a los grandes de la época que vivieron en ese período. De hecho, son grandes de la Historia con mayúculas. Y Clemente VII es el protagonista de varios episodios históricos dignos de mención. Por razones de espacio, sólo mencionaremos algunos, sin entrar en demasiados detalles: seguro que los lectores estarán encantados de profundizar por su cuenta. Así, vemos a Clemente VII involucrado en la Liga de Cognac (1526), creada junto a Francisco I y Francesco Maria Sforza (así como las ciudades de Florencia y Venecia) para expulsar a los imperiales de Italia. Lo encontramos actuando durante y después del Saqueo de Roma (1527) que duró un mes y al final del cual el Papa capituló.

Fue protagonista del cisma anglicano: conoció a Tomás Moro (el futuro santo Tomás Moro, gran humanista y hábil jurista), enviado a Roma por Enrique VIII que quería obtener el divorcio de su esposa Catalina de Aragón. Pero Clemente no sólo no le secundó, sino que le excomulgó el 11 de julio de 1533. El rey respondió con el Acta de Supremacía, votada por el Parlamento el 3 de noviembre de 1534, que le declaraba rey supremo y único jefe de la Iglesia de Inglaterra, atribuyéndose el poder espiritual que hasta esa fecha había sido prerrogativa exclusiva del pontífice. Aquellos que, como el propio Tomás Moro, se negaron a aceptar la medida mediante juramento y a reconocer el nuevo matrimonio del rey, con el relativo orden de sucesión al trono, fueron considerados culpables de alta traición y castigados con la muerte.

Clemente VII, como un verdadero Medici, fue también un gran mecenas de las artes: desarrolló la Biblioteca Vaticana, continuó la construcción de la Basílica de San Pedro y completó las obras del Patio de San Dámaso y de la Villa Madama. También encargó a Miguel Ángel la realización de un fresco en la Capilla Sixtina con el Juicio Final, siguiendo la obra personalmente. Comentó e hizo publicar todas las obras de Hipócrates. En 1528 aprobó la Orden de los Capuchinos y en 1530 la de los Clérigos Regulares de San Pablo (conocidos como Barnabitas).

Fue un gran estratega político y diplomático, vivió una vida extraordinaria, pero tuvo una muerte absurda: Balzac la consideraría inadecuada. Sin embargo, el 25 de septiembre recordamos el aniversario de la muerte de este notable Papa, abatido por un hongo.