San Columbano por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

Una ofrenda para nosotros

Lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor. (Lc 2, 22)

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. 26Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, | puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. (Lc 2,22-40)


La presentación en el Templo del Niño Jesús por parte de José y María, que lo ofrecen al Padre como está prescrito para todos los primogénitos de Israel, se contempla en el cuarto misterio gozoso del Santo Rosario. Si se piensa bien, este episodio constituye también un anticipo del quinto misterio de la luz y del primer misterio doloroso, cuando Jesús, respectivamente, se ofrece voluntariamente al Padre con la institución de la Eucaristía el Jueves Santo y cuando confirma su voluntad en Getsemaní. Con estos actos, Jesús nos purifica de nuestros pecados, quitándonoslos gratuitamente al precio de asumir Él las consecuencias. No convirtamos esta ofrenda gratuita de Jesús por nosotros en un acto inútil, viviendo como si la salvación dependiese de nuestras buenas acciones y no de Dios.