ISLAMISMO

África y Oriente Medio: Revolución contra el Islam político

El mundo árabe, desde África hasta Oriente Medio, está viviendo una nueva ola de revueltas y disturbios internos. En Argelia, Sudán, Irak y Líbano las fuerzas fundamentalistas que representan hoy el Islam político se oponen abiertamente a las revueltas de los pueblos. Y una encuesta ha demostrado que el final del invierno islamista sólo se puede lograr a través de la democracia.

Internacional 12_12_2019 Italiano English

El mundo árabe está viviendo una nueva ola de levantamientos y disturbios internos. La chispa ha vuelto a estallar en el norte de África, donde el pueblo argelino combate desde febrero contra los dirigentes del antiguo régimen oligárquico-militar que no pretende rendirse ni siquiera después de la dimisión de Buteflika. En Sudán, los jóvenes y la sociedad civil han logrado destronar al general islamista Al Bashir después de treinta años de dictadura, no sin pagar un tributo de sangre, y ahora están decididos a completar la transición hacia un gobierno plenamente civil y democrático.

En Irak, el tributo de sangre es cada vez mayor debido a la represión de las protestas antigubernamentales por parte de las fuerzas de seguridad y las milicias paramilitares vinculadas al régimen jomeinista iraní. Mientras tanto, en el Líbano la extrema corrupción de la clase dominante ha logrado unir a la población en la revolución que se está llevando a cabo más allá de las líneas tradicionales de pertenencia confesional.

¿Una nueva primavera árabe? No, en absoluto. Las causas sociales y políticas son similares a las que desencadenaron los levantamientos de 2011 en Túnez, Egipto, Siria y Libia. A saber: desempleo, pobreza, corrupción, pérdida total de legitimidad de gobernantes y políticos, reivindicación de derechos, libertades, elecciones regulares y democracia. Por otro lado, lo que marca la diferencia en comparación con la primavera árabe de hace ocho años es la negativa de los manifestantes a dejar que el llamado Islam político se apodere de los procesos revolucionarios, manipulándolos para que los objetivos islamistas puedan avanzar. De estos acontecimientos, en esencia, no surgirá ningún Morsi, ningún Al Sarraj o Ghannouchi. Por el contrario, las fuerzas fundamentalistas que encarnan el Islam político hoy en día están abiertamente en contra de los pueblos en rebelión.

En Argelia, los Hermanos Musulmanes, apoyados por Qatar y la Turquía de Erdogan, no tienen cabida en las calles de la capital, repletas de chalecos naranjas y estudiantes universitarios. En Jartum, Al Bashir estaba estrechamente vinculado a los Hermanos Musulmanes y en Irak, la nueva generación está desafiando abiertamente (y de manera heroica, a decir poco) al imperialismo del régimen jomeinista, que quiere hacer de Bagdad una provincia iraní a través de las milicias paramilitares encabezadas por el infame general pasdarán, Qassem Suleimani. Al mismo tiempo, las protestas en el Líbano han tenido como objetivo directo a Hezbolá, que ha perdido la confianza de los propios chiítas por ser parte integral del sistema de corrupción que ha llevado al país al borde del colapso económico.

En pocas palabras, basta ya de Islam político. Basta de usar de la religión con fines políticos, que es causa de discriminación, violencia y sectarismo, además de completo desgobierno. Así lo confirma una encuesta realizada por YouGov para el diario Arab News y para el Arab Strategy Forum: el 43% de los jóvenes entrevistados (que viven en varios países de Oriente Medio y África del Norte) se declararon abiertamente enemigos del Islam político, mientras que el 15% no está de acuerdo con los islamistas, a los que sólo el 8% mira todavía con confianza (los indecisos representan el 14%).

Los sentimientos que prevalecen en el mundo árabe son claros y son los mismos que, no por casualidad, están animando las últimas protestas en la parte iraní del Golfo, reprimidas con sangre por el régimen jomeinista como de costumbre. ¿Qué pasaría si hoy los jóvenes de Oriente Medio (más del 65% de la población tiene menos de 30 años) pudieran votar en unas elecciones verdaderamente libres y democráticas? Supondría el fin del invierno islamista y de los regímenes dictatoriales y corruptos que han robado el futuro de las nuevas generaciones y que no tienen intención alguna de devolvérselo. El final de la revolución y la llegada de una verdadera primavera pasan por las urnas.