Carta sobre la Vida Consagrada: Tan ideológica como Fratelli Tutti
La reciente carta de la Congregación para la Vida Consagrada da un vuelco al objetivo que guía la consagración virginal y religiosa, que es la búsqueda de Dios. En cambio, el documento propone la ideología de una hermandad horizontal, donde Jesucristo es un extra opcional o, a lo sumo, un medio útil, en la estela de la encíclica “Fratelli tutti” que cita y propone como modelo varias veces.
Antaño era bonito leer revistas dedicadas a la montaña o ver documentales: la belleza de los paisajes, lo interesante de la fauna y la vegetación, la aventura de las historias de montañismo. Posteriormente llegó la ideología ecologista y con ella las emisiones de CO2, el plástico, el calentamiento global, etc. La belleza, la pureza y la gratuidad del mundo de la montaña se han plegado a otras lógicas: los glaciares, las cumbres, los valles o los torrentes ya no son un canto a la belleza en la pura gratuidad de su existencia. Poco importa en este caso que estas lógicas sean correctas o incorrectas: de hecho, el interés por la montaña ha tomado un giro utilitario e ideológico y el encanto se ha roto.
La vida religiosa es la montaña de la Iglesia: no existe en función de un beneficio, no puede plegarse a una ideología aunque ésta fuese incluso la más noble, y tampoco tiene una función; tiene su razón de ser únicamente en la búsqueda de ese Dios que llama a sí mismo y luego se retira para ser buscado con mayor dedicación, en cuerpo y alma. La soledad, la dureza del terreno, y la rigidez del clima que aumentan a medida que esta búsqueda se aleja de los centros habitados constituyen su encanto y la protegen de las miradas indiscretas y de las manipulaciones de todo tipo.
La carta de la Congregación para la Vida Consagrada, en cambio, va en sentido contrario y pone de manifiesto, por si hiciera falta, el desconocimiento total de sus autores sobre la realidad íntima de la consagración virginal y religiosa. Sólo hay una cosa que importa en la vida monástica y religiosa, la única cosa que debe ser continuamente probada, según San Benito, en el tiempo del noviciado: si el novicio busca verdaderamente a Dios (RB 58, 6). Ésta es la única razón de ser de la vida consagrada, que siempre ha de recuperarse y ponerse en el centro, especialmente cuando la oscuridad interior empuja peligrosamente a conformarse con sucedáneos sabrosos.
En la carta esta insidia se hace realidad, con el agravante de que no son los medios o los buenos frutos de la vida consagrada los que han suplantado el centro del que hablamos (contemplación, ascesis, oficio divino, apostolado), tal y como ha sucedido a menudo en la historia, sino la dañada –y anticristiana- ideología de una hermandad horizontal, donde Cristo es sustancialmente un medio opcional, o a lo sumo un medio útil.
Ésta es la ideología que se ha impuesto en la encíclica Fratelli Tutti, que no por casualidad se cita en varias ocasiones: “En la Encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos invita a actuar juntos, a reavivar en todos ‘una aspiración mundial a la fraternidad’ (n. 8), a soñar juntos (n. 9) para que ‘frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social’ (n. 6)”. De este ambiguo lenguaje emerge que lo que se busca es esta fraternidad siniestramente masónica, con independencia de la adhesión a “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4, 5) y desprendiéndose del “único Dios Padre de todos” (Ef 4, 6), que nadie ha podido ver y a quien sólo Jesucristo ha revelado (cf. Jn 1, 18; 5, 37; 6, 46).
El llamamiento de João Braz de Aviz y José Rodríguez Carballo a las personas consagradas apunta precisamente en esta dirección: “A todos os pedimos que pongáis esta Encíclica en el centro de vuestra vida, formación y misión. A partir de ahora no podemos prescindir de esta verdad: todos somos hermanos y hermanas, como por lo demás rezamos, quizás no tan conscientemente, en el Padre Nuestro, porque ‘sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad’ (n. 272)”. No el Evangelio, no las propias Reglas, sino que el nuevo centro de la vida consagrada es la Encíclica. La siguiente aclaración revela entonces, para evitar malentendidos, que no se trata de revelar el rostro del único Dios verdadero y que el Padre nuestro evocado no es nuestro por ser “Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 1,3): “Hermanos y hermanas de todos, independientemente de la fe, de las culturas y de las tradiciones de cada uno, porque el futuro no es ‘monocromático’ (n. 100) y el mundo es como un poliedro que deja transparentar su belleza, precisamente a través de sus diversas caras”.
Evidentemente la vida consagrada ya no está interesada en la búsqueda del rostro “monocromático” de Dios en Jesucristo, sino en la contemplación de las diferentes caras poliédricas del mundo. Una inversión total que se logrará con la estrategia habitual de “abrir procesos para acompañar, transformar y generar; de elaborar proyectos para promover la cultura del encuentro y del diálogo entre pueblos y generaciones diversas”.
La comunidad religiosa está unida precisamente porque anhela converger hacia ese único punto focal que la atrae y que está en el origen del sentido de su existencia; la fraternidad tiene sentido porque nos apoyamos, nos esperamos, nos animamos, conscientes de ser partes de la única cuerda en el viaje hacia la cumbre. Y esta cumbre es el Esposo que ha llamado y que ha hecho imposible que la novia tenga otro deseo que el de reencontrarse con su Amado y unirse a Él: vox Dilecti dilectae. ¡Nada que ver con la belleza del mundo en sus diferentes facetas!
La vida fraterna queda así subvertida y corrompida, como anticipo de un “sueño” que nada tiene que ver con el sueño de Dios: el de recapitular todo en Cristo. Por el contrario, se exhorta a soñar “como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT nº 8). La misma carne y la misma tierra se han convertido en el nuevo fundamento de la “religión humanitaria”: cada uno permanece en su propia fe y convicciones. Hurra, todos hermanos, pero obviamente en un modo carnal y terrenal.