Así lucha un pueblo con la fe mientras que hay quienes se convierten bajo las bombas...
La Brújula Cotidiana se encuentra con Armenia: las oraciones del soldado de 23 años que se alista y es herido por defender su patria, el que se casa entre los escombros, los sacerdotes que dejan todo para acompañar a los combatientes. Y también el periodista ruso herido en el bombardeo de la catedral que reconoce el milagro de su salvación en la niña que le curó las heridas: “Yo era ateo pero ahora creo en Dios”. Éste es el testimonio de un pueblo luchador animado por la fe en Cristo.
Su Santidad Karekin II, Patriarca Supremo de Armenia, ha hecho un llamamiento tras la tercera ruptura de la tregua por parte de Azerbaiyán. En dicho llamamiento habla de la “guerra que nos ha impuesto hoy Azerbaiyán”, de “su actitud negativa hacia cualquier iniciativa encaminada a establecer una cesación del fuego humanitaria” con “sus obstáculos a las negociaciones mediante ultimátums, el bombardeo de las ciudades y la población de Artsakh (Nagorno-Karabaj, ed.), las numerosas destrucciones y pérdida de vidas humanas y su voluntad de resolver la cuestión de Artsakh con armas, como demuestra la historia de Artsakh en los últimos decenios”. El Patriarca ha señalado el “sacrificio de nuestros hijos, nuestros valientes soldados” que “valientemente continúan resistiendo, rechazando constantemente al enemigo con la absoluta convicción de que la victoria es la garantía de la seguridad y de la estabilidad de la República de Artsakh”.
Pero, ¿quiénes son estos jóvenes que van a la guerra aunque sólo tengan 18 años, que sonríen en las fotos que los retratan en el frente de guerra, que pintan cruces en sus cascos y uniformes y que piden a los sacerdotes que recen con ellos antes de cada combate? “Vahe y Edgar nacieron y murieron juntos”, dice la madre de dos gemelos armenios que dejaron sus intereses para defender su país. "Estudiaban música y les encantaba tocar... Donde estaban ellos, había música y alegría”. En el vídeo en el que la madre los recuerda unos días después de su muerte en la frontera armenia, cuenta que “se fueron muy contentos a la guerra” llevándose “los instrumentos musicales, cuando había diez minutos de descanso tocaban para todos los compañeros (del ejército, ed.)”.
Así son los soldados armenios a los que hemos visto cantar el amor por su tierra y por su fe y a los que hemos admirado al ver cómo daban testimonio de un sentido por el que entregar la propia vida. Tanto es así que cuando Vahe y Edgar tenían la oportunidad de llamar a su familia hablaban así: “No os preocupéis por nosotros, más bien contadnos cómo estáis vosotros”, mientras que algunos amigos declaraban que son “héroes de la patria”.
Pero hay otra entrevista que demuestra la pasta de estos jóvenes: Hamlet Badalyan, de 23 años y futuro director, voluntario desde el primer día en que los azeríes atacaron a los armenios (27 de septiembre), explica a la Brújula Cotidiana que “varios amigos nos inscribimos como voluntarios e inmediatamente partimos para el frente. Estábamos en la comunidad de Mataghis, un pueblo de los Nerkin Horatagh. Allí sufrimos bombardeos de artillería y fui herido. Ocurrió el 1 de octubre: íbamos hacia la línea del frente, acabábamos de llegar. Estábamos a punto de preparar nuestras armas para vigilar el puesto cuando comenzaron los bombardeos de artillería”. Badalyan durante el primer bombardeo actuó como un escudo para un amigo: “Después, para defenderlo durante el segundo bombardeo, un fragmento de la bala golpeó mi talón, luego otros fragmentos dañaron mi espalda, mis órganos internos, mi pulmón y mis intestinos”.
El hombre fue trasladado al hospital donde fue sometido a cuatro cirugías, pero no se arrepintió de haberse alistado: “Me fui a la guerra como voluntario con plena conciencia. Lo único que lamento es haberme hecho daño”, que “perdí a mi mejor amigo, un amigo de la infancia”, así que “después de la convalecencia volveré inmediatamente a la guerra para defender mi patria y continuar la lucha inconclusa de mi amigo... No tengo ningún miedo”.
