San Lorenzo
La fecha del 10 de agosto ya apareció en la Depositio Martyrum, escrita alrededor de 336
La figura de san Lorenzo († 258), diácono y mártir, ha sido objeto de gran devoción entre los fieles y una fuente de inspiración para artistas y poetas a lo largo de los siglos, desde Tiziano Vecellio hasta Giovanni Pascoli.
La tradición cuenta que nació en Huesca, España. Después de sus estudios teológicos, se mudó a Roma, distinguiéndose por su gran sentido de lo sagrado y caridad. Sixto II, elegido papa el 30 de agosto de 257, lo nombró archidiácono, una figura que se ocupaba de la administración diocesana, coordinaba las actividades de los otros diáconos y ayudaba a las viudas, los pobres y los enfermos. En esa época, el emperador era Valeriano que, a mediados del verano de 258, emitió su segundo edicto contra los cristianos, destinado sobre todo a hostigar al clero, como relató san Cipriano de Cartago (martirizado en septiembre del mismo año) en una carta: «El emperador Valeriano envió su rescripto al Senado, y en este se decidió que los obispos, sacerdotes y diáconos fueran ejecutados de inmediato».
El edicto imperial se llevó a cabo inmediatamente en Roma, donde el 6 de agosto los soldados sorprendieron a Sixto II mientras celebraba la Eucaristía en las catacumbas de San Calisto, decapitando ese mismo día al Santo Padre y a seis diáconos (Genaro, Magno, Esteban, Vicente, Agapito y Felicísimo, los dos últimos enterrados en las catacumbas cercanas de Pretextato). De todo el colegio diaconal en Roma, solo Lorenzo permaneció con vida. Se salvó porque el emperador esperaba que le entregase los tesoros de la Iglesia, con la promesa de mantenerle en vida. Se cuenta que el archidiácono reunió a un gran grupo de necesitados, y poniéndolos frente a Valeriano le dijo: «Aquí están nuestros tesoros, puedes encontrarlos en todas partes». Fue hecho prisionero. En la cárcel consoló, bautizó y le devolvió la vista a un preso llamado Lucillo. También ayudó a la conversión del centurión Hipólito, conmovido tanto por el milagro como por la serenidad del santo.
El martirio tuvo lugar el 10 de agosto. Lorenzo fue quemado vivo en la parrilla, como se dice en una antigua Passio tomada de san Ambrosio (340-397) en el De officiis ministrorum, donde también se nos relata el sentido del humor del santo en el momento de su prueba suprema: «Dadme la vuelta, de este lado ya estoy bien hecho». San Dámaso (304-384) le dedicó un famoso epigrama, recordando con palabras simples (verbera, carnifices, flammas, tormento, catenas ...) como los azotes, los verdugos, las llamas, los tormentos y las cadenas no pudieron hacer nada contra su fidelidad a Nuestro Señor. El mártir, que según la tradición tenía 33 años, fue enterrado en la vía Tiburtina, cerca del Campo Verano. Unas décadas más tarde, en plena pax constantiniana, se erigió la Basílica de San Lorenzo Extramuros en el lugar de su tumba, la primera de una treintena de iglesias construidas en Roma en su honor. También hay que destacar la de San Lorenzo in Fonte (lugar de su cautiverio) y San Lorenzo in Panisperna (lugar de su martirio) que, según la tradición, datan del siglo IV. El nombre de la segunda deriva de la costumbre, cada 10 de agosto, de distribuir a los pobres, panis et perna, es decir, pan y jamón, en memoria del santo.
La fecha del 10 de agosto ya apareció en la Depositio Martyrum, escrita alrededor de 336, confirmando así la antigüedad del culto a san Lorenzo, que representa el modelo perfecto de diácono. Este término deriva del griego y significa «siervo» y nos recuerda la enseñanza de Cristo que el santo supo encarnar en su vida. Su nombre se incluyó en el Canon Romano, la oración eucarística más antigua en la Iglesia de Roma, actualmente en uso y que aún sigue siendo la principal. Esta hace memoria de Lorenzo en la parte en la que se celebra la Iglesia triunfante. Como dijo san Agustín: «La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, el día que rechazó el mundo del mal. Lo pisoteó cuando se ensañaba cruelmente contra él, y lo despreció cuando lo seducía con sus halagos. En ambos casos, derrotó a Satanás [...] Fue ministro de la sangre de Cristo y allí, por el nombre de Cristo, derramó su sangre. Amó a Cristo en su vida, lo imitó en su muerte».
Patrono de los diáconos, los bibliotecarios, los cocineros y los bomberos