ORDENACIÓN EPISCOPAL

Shanghái: la humillación de la Iglesia exige un cambio en el Vaticano

Tras el anuncio de la ordenación episcopal de Wu Jianlin, la Santa Sede ha hecho pública, sin comentarios añadidos, su aceptación como obispo auxiliar, a pesar de que Pekín lo nombró unilateralmente durante la sede vacante. Una situación desconcertante en la que el Papa León debería intervenir rápidamente.

Ecclesia 16_10_2025 Italiano English

Cuando el 4 de abril de 2023 el Gobierno chino violó abiertamente el acuerdo con la Santa Sede al nombrar unilateralmente a monseñor Shen Bin obispo de Shanghái, el Vaticano se tomó tres meses para decidir qué hacer. Finalmente, el 15 de julio, el Papa Francisco reconoció ese nombramiento, pero al mismo tiempo la Oficina de Prensa del Vaticano publicó una entrevista al secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, preparada por la propia Secretaría de Estado. Parolin, gran artífice de los acuerdos secretos firmados en 2018 y renovados cada dos años, por un lado denunciaba la violación de los acuerdos sin insistir excesivamente, y por otro reiteraba la voluntad de la Santa Sede de continuar con el diálogo. El secretario de Estado también expresaba su deseo de que no se repitieran esos nombramientos unilaterales, dando a entender que pondrían en grave peligro la renovación de los acuerdos, que se refieren principalmente al nombramiento consensuado de los obispos.

Sin embargo, dos años después, la situación es aún más grave: ayer mismo, según el programa ya anunciado, ha sido ordenado obispo el nuevo auxiliar de Shanghái, Joseph Wu Jianlin, que el régimen chino había nombrado obispo el pasado 28 de abril, cuando la sede apostólica estaba vacante tras la muerte del Papa Francisco apenas una semana antes. Y la Santa Sede ha dado la noticia haciendo saber que el Papa León XIV había ratificado este nombramiento el pasado 11 de agosto: “habiendo aprobado su candidatura en el marco del Acuerdo Provisional entre la Santa Sede y la República Popular China”, según la fórmula ya habitual.

Lo cual, sin embargo, es claramente falso en este caso, a menos que el acuerdo secreto dé carta blanca al régimen comunista chino en la elección de los obispos católicos. Por otra parte, como es habitual, la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (APCC, controlada por el régimen), al anunciar primero el nombramiento y ahora la ordenación en la catedral de Shanghái, nunca menciona los acuerdos con la Santa Sede ni hace referencia al Papa.

Se sabía que el dossier de China era probablemente el más complicado de abordar para el nuevo Papa, que se encuentra con una pesada herencia; y el propio León XIV ha reconocido en la famosa entrevista al final de su biografía escrita por Elise Ann Allen, que se tomaría su tiempo para decidir qué enfoque adoptar y que, mientras tanto, seguiría el camino trazado por su predecesor. Por otra parte, el cardenal Parolin, firme defensor de los acuerdos con China, es quien gestiona esta continuidad en la Secretaría de Estado. Sin embargo, ante una humillación sin precedentes y una afrenta tan descarada por parte del Gobierno chino, que incluso ha nombrado a dos obispos en el tiempo de la sede vacante, resulta desconcertante esta adaptación sin abrir boca, fingiendo que no pasa nada.

Sin embargo, el cardenal Parolin tendría mucho que explicar, no solo porque lleva años prometiendo resultados positivos para la Iglesia en China gracias a su política de diálogo y, en cambio, las cosas van cada vez peor, sino también porque precisamente en la entrevista de 2023 en la que “digería” el nombramiento de monseñor Shen Bin, puso una condición muy concreta. Es decir, esperaba que el nuevo obispo de Shanghái, una vez obtenido el placet de la Santa Sede, favoreciera y colaborara para encontrar “una solución justa y sabia de algunas otras cuestiones pendientes desde hace tiempo en la diócesis, como, por ejemplo, la posición de los dos obispos auxiliares, S. E. Mons. Taddeo Ma Daqin, aún impedido, y S. E. Mons. Giuseppe Xing Wenzhi, retirado”.

Este último había sido nombrado obispo auxiliar de Shanghái en 2005, el primer caso de nombramiento conjunto entre el Gobierno chino y la Santa Sede. Xing Wenzhi ya había sido designado sucesor del anciano Aloysius Jin Luxian, pero el 20 de diciembre de 2011 se vio obligado a dimitir y desde entonces está desaparecido. La Santa Sede nombró entonces en 2012 a Taddeo Ma Daqin en su lugar, pero al dimitir de la Asociación Patriótica inmediatamente después de su nombramiento, el régimen lo puso inmediatamente bajo arresto domiciliario en el seminario cercano al santuario de Nuestra Señora de Sheshan. Así, la sede de la diócesis de Shanghái, tras la muerte de Jin Luxian en 2013, quedó vacante hasta el controvertido nombramiento de Shen Bin.

Si el cardenal Parolin pensaba, mediante la aceptación vaticana de su nombramiento, obtener algo de Shen Bin, se llevó una decepción una vez más. Lejos de resolver la situación de monseñor Ma Daqin y monseñor Xing Wenzhi, fue él quien quiso como auxiliar a Wu Jianlin y fue sin duda el protagonista de la sonora bofetada a la Santa Sede con el nombramiento durante la sede vacante. Y ayer fue precisamente monseñor Shen Bin quien ordenó obispo a Wu Jianlin, en una catedral blindada donde se convocó a todos los sacerdotes, seminaristas y religiosos y religiosas para la celebración.

Lo ocurrido en Shanghái es otro duro golpe a la credibilidad de la Santa Sede, no solo para los católicos chinos, que ven cómo se recompensa el compromiso y la sumisión al régimen comunista, frente a todos aquellos que han sufrido feroces persecuciones por su fidelidad al Papa. En las relaciones con China también está en juego la relación entre la Iglesia católica y los Estados, entre la Iglesia y el poder político, una cuestión que el Papa León debería abordar con urgencia. Quizás interviniendo directamente en la Secretaría de Estado.