Atentados sin parar: Los yihadistas en África “celebran” la llegada de los talibanes
Hoy los estadounidenses de Afganistán, mañana los franceses del Sahel: las misiones internacionales de lucha contra el yihadismo se retiran ante la imposibilidad de sustituir a los incompetentes gobiernos locales. Y los grupos yihadistas de toda África, exaltados por la victoria de los talibanes, lanzan una serie de ataques violentos contra civiles y militares.
Los yihadistas africanos están “celebrando” sin parar la retirada de Estados Unidos de Afganistán. En Somalia, los Al Shabaab celebraron la toma de poder de los talibanes en sus medios de comunicación aclamando: “¡Dios es grande!”. En Malí, el líder de Jamaat Nusrat al-Islam wal-Muslimin (JNIM), Iyad Ag Ghaly, les felicitó: “Estamos ganando”, dijo. Pero, de Níger a Malí, de Burkina Faso a Somalia, los grupos armados yihadistas, ya sean vinculados a Al Qaeda o al Isis, lo han celebrado sobre todo multiplicando los atentados.
El 18 de agosto, un convoy militar formado por soldados regulares y combatientes de milicias voluntarias progubernamentales que escoltaban a civiles, fue atacado en el norte de Burkina Faso, en el territorio fronterizo con Níger y Mali, que se ha convertido en una de las regiones más peligrosas del África subsahariana debido a la presencia de grupos yihadistas que tienen sus bases militares en los tres estados. El número de víctimas fue muy elevado: 80 muertos, 60 de ellos civiles, y varios heridos. Según fuentes gubernamentales, 58 terroristas murieron y muchos otros resultaron heridos en las horas de combate, pero lograron escapar.
En Somalia, a última hora de la tarde del 19 de agosto, un terrorista suicida de Al Shabaab se inmoló en el interior de una tetería situada en una zona muy concurrida del sector norte de la capital, Mogadiscio. Tanto fuerzas de seguridad como civiles suelen frecuentar el local. La potente explosión mató a dos agentes e hirió a otros cinco. Unos días antes, otra tienda de té fue atacada y diez personas murieron.
En Malí, el 19 de agosto, otro convoy gubernamental sufrió una emboscada cuando circulaba por una importante arteria que une dos ciudades, Gao y Mopti, en una zona central del país donde los grupos yihadistas armados afiliados tanto a Al Qaeda como al Estado Islámico intentan mantener el control atacando cada vez más objetivos militares. Al paso del convoy estalló un coche bomba y los atacantes abrieron fuego. 15 soldados murieron y muchos otros resultaron heridos, nueve de ellos de gravedad. Al parecer, los yihadistas también lograron apoderarse de algunos vehículos equipados con ametralladoras.
El 20 de agosto, en Níger, hombres armados no identificados que se cree que pertenecían a uno de los grupos yihadistas que infestan la zona, atacaron durante la hora de la oración (era viernes, día sagrado del Islam) la aldea de Theim, en la región occidental de Tillabery, fronteriza con Malí y Burkina Faso. Al menos 16, tal vez 17 personas perdieron la vida. Sólo unos días antes, el 16 de agosto, otros yihadistas llegaron a la aldea de Darey Dey, en la misma región, en motocicletas y atacaron a los habitantes mientras trabajaban en el campo. Mataron a 37 personas, entre ellas 14 niños.
La lista de masacres con las que los yihadistas africanos han “celebrado” la victoria de los talibanes podría aumentar. Iyad Ag Ghaly, líder del JNIM, ni siquiera esperó a la toma de Kabul para celebrar la victoria. De hecho, su mensaje se remonta al 10 de agosto. En él, tras rendir homenaje “al emirato islámico de Afganistán con motivo de la retirada de las fuerzas invasoras estadounidenses y de sus aliados, una victoria que es el resultado de dos décadas de paciencia”, había establecido un paralelismo entre lo que estaba a punto de ocurrir en Afganistán y la drástica reducción de las tropas francesas en el Sahel anunciada por el presidente francés Emmanuel Macron el pasado mes de febrero y confirmada el 10 de junio cuando el mandatario precisó que la operación Barkhane, 5. 100 unidades y activo desde 2014 contra la yihad en cinco estados del Sahel (Chad, Mali, Burkina Faso, Mauritania y Níger) será suspendida.
El paralelismo es evidente. Macron reaccionó a la propuesta de los países del Sahel, Malí en particular, de iniciar un diálogo con algunos grupos yihadistas: “No podemos realizar operaciones conjuntas con potencias que deciden dialogar con grupos armados que matan a nuestros jóvenes”, respondió, “si vamos en esa dirección, retiraré nuestras tropas”.
Pero, sean cuales sean las intenciones de los dirigentes africanos, el problema que está a la vista de todos es que dos décadas de operaciones militares internacionales contra los grupos yihadistas demuestran que, salvo algunos éxitos, la intervención extranjera no es ni puede ser la solución, las potencias extranjeras no pueden sustituir a los gobiernos africanos que son incapaces de contrarrestar la yihad y, sobre todo, carecen de la voluntad de hacerlo. Mientras tanto, las milicias yihadistas se han fortalecido, han hecho ingobernables vastos territorios y han alimentado la violencia étnica en la zona. La determinación de Macron sólo puede verse confirmada por la decisión que acaba de anunciar el presidente de Chad, Mahamat Idriss Déby, heredero y sucesor en el cargo de su padre muerto en combate en abril, de reducir a la mitad su contingente de 1.200 efectivos en el G5 Sahel, el ejército multinacional africano creado para luchar contra la yihad.
“Nuestra retirada se hará de forma organizada”, aseguró el presidente Macron el 10 de junio, “tenemos que iniciar un diálogo con nuestros socios africanos y europeos”. Con el ejemplo de Afganistán ante nuestros ojos, sólo cabe esperar que así sea.