Abandonarse a la divina voluntad
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. (Jn 15,9)
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros». (Jn 15,9-17)
Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres. Santa Catalina de Siena se pregunta quién es el insensato que, consciente del inmenso amor que Jesús siente por nosotros, no lo ama a su vez. De hecho en su vida experimentó el extraordinario acontecimiento del intercambio de los corazones: Jesús le donó el suyo y ella, a su vez, el suyo. Así sintió, también fisicamente, latir el corazón de su místico esposo en su cuerpo. Se entiende así que una de las primeras consecuencias del amor es sostener la voluntad del amado. En el caso de Dios, sus voluntades se encuentran en los mandamientos y en el anhelo de nuestro corazón a amar. A nosotros solo nos queda la decisión de abandonarnos dócilmente a la divina voluntad en nuestras decisiones diarias.