Terrorismo rojo y revolución sexual, una combinación perfecta
Una película de 2008 de Uli Edel cuenta la historia de la banda Baader Meinhof, la futura RAF, el equivalente alemán de las Brigadas Rojas. En una escena descuidada, se expresa el verdadero sentido de la revolución: “¡La liberación sexual y la lucha antiimperialista son la misma cosa!”. El marqués de Sade dijo lo mismo en la Revolución Francesa.
En Alemania la revolución del sesenta y ocho duró tanto como en Italia y terminó de la misma manera: con el terrorismo. La evolución de este proceso revolucionario se narra en una importante película alemana titulada El complejo de Baader Meinhof o R.A.F. Facción del Ejército Rojo (2008); una película que ganó el Festival Internacional de Cine de Roma y fue nominada al Oscar y al Globo de Oro. El director es Uli Edel, el mismo de la famosa Los niños de la estación del zoo (1981). El director se centra en el grupo terrorista que da título a la película y que se formó en torno a Andreas Baader y a la periodista Ulriche Meinhof, adoptando posteriormente el nombre de Rote Armee Fraction (Pelotón del Ejército Rojo), RAF. Obviamente, la historia termina con una serie de muertes, oficialmente suicidios.
En 1970, Andreas Baader, fugitivo tras un juicio por incendio, fue detenido y encarcelado; el resto del grupo organizó su fuga y expatriación. Baader, junto con Meinhof y otros miembros del grupo, fue a Jordania para un periodo de entrenamiento de guerrilla por parte de Fatah, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Es en este momento cuando tiene lugar una de las escenas más significativas de la película.
Durante una pausa en el entrenamiento, los alemanes suben al tejado de un edificio del campo de entrenamiento para descansar y las chicas toman el sol desnudas. Inmediatamente llega el jefe del campamento y les ordena que se pongan la ropa. Este es el diálogo que sigue:
- ¿Qué es lo que quiere?
- Quiere que nos vistamos.
- Entonces es un ejército represivo.
- [Baader, al líder del campamento] ¡La liberación sexual y la lucha antiimperialista son la misma cosa!
- Pero él no puede entender eso, cariño.
- [Baader, al líder del campamento] ¡Foll** y disparar son la misma cosa! (Fuc*** and shooting are the same)
Éste, en mi opinión, es un punto fundamental de la doctrina revolucionaria: la liberación sexual es un punto fundamental del proceso revolucionario, quizás el más importante. La sexualidad es la palanca más eficaz para inducir a las personas a abandonar la ley natural, a rebelarse contra el Logos.
Esto lo entendió perfectamente el Marqués de Sade, el más lúcido y consecuente de la Ilustración, que se centró en este punto en un panfleto titulado Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos (es decir, revolucionarios) y que incluyó en la novela pornográfica y blasfema titulada La filosofía del buodoir (1795). En este breve escrito, el “divino marqués” explica que la Revolución es un proceso que nunca puede detenerse; y, sobre todo, que no basta con haber subvertido (con la Revolución Francesa) el orden social y político. Para ser verdaderos revolucionarios, es necesario subvertir el orden moral; por lo tanto, acabar con cualquier otra ley (asesinato, aborto...). De ellas, las más importantes son las sexuales. Por eso De Sade incita a la violación, la sodomía, el incesto y las orgías. Una vez que se han rechazado las leyes morales que rigen la sexualidad, el resto va todo cuesta abajo, lo más importante ya está hecho. “Foll** y disparar son la misma cosa”, dice Andreas Baader en la película. De ello se deduce que la contrarrevolución, es decir, la reafirmación de la realeza de Cristo en la tierra, pasa también y sobre todo por la castidad. Hay que ser libre para oponerse a la Revolución; por tanto, con la conciencia limpia.
A este respecto, recuerdo algunos episodios conmovedores de la lucha contra la Revolución que libraron los trabajadores de los astilleros de Gdansk en agosto de 1980. En primer lugar, decidieron que ningún vodka, el veneno que el Estado prodigaba a la población durante el régimen soviético, entraría en los astilleros. Sabiendo lo extendida que estaba esta droga en la Polonia soviética, me imagino lo que costaba renunciar a esta escasa comodidad. Lo maravilloso, sin embargo, fue la reacción de la ciudad: cuando se difundió la noticia, todo el pueblo, en un gesto de solidaridad, hizo el mismo sacrificio, renunciando al vodka. Según las crónicas, no había ni una gota de licor en toda la ciudad.
En segundo lugar, pidieron a algunos sacerdotes que entraran en los patios y los trabajadores se pusieron en fila para confesarse. Se habían dado cuenta de que, con una conciencia “sucia” no se puede lograr nada de valor o importancia. Pues bien, la película El complejo de Baader Meinhof es una película significativa aunque sólo sea porque fija este concepto fundamental en la mente de los espectadores.