Viernes Santo por Ermes Dovico
LA REVELACIÓN DE LA REVISTA TIME

Un complot para salvar a la democracia… De Trump

A juzgar por el posicionamiento único de medios de comunicación, grandes empresas y movimientos sociales contra Trump, se diría que ha existido un complot para hacerle perder las elecciones. En realidad, visto lo visto, sí lo ha habido. Sus protagonistas se jactan de ello en la revista Time creyendo que actuaban en defensa de la democracia.

Internacional 09_02_2021 Italiano

A juzgar por el posicionamiento total de los medios de comunicación, las redes sociales, los empresarios, las plazas públicas que protestan y todas las instituciones de control de votos contra Trump, casi se podría pensar que hay una vasta conspiración detrás de la victoria de Joe Biden. Algo de eso ha habido. Y está empezando a aflorar en todos sus detalles, contados por los protagonistas a la prensa amiga, dado que no ocultan su entusiasmo por lo que han conseguido. Con un largo artículo titulado “La historia secreta de la campaña en la sombra que salvó las elecciones de 2020”, la periodista Molly Ball (biógrafa de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi) describe en la revista Time lo sucedido, recogiendo los testimonios de todas las figuras clave del plan.

La tesis que proponen la autora y sus entrevistados es que Trump intentó amañar el voto, pero el esfuerzo conjunto de todos los hombres de buena voluntad detuvo su intento autoritario. Pero lo que leemos (ni siquiera demasiado entre líneas) es exactamente lo contrario. Nos enteramos por el artículo que ha habido un esfuerzo coordinado, que ha durado más de un año, para detener a Trump, desde el otoño de 2019. Y como era imposible determinar a priori si el presidente intentaría entonces amañar las elecciones, lo que surgió fue simplemente una unión entre los sindicatos, los empresarios, los medios de comunicación, las grandes tecnológicas y los movimientos de protesta por los derechos civiles con uno de los dos partidos en liza, el Partido Demócrata. Intereses políticos y económicos poderosos y muy diferentes actuando al unísono contra un candidato.

Como escribe Ball con rotundidad, “su trabajo ha afectado a todos los aspectos de las elecciones. Han persuadido a los estados para que cambien sus sistemas y leyes electorales, y han ayudado a recaudar cientos de millones en fondos privados y públicos. Han ganado juicios dirigidos a la supresión de votos, han reclutado ejércitos de trabajadores electorales y han inducido a decenas de millones de personas a votar por correo por primera vez”. ¿A quiénes se refiere con ese “ellos”? El centro de la trama, según Ball, es un estratega de Afl-Cio (la mayor federación sindical de Estados Unidos), Mike Podhorzer, asesor del presidente del sindicato. Desde septiembre de 2019, supuestamente comenzó a crear una red de actores políticos influyentes para frustrar “dos posibles resultados de las elecciones”, a saber, la posibilidad de que Trump perdiera las elecciones y no lo admitiera, o la posibilidad de que las ganara “con los votos del Colegio Electoral (a pesar de perder en el voto popular) corrompiendo el proceso de votación en estados clave”. El escenario de una auténtica victoria de Trump ni siquiera se contemplaba. Leído así, parecería un plan de contingencia para evitar un golpe de Estado de Trump. Pero un partido político que prepara planes de contingencia con un año de antelación es a menudo (cuando no siempre), el partido que está preparando el golpe. Todos los golpes de Estado de la historia, de hecho, se llevan a cabo con la mejor de las intenciones: frustrar el golpe del enemigo.

La red que Podhorzer creó incluía a poderosos actores de la izquierda: “El movimiento obrero, la izquierda institucional como Planned Parenthood y Greenpeace, grupos de resistencia como Indivisible y MoveOn, expertos y estrategas progresistas de las tecnologías de la información, organizadores de base a nivel estatal, activistas de la justicia racial y otros”.

