San Vicente Grossi por Ermes Dovico
EL ANÁLISIS

Vaticano-China: la prórroga del acuerdo perjudica a la Iglesia

Pekín y la Santa Sede han anunciado una prórroga de cuatro años para el acuerdo secreto sobre el nombramiento de obispos y la administración de la Iglesia china, que se firmó por primera vez en 2018. A pesar de los malos resultados, el Vaticano insiste en una apariencia de diálogo que está causando más persecución a los católicos chinos.

Libertad religiosa 23_10_2024 Italiano English

La Santa Sede que mendiga algo de reconocimiento y el gobierno chino que va a lo suyo. Ésta es la impresión que se desprende de las palabras vacías que ayer acompañaron el anuncio de la renovación durante cuatro más años del acuerdo secreto entre China y el Vaticano sobre el nombramiento de obispos y la administración de la Iglesia católica en China.

La renovación del acuerdo -firmado por primera vez en 2018 y renovado posteriormente de dos en dos años- se veía venir después de las declaraciones de los últimos meses, especialmente por parte del secretario de Estado Pietro Parolin, en las que la Santa Sede ha mostrado en cada ocasión su determinación a continuar su colaboración con el régimen comunista, a pesar de que el balance sea poco positivo. Y se ha dado por hecho tras las ocasiones creadas por el Papa Francisco para elogiar a China -“una promesa y una esperanza para la Iglesia”- y la actitud del gobierno de Pekín hacia la Iglesia (“estoy contento con los diálogos con China, el resultado es bueno”): ambas declaraciones realizadas durante su viaje de regreso del sudeste asiático en septiembre.

Lo que no se daba por descontado, sin embargo, era la duración del acuerdo. Hasta hace unos meses se suponía que la tercera renovación sería la definitiva, pero la cerrazón de Pekín ante cualquier concesión hizo pisar el freno a la Santa Sede, que propuso entonces una nueva renovación de dos años. El gobierno chino volvió entonces a proponer cuatro años, y aunque parecía que se llegaría a un acuerdo definitivo por tres años, Pekín ha conseguido ganar.

Hay que recordar que el cardenal Parolin había declarado el pasado 22 de mayo, al margen de una conferencia celebrada en Roma para conmemorar el centenario del Concilio de Shanghai, que esperaba que el acuerdo “se mejorara en algunos puntos”, aunque sin especificar cuáles. Y también fijaba como objetivo del Vaticano “poder tener una presencia estable en China aunque inicialmente no tenga la forma de una representación pontificia, de una nunciatura apostólica...”. Pekín ha rechazado categóricamente dichas peticiones.

Decir que hay algunos puntos que mejorar, sin embargo, es quedarse corto, porque si el objetivo de la Santa Sede es la unidad de la Iglesia china y su libertad, hay que reconocer que seis años de acuerdos secretos han alejado el objetivo en lugar de acercarlo. Los resultados en cuanto a los nombramientos de obispos (que también se han hecho sin acuerdos secretos) han sido miserables: sólo se han nombrado nueve obispos en seis años, mientras que más de 30 diócesis siguen sin cubrirse, lo que representa un tercio del total. Además, estos nombramientos han dado la impresión de seguir un guión según el cual Pekín decide y el Vaticano aprueba. Y en algunas ocasiones el gobierno de Pekín incluso se ha “olvidado” de avisar a la Santa Sede: el caso más sorprendente fue en abril de 2023, cuando el régimen chino nombró a monseñor Shen Bin obispo de Shanghai, desplazándolo de la diócesis de Haimen. Un golpe aceptado a duras penas por las autoridades vaticanas: después de tres meses el Papa Francisco aprobó el nombramiento mientras el cardenal Parolin llamaba a las autoridades de Pekín a un “diálogo sincero”.

Pero hay más: el Vaticano ha tenido que aceptar de hecho la nueva geografía de las diócesis chinas que Pekín ha decidido unilateralmente. Dos casos han sido emblemáticos en este sentido: en noviembre de 2022, las autoridades chinas nombraron a monseñor John Peng Weizhao obispo auxiliar de Jianxi, una diócesis creada por Pekín sin conocimiento de la Santa Sede, a quien le tocó poner buena cara a pesar de todo. Y el pasado mes de enero, monseñor Antonio Sun Wenjun fue nombrado obispo de Weifang, una diócesis que las autoridades chinas han creado también, aunque esta vez con el consentimiento (obligado) del Papa. Según la geografía de la Iglesia china decidida por el gobierno de Pekín, habría 104 diócesis frente a las 147 circunscripciones eclesiásticas (que incluyen también prefecturas y administraciones eclesiásticas) tradicionalmente reconocidas por la Santa Sede.

A estos magros resultados, todos desequilibrados a favor de Pekín, hay que añadir que los acuerdos han supuesto el reconocimiento de facto de la Asociación Patriótica de Católicos Chinos, que es el organismo creado y controlado por el Partido Comunista, y al que obviamente pertenecen también los dos obispos chinos presentes en el Sínodo sobre la Sinodalidad que se está celebrando en el Vaticano. El reconocimiento de la Asociación Patriótica y la invitación del Vaticano a unirse a ella han tenido el efecto colateral y evidente de aumentar la persecución de quienes se niegan a someterse al partido, de lo que hemos informado en varias ocasiones.

Hace tan sólo unos días, el american Hudson Institute publicaba un informe en el que daba cuenta de la persecución que han sufrido diez obispos como consecuencia del acuerdo sino-vaticano. El informe titulado Diez obispos católicos perseguidos en China ha sido realizado por Nina Shea, una conocida investigadora que lleva décadas dedicada a la defensa de la libertad religiosa. El informe muestra que la situación de los diez obispos analizados es solo la punta del iceberg de una persecución que se ha intensificado desde los acuerdos con el Vaticano firmados en 2018 y que afecta a millones de católicos chinos.

Persecución que puede intensificarse gracias también al silencio de la Santa Sede, más preocupada por mantener buenas relaciones con Pekín que por defender a los católicos chinos. Silencio absoluto también para la situación en Hong Kong, donde la Iglesia está cada vez más bajo control del régimen comunista, gracias también a la nueva Ley de Seguridad Nacional que ya ha causado la detención de muchos católicos, el más famoso de los cuales es el editor Jimmy Lai. Y finalmente silencio también por la actitud cada vez más agresiva en la zona Asia-Pacífico, empezando por las grandes y repetidas maniobras militares contra la isla de Taiwán: una amenaza más para la paz mundial totalmente ignorada en los mensajes del Papa.

Por último, también hay que señalar cómo este acuerdo está corrompiendo el “vocabulario” católico. Para justificar la “sinicización” de la Iglesia impuesta por el presidente chino Xi Jinping, se tiende ahora a utilizar esta palabra como sinónimo de inculturación. Una terrible mistificación que uno de los obispos chinos presentes en el Sínodo, monseñor Yang Yongqiang, ha repetido no por casualidad en su discurso, donde ha reiterado su adhesión “a la dirección de la sinicización del catolicismo”, que no es otra cosa que la sumisión de la Iglesia a las directrices del Partido Comunista. Basta leer el “Plan quinquenal para la sinicización del catolicismo en China (2023-2027)”, aprobado el pasado 14 de diciembre por la Conferencia de Obispos Católicos y la Asociación Patriótica (ambos organismos bajo el control del Partido Comunista).

La Santa Sede está pagando un precio muy alto por mantener viva una apariencia de diálogo con China. Y no hay indicios de que en los próximos cuatro años las cosas vayan a ser diferentes.