Cátedra de San Pedro
«“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”». La pregunta de Jesús a los discípulos y la respuesta de su vicario en la tierra nos recuerdan el motivo que está en el origen de la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro, que se basa precisamente en la misión de pastor de la Iglesia universal confiada por Nuestro Señor al príncipe de los apóstoles
«“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”». La pregunta de Jesús a los discípulos y la respuesta de su vicario en la tierra nos recuerdan el motivo que está en el origen de la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro, que se basa precisamente en la misión de pastor de la Iglesia universal confiada por Nuestro Señor al príncipe de los apóstoles: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (cf. Mt 16, 13-19).
La autoridad que Cristo le confiere a Pedro, una gracia inmensa a la que corresponde un elevadísimo deber, es evidente ya en su nuevo nombre, divinamente decidido y comunicado en la hermosa escena descrita por san Juan Evangelista. Efectivamente, en su primer encuentro con el príncipe de los apóstoles, Jesús fijó su mirada sobre él y dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamará Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 42), preanunciando que él sería el fundamento de Su Iglesia. Es Pedro, indicado como el primero de los Doce tanto en los cuatro Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, el que recibe de Jesús la misión suprema de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22, 31-32) y de apacentar a sus ovejas (Jn 21, 15-19), para garantizar la unidad en la verdad y evitar la confusión en la Iglesia, Su santo redil. Como dijo san León Magno: «Aunque en relación al pueblo de Dios seamos muchos los pastores y muchos los sacerdotes, todos, sin embargo, están gobernados propiamente por Pedro, como principalmente lo están por Cristo». Esto quiere decir que Pedro, como todos sus sucesores, es el Servus servorum Dei, el «Siervo de los siervos de Dios» (según la definición de san Gregorio Magno), llamado a guiar a la Iglesia con humildad y fidelidad a la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.
La fiesta de la Cátedra de San Pedro tiene orígenes muy antiguos; de hecho, hay testimonios que se remontan al siglo III. La «cátedra», del latín cathedra, indica el lugar donde se sienta el obispo (por esta razón la iglesia madre de una diócesis se llama «catedral»), incluido el Santo Padre, obispo de Roma, es decir, la ciudad donde Pedro sufrió el martirio, dando su testimonio máximo a Cristo. Respecto al término cátedra en referencia a la autoridad petrina, ya lo encontramos en los escritos de Tertuliano (c. 155-230) y de san Cipriano (210-258), obispo de Cartago y mártir. Este último escribió: «Dios es Uno y Cristo es Uno; y Una es la Iglesia y una la cátedra fundada sobre Pedro por la voz del Señor».
La Depositio martyrum, un antiguo calendario vigente en la Iglesia de Roma y que se remonta al 336, indicaba ya como única fecha de la fiesta el 22 de febrero, con el título de Natale Petri de cathedra. Más adelante la fiesta se desdobló en dos fechas: el 18 de enero para la sede de Roma, considerada como la celebración principal, y el 22 de febrero para la sede de Antioquía, cuya Iglesia fue fundada precisamente por Pedro. Con la revisión del Calendario Romano General llevada a cabo bajo Juan XXIII en 1960, ambas fiestas fueron unificadas en la fecha del 22 de febrero.
La reliquia, que sigue estando custodiada en la Basílica de San Pedro y que es venerada como Cátedra de San Pedro, tiene una historia compleja. Recordemos aquí, brevemente, que la silla sobre la que se sentó el primer papa está conservada dentro de la espléndida composición barroca realizada por Gian Lorenzo Bernini durante el pontificado de Alejandro VII (1655-1667), con cuatro doctores de la Iglesia sosteniendo la cátedra (san Agustín, san Ambrosio, san Atanasio y san Juan Crisóstomo), por encima de la cual hay una vidriera con la figura de una paloma, símbolo del Espíritu Santo. Según un análisis realizado en el siglo XIX por Giovanni Battista de Rossi y Raffaele Garrucci, dos conocidos arqueólogos, la parte más antigua de la reliquia es una simple madera de roble, tallada en distintos puntos y en distintas épocas (presumiblemente por los fieles), y reforzada probablemente en el siglo IX con trozos de madera de acacia.
Para saber más: Audiencia general de Pablo VI en la fiesta de la Cátedra de San Pedro (22 de febrero de 1967)