Una mujer bávara pide una gracia construyendo una iglesia
Una graciosa capilla da forma visible y concreta a la oración de una mujer bávara por la curación de su hijo. Rosa Mühlberg le ha dedicado los últimos tres años, creando la obra con sus propias manos y recursos. Y es más hermosa que muchas catedrales modernas. El resultado demuestra que el auténtico sensus fidei inspira también la verdadera belleza.
Una capilla construida (casi) íntegramente con sus propias manos: esta es la promesa, finalmente cumplida, de Rosa Mühlberger. Una mujer alemana de 76 años, madre de tres hijos, que ha dedicado los últimos tres años a la realización de este singular y espléndido exvoto, pieza por pieza, usando únicamente su pensión. Y no ha sido algo improvisado o mal hecho: ocurrió en Breitenberg, un municipio bávaro de la diócesis de Passau, en donde el pasado 26 de junio se inauguró la capilla y recientemente habló de ella la web Katholisch.de (de la que están tomadas las imágenes, que hablan por sí solas).
El estilo típico de los interiores y exteriores está en perfecta armonía con muchas otras iglesias de montaña, como si el templo blanco con techo de madera hubiera estado allí durante algunos siglos o al menos durante décadas. Al fin y al cabo, es algo que siempre ha sucedido a lo largo de los siglos, desde las minúsculas capillas esparcidas por nuestro país, pasando por los nichos votivos, y hasta las imponentes iglesias erigidas para implorar el auxilio divino durante una calamidad o en acción de gracias por la protección recibida.
En realidad, hay 16 “capillas familiares” en la parroquia de Maria Himmelfahrt en Sonnen, incluyendo también la casa (y la iglesia) de la familia Mühlberger. Todavía es una costumbre generalizada, especialmente en las áreas de Austria y Alemania, construir pequeñas iglesias en sus propios terrenos, abiertas a la oración de cualquiera que pase por allí. Y son familiares no solo porque han sido autoconstruidas por el propietario, sino también porque se transmiten de generación en generación: “Ahora es tuya”, le dijo Rosa a su hijo el día de la inauguración, el domingo 26 de junio, confesándole: “Es lo más bonito que les voy a dejar y prometan cuidarla”. También estaban los nietos: “Me gustaría que rezaran allí y que la Virgen escuche sus preocupaciones. Y espero que, cualquier cosa que desee, cualquiera que se detenga en la capilla se le conceda. Como me pasó a mí hace tres años”. Y la capilla Rosa Mühlberger es noticia, tanto por la belleza de esta pequeña joya (una belleza cada vez más rara en los edificios religiosos recientes), como por la historia detrás de su construcción.
La capilla es, en efecto, también un exvoto por la curación de su hijo, afligido por una enfermedad y por una crisis existencial. Si sanaba, Rosa construiría una capilla. Pero ella misma se afana en precisar que no tenía la intención de “negociar” con el Señor: “Yo no dije: ‘Señor, tú debes ayudarme’, sino que le pregunté si podía hacerlo. Y me ayudó”. La Sra. Mühlberger plasmó su deseo con la misma tenacidad, paciencia y fe con la que había superado las tribulaciones desde la niñez, sufriendo la pobreza después de la guerra, pero ninguna dificultad jamás la hizo desquitarse con Dios, al contrario, quiso hacer algo para agradecerle. Su esposo de 83 años dijo que la apoyó “solo con fe”, pero agregó que “no se le permitió ayudar”.
Ella misma puso en un papel la idea que tenía en mente, dibujándola y luego recurriendo a un albañil y un carpintero para que levantaran las paredes y el techo. Por su parte, la hija de un carpintero, equipada con solo un par de herramientas y de recuerdos paternos, aserraba con sus propias manos la madera para construir los bancos y el altar “a la antigua”, apoyada en la pared con el celebrante frente a Deum, porque “no había espacio para el altar separado” (y, a decir verdad, no hace falta). Diseñó y pintó cada detalle, finalmente compró las estatuas, mandó construir el vitral con el Sagrado Corazón (indispensable para ella), postergando la obra, cuando el dinero no alcanzaba, hasta la próxima pensión que le permitiera continuar. Y todavía tiene cuentas pendientes, así que se las confía al gran crucifijo de madera proveniente de una iglesia de Frankfurt que fue demolida.
Después de tres años de obras, el párroco Wolgang Hann inauguró la iglesia el 26 de junio pasado, celebrando allí la Misa y entregando el certificado de consagración del obispo de Passau, Mons. Stefan Oster. La capilla tiene capacidad para unas quince personas, pero unas 50 estuvieron presentes en la ceremonia, también reunidas afuera. El párroco subrayó que la empresa partió de una “súplica personal”, es decir, la petición de curación, cuyo fruto, sin embargo, es en beneficio de todos: instó a llenar la capilla de “piedras vivas”, y éste es también el deseo de la Sra. Mühlberger que espera con alegría a los peregrinos y visitantes.
Resuena el eco de aquella Baviera “muy católica y festiva” de la infancia de Joseph Ratzinger en la bonita capilla de Breitenberg. No está claro si la verdadera noticia son las circunstancias de su construcción o el hecho de que es más bella que muchas catedrales modernas. Ciertamente no es el trabajo contratado y anónimo de un arquitecto famoso y no está hecho sólo de madera y ladrillos, sino de la fe tenaz de una madre, de la devoción popular, de un sensus fidei no anunciado sino vivido en la concreción de la vida cotidiana y capaz de generar un auténtico instinto para la belleza.