San Ubaldo de Gubbio
Pronto maduró el deseo de consagrarse a Dios, distinguiéndose por un espíritu de oración y castidad
Décadas antes de que residiera allí san Francisco de Asís, Gubbio ya conocía las virtudes de san Ubaldo (1085-1160), quien durante 31 años fue obispo de la ciudad y la ayudó a protegerse de los ataques enemigos. Nació en la noble familia Baldassini y quedó huérfano de padre cuando era niño. Pronto maduró el deseo de consagrarse a Dios, distinguiéndose por un espíritu de oración y castidad, aunque no fueron pocos los que trataron de disuadirlo de ese tipo de vida.
Ubaldo supo combinar la mansedumbre con la determinación y su fama de hombre santo se extendió más allá de las fronteras de Gubbio. Tras la muerte del obispo de Perugia, el clero y el pueblo de Perugia lo hubieran querido tener como el nuevo guía de la diócesis, pero el sacerdote, al no sentirse digno de ello, huyó y se escondió durante mucho tiempo en una ermita. Luego decidió presentarse ante papa Honorio II y le pidió que lo perdonara por haber rechazado que lo eligieran obispo. Así, cuando murió el obispo de Gubbio, Honorio, sin escuchar ya más razones, nombró a Ubaldo obispo de su ciudad. Esto ocurrió en 1129 y la elección del papa resultó providencial.
El santo, que nunca abandonó su austeridad de vida, se dedicó a la reforma del clero, soportando pacientemente las hostilidades de sus oponentes. Se dedicó a establecer la paz y ayudó a la importante ciudad-estado de Gubbio a defenderse de los asaltos de las tropas enemigas, sobre todo del asedio de once ciudades vecinas en 1151. Ubaldo pidió a los fieles hacer penitencia y los instó a invocar con confianza la ayuda del Señor. Durante tres días enteros, Gubbio se llenó de procesiones solemnes, con hombres y mujeres descalzos detrás de su obispo, entre himnos sagrados y oraciones; finalmente el obispo terminó con una súplica a Dios, pidiendo la liberación de la ciudad “cómo había liberado a los hijos de Israel de los egipcios”. El asedio acabó y los enemigos huyeron.
Cuatro años más tarde, Gubbio tuvo que hacer frente al peligro que suponía Federico Barbarroja. El emperador amenazó con destruir Gubbio si la ciudad no le pagaba una suma que excedía con creces las posibilidades de la ciudad. Los habitantes imploraron la intervención de Ubaldo, quien, aunque enfermo y en cama, se levantó para ir a encontrarse con Barbarroja. Este se quedó impresionado por ese santo obispo y le pidió la bendición: “Aquel que te ha otorgado la corona imperial en la tierra te recompense con el reino celestial” (se lee en la Vida escrita por su hermano de comunidad, Giordano). El emperador le dio las gracias y puso fin al asedio. Cuando Ubaldo murió el 16 de mayo de 1160, la afluencia de fieles para rendirle homenaje fue tal que el funeral se celebró tan sólo al cuarto día después de su muerte. Celestino III lo proclamó santo en 1192.