Escuchando a este soldado hablar mientras reza a Dios por sus camaradas mientras espera recuperarse, uno puede entender de dónde viene tal coraje: Karekin II lo explicó en su llamamiento hablando de los antepasados armenios que “rechazaron valientemente el miedo y la desesperación y ganaron la muerte con la Resurrección de Cristo y su fe. Así consiguieron gloriosas victorias para nuestra patria. En verdad, ‘los valientes siempre engendran valentía’”. Luise Ghahramayan, dueña del Armen Tour, explica a la Brújula Cotidiana que “está claro que el hecho de que la Iglesia esté en primera línea con los soldados hace que estos jóvenes se sientan acompañados. Algunos de ellos también son bautizados por los sacerdotes durante la batalla, son los nacidos durante el régimen soviético que impuso el ateísmo estatal. Muchos sacerdotes han dejado sus casas e iglesias para ayudar a los que defienden nuestra tierra”.
Pero también un periodista de guerra ruso ha hablado sobre la fuerza moral de los armenios. Este periodista fue gravemente herido durante el (doble) bombardeo de la catedral de Ghazanchetsots (San Salvador) en la ciudad de Shushi. Entrevistado mientras estaba convaleciente, Levon Arzanov (en la foto abajo a la derecha) explicó que ese día los azeríes atacaron “un hospital, un centro cultural local y una iglesia... Los principales lugares para infligir un golpe moral y psicológico a la población. Éste es el objetivo. Es decir, más o menos: cultura, salud y fe”. No es una coincidencia que “en Sushi además de la catedral hay otras dos mezquitas restauradas y nadie las ha destruido”.
Arzanov estaba en la catedral junto con otros dos periodistas cuando fue atacada por segunda vez veinte minutos después del primer bombardeo. Estaba sin su casco porque “hasta los soldados se lo quitan en la iglesia”. Gravemente herido, el periodista logró arrastrarse fuera de la Iglesia: “Había un anciano, le pedí que viniera. Siete personas salieron del refugio con él... empezaron a ayudarnos y fuimos al hospital. Me llevaron a un hospital que había sido bombardeado”, por lo que “no había cristales, pero sí ventanas rotas y algunos uniformes ensangrentados. ¡Y no había nadie allí! El hombre que estaba conmigo gritaba en los pasillos: ‘¡Doctor, doctor!’. Y luego desde algún lugar del sótano nos respondieron y bajamos... Nos pusieron en unos colchones y me curaron las heridas allí por primera vez. Y como estábamos cubiertos de hollín, empezamos a lavarnos las manos. Este procedimiento lo realizó una niña de unos ocho años. Nos lavó con agua y nos hablaba en armenio con firmeza y confianza... En aquel momento me dieron ganas de llorar viendo cómo una niña pequeña estaba sentada en aquel sótano ayudando a los heridos”.
Finalmente, Arzanov señala que la “característica absolutamente asombrosa de esta guerra es que no hay saqueos domésticos. He visto muchas guerras y he visto a menudo lo que pasa con las tiendas, apedreadas y saqueadas por la comida”. Pero “la gente en Karabakh tiene un enfoque diferente. Por ejemplo, teníamos un Lexus cuando llegamos a la iglesia y ni siquiera subimos las ventanillas porque pensábamos quedarnos allí sólo cinco minutos. Sin embargo, el coche estuvo tres días con las ventanillas bajadas y no faltaba nada”. Aunque “las tiendas con las ventanas rotas están todas llenas de cosas, a nadie se le ocurre llevarse nada”.
La supervivencia en una iglesia bombardeada, los ancianos que lo rescataron, una niña que le curó las heridas, un pueblo que no ha cedido a la inmoralidad desesperada ni siquiera durante la guerra y el hambre han conseguido que el periodista diga que “honestamente, soy ateo... Antes no creía en Dios. Antes. Hasta el día en el que Dios nos protegió con su escudo celestial en la iglesia... Después de todo aquello es difícil no creer... Hasta el techo de la iglesia estaba perforado”.
En esa misma iglesia destruida, el 24 de octubre pasado un soldado decidió casarse con su prometida. No la había visto durante un mes porque estaba en la guerra. El sacerdote explicó a los dos jóvenes que el matrimonio es un signo de victoria, en el sentido de que la vida continúa. La voz de fondo del periodista presente en la boda dice así: “Debemos ganar con amor y creer”.