Las grandes redes sociales Twitter y Facebook participaron en el plan desde su inicio en noviembre de 2019, cuando Mark Zuckerberg (Facebook) y Jack Dorsey (Twitter) se reunieron con activistas progresistas para diseñar una estrategia contra las “fake news”. Laura Quinn, a la que se refiere el artículo como “activista progresista cofundadora de Catalist, comenzó a estudiar el problema hace años. Dirigió un proyecto secreto del que nunca se había hablado en público que trataba el seguimiento de la desinformación en línea”. Laura Quinn es el cerebro de la estrategia de censura. Ella misma explica, de hecho, que “cuando te atacan, tu instinto es responder, decir, por ejemplo: ‘¡Esto no es cierto!’. Pero cuanto más se habla de ello, más lo amplifica la red social. El algoritmo lo que lee es: ‘Oh, esto es popular, la gente quiere más!’”. Así que la solución es “presionar para que las redes sociales apliquen sus reglas, eliminando tanto los contenidos como las cuentas que difunden desinformación y, ante todo, con una vigilancia más agresiva”. Entre los abogados que, armados con estos argumentos, trataron con Zuckerberg y Dorsey estaba Vanita Gupta, presidenta de Leadership Conference on Civil and Human Rights y actualmente captada por la administración Biden. Ya hemos visto cómo funciona este mecanismo, en la práctica: la cuenta de Trump suspendida, las noticias eliminadas, cualquier duda sobre el fraude electoral censurada por la red social. O las persistentes notificaciones de celosos “verificadores de hechos independientes” que rebaten cualquier cosa que los usuarios digan a favor de Trump.

En este plan, la epidemia de Covid ha proporcionado un pretexto para cambiar el sistema de votación, aunque sin llegar a introducir leyes reales. En la red de Podhorzer, Amber McReynolds, que dirige el Instituto Nacional del Voto en Casa, fue fundamental para conseguir que el voto por correo ampliado fuera extendido a todos los ciudadanos independientemente de su motivación. El sistema ha sido adoptado por 37 estados y el Distrito de Columbia (la capital). La batalla fue también jurídica, ya que los republicanos intentaron inmediatamente recurrir. Pero los abogados demócratas, cómplices de los gobiernos locales de izquierda, se impusieron. El voto por correo, que el artículo de Time presenta como una “revolución”, afectó a la mitad del electorado. Y si hay un tipo de voto que no se puede controlar es precisamente el voto por correo.

Pero el movimiento Black Lives Matter ha sido especialmente decisivo en muchos sentidos. En primer lugar, porque ha permitido la movilización de muchos activistas que se convirtieron en trabajadores electorales, escrutadores y servicios de seguridad sin especificar, “una fuerza de defensores de las elecciones que, a diferencia de los escrutadores normales, fueron entrenados en técnicas de desescalada”. Tal vez los representantes de las listas republicanas que fueron alejados violentamente de las urnas sepan algo de esto. Pero es especialmente después de los violentos disturbios de Black Lives Matter que Podhorzer cree que ha captado “un extraño aliado”, es decir, los empresarios representados por la Cámara de Comercio. Según el estratega sindical, habrían formado “una alianza de trabajo y capital” para salvaguardar la regularidad del voto y garantizar la paz social. Pero lo que leemos es más bien el éxito de una acción intimidatoria: “Con el aumento de la tensión, había mucha preocupación por la posibilidad de que se produjeran disturbios en el momento de las elecciones, o por el colapso de la forma habitual de gestionar las elecciones cuestionadas”, reveló Neil Bradley, vicepresidente ejecutivo de la Cámara.

También leemos que hasta “150 grupos liberales, desde la Women’s March hasta el Sierra Club, pasando por Color of Change y Democrats.com y Democratic Socialists of America, se han unido a la coalición Protect the Results”. El sitio web del grupo, ya desaparecido, contenía un mapa de 400 concentraciones postelectorales que se activarían mediante mensajes de texto a partir del 4 de noviembre. Para detener el golpe que temían, las organizaciones de izquierda estaban listas para invadir las calles”. Resulta extraño el juicio que los entrevistados hacen de la cobertura mediática (visiblemente sesgada) de las elecciones: “Fox News sorprendió a todo el mundo asignando la victoria de Arizona a Biden (cuando sólo se había contado el 40% de los votos, ed). La campaña de concienciación de la población había funcionado: los presentadores de televisión se desvivían por aconsejar precaución y enmarcar con precisión el recuento de votos”. Tal juicio no tiene sentido, a menos que se lea a la luz de los planes de protesta masiva: los medios de comunicación también temían la desestabilización, evidentemente. Si hubieran anunciado una victoria de Trump habrían armado un escándalo. Pero, ¿es esta la forma de “salvar la democracia”?