Santos Simón y Judas
La Iglesia recuerda en el mismo día a los santos Judas Tadeo y Simón el Zelote, llamado también el Cananeo. Según diversas fuentes antiguas, sufrieron juntos el martirio en Persia
La Iglesia recuerda en el mismo día a los santos Judas Tadeo y Simón el Zelote, llamado también el Cananeo. Según diversas fuentes antiguas, sufrieron juntos el martirio en Persia, donde se encontraron tras haber evangelizado otras regiones. Tadeo y Simón consiguieron convertir a muchos persas antes de que una rebelión anticristiana llevara a su arresto. Les llevaron a un templo de ídolos paganos donde ambos se negaron a renegar de Jesucristo y dieron una última señal a sus perseguidores, precedida por las palabras de Tadeo: «Para que sepáis que estos ídolos que adoráis son falsos, de ellos saldrán demonios que los romperán». Y así fue. Los apóstoles fueron masacrados por la muchedumbre, hostigada por los ministros paganos.
En lo que respecta a san Simón, es el evangelista Lucas el que refiere que se le daba el sobrenombre de «Zelote»: antes de conocer y seguir a Jesús, el apóstol probablemente pertenecía al movimiento político-religioso de los zelotes, es decir, de quienes unían, a la defensa de la ortodoxia judía, la rebelión al dominio romano, con algunas derivas extremistas. A pesar de que es el apóstol menos conocido, está representado en muchas obras de arte, a menudo con un serrucho, para recordar las circunstancias de su martirio.
Judas Tadeo, conocido como el «Santo de los imposibles», es el apóstol que en la Última Cena le preguntó a Jesús sobre su manifestación («Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»; Jn 14,22). El Señor le respondió: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras». Puesto que su padre Alfeo, como afirma el historiador Hegesipo, era hermano de san José, Judas Tadeo era primo de Jesús: en este sentido aparece, en los Evangelios de Mateo y Marcos, el término «hermanos» (cf. Mt 13,53-57; Mc 6,1-3). Este término, utilizado por la gente asombrada por los milagros realizados por Jesús, es debido a la ausencia, en hebreo, de palabras para indicar los diversos grados de parentesco (aun habiéndonos llegado solo redacciones griegas de los Evangelios, hay que considerar el contexto lingüístico originario y el hecho de que la palabra está dentro de un discurso directo).
El canon del Nuevo Testamento incluye la Epístola de Judas, escrita justamente por Tadeo, que se presenta como «siervo de Jesucristo y hermano de Santiago», refiriéndose al apóstol que los sinópticos llaman Santiago de Alfeo, llamado también el Menor. La epístola tiene apenas 25 versículos, pero es rica de significado. Tadeo exhorta a defender la fe auténtica, «transmitida de una vez para siempre a los santos», poniendo en guardia contra los falsos maestros que «blasfeman contra todo cuanto no conocen» y justifican la inmoralidad, especialmente en campo sexual. El apóstol recuerda el castigo de Sodoma e Gomorra por haberse abandonado a «vicios contra naturaleza» y reprende a quienes «manchan la carne, rechazan todo señorío y blasfeman contra seres gloriosos». Al final recuerda a los fieles la realidad de la batalla escatológica y cuál es su deber: «Tened compasión con los que titubean, a unos salvadlos arrancándolos del fuego, a otros mostradles compasión, pero con cautela, aborreciendo hasta el vestido que esté manchado por el vicio. (…)».