San Columbano por Ermes Dovico

Santa Teresa de Ávila

Muy hermosas son sus enseñanzas sobre la importancia de la oración que significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos nos ama» (Vida 8,5).

Santo del día 15_10_2024 Italiano English

«Escritora genial y fecunda», «maestra de vida espiritual», «contemplativa incomparable», la definió san Pablo VI el 27 de septiembre de 1970, día en que la proclamó Doctora de la Iglesia (primera mujer en recibir el título). Santa Teresa de Jesús, o, por el lugar de nacimiento, Teresa de Ávila (1515-1582), ha sido una gigante de santidad, protagonista de la Reforma católica gracias a intuiciones y acciones que durante los siglos no han cesado de producir fruto. «Teresa, sin la gracia de Dios, es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la gracia de Dios y mucho dinero, una potencia», decía de sí misma la fundadora de los Carmelitas Descalzos y de tantos nuevos monasterios. Era capaz de conjugar su riquísima espiritualidad con el sentido práctico, virtud que le fue necesaria para llevar a cabo la misión a la que Dios la llamó.

Su reforma del Carmelo se debía al hecho de que, con el paso del tiempo, la regla se había mitigado perdiendo vigor, hasta el punto de que la contemplación era difícil. Teresa promovió una clausura de estricta observancia para favorecer el recogimiento con Dios: la fecundidad espiritual de su regla pronto atrajo a muchas jóvenes. Mientras tanto, el encuentro con un joven carmelita, hoy universalmente conocido como san Juan de la Cruz («padre de mi alma», le llamó) fue decisivo para extender la reforma a la rama masculina. Pero el proceso no fue sencillo y la santa vivió pruebas dolorosas. Además de obstáculos externos, la reforma tuvo que superar diferentes resistencias internas, que culminaron en una discusión entre los «Descalzos» y los «Calzados». La controversia se resolvió solo en 1580 con el breve de Gregorio XIII que hizo de los Descalzos una provincia separada, preludio del paso a orden autónoma, que culminó algunos años más tarde.

El impulso misionero, que la hizo recorrer toda España fundando monasterios, maduró como consecuencia de lo que ella definió su «segunda conversión», a los 39 años. Fue cuando un día, esperando que iniciara la Santa Misa, sus ojos cayeron en una imagen de Jesús cubierto de llagas. «En mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía» (Vida 9,1). Desde ese momento volvió a dedicarse intensamente a la oración, que había casi abandonado. Y comenzó a vivir extraordinarias experiencias místicas hasta recibir los estigmas en el corazón (debido a la transverberación, cuando un ángel o el mismo Cristo traspasa el corazón con una flecha de fuego, que inflama el alma del amor de Dios), o sea, cinco heridas que había descrito y que fueron confirmadas por una autopsia.

Muy hermosas son sus enseñanzas sobre la importancia de la oración que significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). En uno de sus libros más importantes, Las Moradas o El castillo interior, escrito por obediencia, comparó el alma a un castillo con siete moradas, y habló del camino espiritual para llegar a la séptima morada, donde se podrá experimentar el gozo inefable de la unión con Dios. Pero, ¿de qué manera se puede comenzar este camino? Siguiendo el primero de los muchos consejos de Teresa: «La puerta para entrar en este castillo es la oración» (Moradas 1,7).

Patrona de: escritores, huérfanos, personas enfermas, personas que buscan la gracia

Para saber más:

Homilía de Pablo VI con ocasión de la proclamación de santa Teresa de Ávila como Doctora de la Iglesia