Alarmismo climàtico: màs política que ciencia
La propaganda machacona que desde hace años nos asalta con alarmas constantes sobre el calentamiento global de origen antrópico ha creado en el imaginario colectivo una percepción distorsionada de la realidad. Por ello, Brujula Cotidiana comienza una serie de artículos que afrontarán diferentes aspectos de esta realidad distorsionada por culpa de la propaganda del cambio climático. Comenzamos por los orígenes del movimiento contra el cambio climático, que no son en absoluto científicos, sino políticos e ideológicos.
El rostro sonriente de Greta Thunberg, la adolescente convertida en símbolo de la lucha contra el cambio climático, que en su página de Facebook celebra el Orgullo Gay de Estocolmo, quizá pueda haber sorprendido a los más ingenuos y metido en un aprieto a algún periodista católico que se había subido rápidamente al carro del “modelo Greta”. Pero en realidad es totalmente coherente con lo que representa la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático.
No hace falta mucho para darse cuenta, pero el clima de histeria colectiva que se ha creado alrededor de este tema, el alarmismo exasperante que nos transmiten cada día los periódicos, la radio y la televisión, y el bombardeo de la propaganda constante desde hace años, han conseguido generar en la opinión pública una distorsión en la percepción de la realidad. Estamos convencidos de vivir en el peor de todos los mundos posibles, al borde del desastre y con ansiedad por lo que el clima nos reserva en un futuro próximo por culpa de nuestras malvadas acciones.
Y en esta situación en la que la humanidad está inmovilizada, se ha sacrificado el uso de la razón, la capacidad de interrogarse sobre lo que nos viene impuesto y de observar la realidad auténtica. De este modo, sucede que ante una adolescente que tiene el síndrome de Asperger y que habla como si fuera un libro aun sin noción científica alguna, en vez de pedir la intervención de los servicios sociales (que harían mucha falta en este caso) para arrancarla de aquellos que la están usando para sus propios intereses ideológicos y comerciales, se la convierte en una especie de sacerdotisa que celebra en todas las sedes internacionales y ante la cual se arrodillan todos los poderosos de la tierra, además de los intelectuales y eclesiásticos católicos. Una situación ridícula y sin precedentes de la que ni siquiera nos estamos dando cuenta.
En este sentido, como decíamos, años de propaganda machacona han producido un aturdimiento general, una grave distorsión en la compresión de la realidad, empezando por los mecanismos de la naturaleza hasta la relación entre desarrollo y medio ambiente, desde el conocimiento del clima hasta las actividades humanas. Por ello hemos pensado que, a partir de hoy, vamos a dedicar algunos artículos a afrontar varios aspectos falsificados por esta histeria colectiva.
Precisamente el caso de Greta con la bandera arcoíris nos da la oportunidad de afrontar brevemente un primer aspecto de esta cuestión, que es la conexión entre las diversas ideologías dominantes de hoy en día: el ecologismo y la homosexualidad, sobre todo. Si observamos cómo nos presentan las noticias relativas al cambio climático, podríamos pensar en la existencia de una verdad científica (el calentamiento global causado por el hombre que nos está llevando a una catástrofe sin precedentes) a la que los gobernantes no dan demasiado crédito, visto que hacen falta años para llegar a acuerdos internacionales que al final resultan ser demasiado genéricos. Sin embargo, en la cuestión del cambio climático los científicos son simples coprotagonistas, ofrecen un pretexto, dan un toque de verosimilitud al tema; pero en realidad la matriz de esta campaña es ideológica y está dirigida desde la política.
El ambientalismo que domina hoy tiene raíces muy lejanas, raíces que llegan hasta las sociedades eugenésicas que florecieron sobre todo en el mundo anglosajón entre finales del siglo XIX y principios del XX, y que derivan del Darwinismo social. De estas mismas sociedades eugenésicas nacen también los movimientos a favor del control de la natalidad y del feminismo radical. El individualismo extremo y la visión de un mundo que admite solamente a las personas sanas y productivas son las dos características que tienen en común todos estos movimientos.
Así, el ambientalismo busca desde sus orígenes proteger la naturaleza e intenta limitar la presencia humana. El mito de la superpoblación es anterior en el tiempo a éste del calentamiento global, pero el modus operandi es el mismo, y también lo es su objetivo. Tanto es así que en los años setenta del siglo XX, la relación entre ambientalismo y el movimiento a favor del control de la natalidad se unen bajo el lema “la humanidad contamina”. El fomento de la homosexualidad también le debe mucho al movimiento a favor del control de la natalidad, y el motivo es obvio: la pareja homosexual es por naturaleza estéril y, por tanto, cuantos más homosexuales haya, más fácil será conseguir que baje la natalidad.
La causa del cambio climático, con todos los temores que se unen a ella, va en la misma dirección. Tanto es así que hay un relevante cambio de opinión empeñado en tener un número mínimo de hijos o incluso ninguno para salvar el planeta.
En la relación entre los movimientos LGTB y los grupos que luchan contra el cambio climático hay además otros factores contingentes. Desde hace años en todas las marchas y manifestaciones a favor del clima, sobre todo en Estados Unidos, participan grupos LGTB, como si fueran los Queer del clima, los extravagantes. El hilo que los mantiene unidos –solo hace falta leer sus artículos y ensayos al respecto- es también la percepción de una lucha común por la liberación, por la justicia social, donde las estrategias ganadoras de los unos (LGTB) sirven de escuela de los otros. Tampoco se puede olvidar que estos movimientos ideológicos y culturales han encontrado su altavoz en las agencias de las Naciones Unidas, de donde nacen y se difunden las palabras y expresiones que rápidamente se convierten en patrimonio común.
Estas corrientes ideológicas han triunfado cuando se han unido a la política: de hecho, al contrario de lo que se suele pensar, la ciencia también se ha puesto al servicio de la política. Con independencia de lo que se opine, en realidad son los gobiernos y las fuerzas políticas los que controlan la situación del alarmismo climático. Basta un simple ejemplo: La IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), que es el organismo de la ONU que se ocupa del cambio climático es conocido por ser el máximo organismo científico, autor de los famosos informes que son la fuente principal de la que beben las políticas globales que afrontan el cambio climático.
En realidad, la IPCC no solo desarrolla actividades científicas por cuenta propia (sus ensayos son simplemente una recolección y una síntesis de los estudios disponibles), sino que es un organismo ante todo político, aunque también esté compuesto por científicos. De hecho, lo dice su mismo nombre: se llama “Grupo Intergubernamental” porque son los gobiernos los que deciden quién dirige y son los gobiernos los que tienen la última palabra sobre el informe final. No es casualidad que en estos años haya habido varios casos de científicos de renombre que han dimitido precisamente por la impronta ideológica y política que se quiere dar a la investigación científica. Y de hecho, tampoco los últimos presidentes del IPCC son científicos: Rajendra Pachauri, de la India, que ha sido presidente desde el 2002 al 2015, es un ingeniero experto en ferrovía, mientras que el actual, el coreano Hoesung Lee, es economista.
1. Continuará