San Expedito por Ermes Dovico
SANTOS Y GASTRONOMÍA/17

San Jerónimo, un santo de carácter difícil

A menudo fue polémico e impetuoso, pero aportó mucho al cristianismo a través de su vida y sus escritos. Fue el responsable de la primera traducción oficial de la Biblia al latín, la llamada Vulgata. Y su mayor enseñanza, como ha dicho Benedicto XVI, fue “amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura”.
-LA RECETA 

Cultura 02_10_2021 Italiano English

Sentado en el tablinum (estudio en las casas romanas del siglo IV) con vistas al jardín, Jerónimo está sumido en sus pensamientos. Sobre su sencilla túnica de algodón blanco lleva una sobrecapa igualmente sencilla, llamada suparius. Reflexiona sobre la injusticia del mundo y sobre el hecho de que sus problemas provengan precisamente de sus compañeros sacerdotes. Piensa por un momento que la culpa es suya, porque es él quien ha pasado toda su vida centrado en la insatisfacción que le crea la imperfección de los demás. ¿Es una forma de orgullo? (Hoy en día un psicoanalista quizás lo llamaría narcisismo).

De hecho, su vida había sido una larga serie de huidas y desplazamientos. Nació hacia el año 347 d.C. en Stridone, una ciudad de Istria, en Croacia, que tiene una historia muy interesante (desde el siglo XI estuvo habitada por venecianos, y en 1421 se anexionó a la Serenísima República de Venecia). Procedía de una familia cristiana acomodada, por lo que pudo recibir una buena educación y una sólida cultura.

Cuando llegó a Roma para perfeccionar sus estudios se vio envuelto en un torbellino de fiestas y vida desordenada. Pero pronto se cansa de ello y –no siendo complaciente por naturaleza-, ve los defectos de los personajes que frecuenta y decide abandonar esa vida frenética e insulsa. Empieza a descubrir la paz interior que le ofrece la contemplación y decide trasladarse a Aquilea para unirse a una comunidad de ascetas. Pero los miembros de la comunidad son bastante polémicos y se marcha casi inmediatamente. Parte hacia Oriente y se detiene en Tréveris, llamada Augusta Treverorum, que era la capital de la provincia romana de Gallia Belgica. Tréveris es también la cuna de san Ambrosio y una de las ciudades más antiguas de Alemania. Aquí profundiza en sus estudios y luego regresa a su ciudad natal durante un tiempo. Vuelve a partir poco después y permanece unos años en Antioquía, donde perfecciona sus conocimientos de griego, y posteriormente se retira como ermitaño al desierto de Calcis, al sur de Alepo.

Durante cuatro años se dedicó de lleno a sus estudios, aprendiendo hebreo y transcribiendo los escritos de los primeros Padres de la Iglesia. Ese periodo fue importante para su formación espiritual: fueron años de meditación, soledad y lectura intensa de la Palabra de Dios que también le llevaron a reflexionar sobre el desfase entre la mentalidad pagana y la vida cristiana. Pero también aquí su sentido crítico traza su destino. Amargado por las diatribas de los anacoretas provocadas por la doctrina arriana, regresó a Antioquía, donde fue ordenado sacerdote en el 379. Desde aquí se trasladó a Constantinopla, donde siguió estudiando griego con Gregorio Nacianceno (329-390), obispo y teólogo griego.

En el año 382 el Papa Dámaso (305-384) convocó una reunión para discutir el cisma meleciano de Antioquía. Jerónimo fue invitado y regresó a Roma. Su fama de asceta y erudito le acompañaba, por lo que el Pontífice le eligió como secretario y consejero y le invitó a realizar una nueva traducción al latín de los textos bíblicos. En la capital, Jerónimo también fundó un club bíblico e introdujo a las mujeres nobles romanas en el estudio de las Escrituras. Las mujeres de la nobleza, deseando seguir el camino de la perfección cristiana y profundizar en el conocimiento de la Palabra de Dios, lo nombraron maestro y guía espiritual.

Pero su rigor moral no era compartido por el clero y las estrictas normas que proponía a sus discípulos se consideraban demasiado duras. Jerónimo era “gruñón” por naturaleza y no tenía un carácter fácil. Condenaba los vicios y las hipocresías y discutía a menudo con eruditos y expertos. Acabó cayéndole mal a muchos, por lo que, tras la muerte de Dámaso, decidió volver a Oriente y en agosto de 385 se embarcó en Ostia para llegar a Tierra Santa. Tiene en su séquito algunos monjes que le son fieles y un grupo de mujeres nobles que lo siguen, entre ellas una tal Paula con su hija: la madre considera que gracias a Jerónimo su familia ha descubierto la fe y le está muy agradecida.

Se embarcan en una peregrinación y llegan a Egipto; después Jerónimo se detiene en Belén, donde abre una escuela en la que enseña de forma gratuita. Gracias a la generosidad de Paola se construyen un monasterio de hombres, otro de mujeres y un hospicio para los viajeros que visitan los Santos Lugares. Jerónimo pasó el resto de su vida en Belén dedicándose a la Palabra de Dios, defendiendo la fe, enseñando la cultura clásica y cristiana y acogiendo a los peregrinos. Murió en su celda, cerca de la gruta de la Natividad, probablemente el 30 de septiembre de 420.

Era impetuoso, a menudo discutidor y pendenciero, y era odiado pero también amado. Aunque no era fácil hablar con él, aportó mucho al cristianismo con su testimonio de vida y sus escritos. Fue el responsable de la primera traducción oficial de la Biblia al latín, la llamada Vulgata –con los Evangelios traducidos del griego y el Antiguo Testamento del hebreo-, que sigue siendo hoy el texto oficial de la Iglesia de habla latina, aunque revisado.

Jerónimo (junto con Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno) es uno de los cuatro Padres de la Iglesia Occidental proclamados Doctor de la Iglesia en 1298 por Bonifacio VIII. Se conservan sus epístolas, comentarios, homilías, tratados, obras historiográficas y hagiográficas. Es muy conocido su De Viris Illustribus (con biografías de 135 autores, en su mayoría cristianos, pero también judíos y paganos), en el que muestra que la cultura cristiana era “una verdadera cultura digna de ser comparada con la cultura clásica”. No hay que olvidar su Chronicon –la traducción y reelaboración en latín del Chronicon griego de Eusebio de Cesárea, hoy perdido- con su narración de la historia universal, incluyendo ciertos datos y mitos, desde el nacimiento de Abraham hasta el año 325. Por último, hay muchas epístolas que revelan su espiritualidad y están llenas de consejos y enseñanzas profundas.

Benedicto XVI, que dedicó dos catequesis a Jerónimo en las audiencias generales del 7 y 14 de noviembre de 2007, dijo de él: “Esa Palabra, tan estudiada y comentada, también se comprometió a vivirla concretamente”. Y añadió, “sancionando” así la personalidad de san Jerónimo: “¿Qué podemos aprender de san Jerónimo? Me parece, sobre todo, esto: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Es importante que cada cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios que se nos da en la Sagrada Escritura... es también una Palabra que construye comunidades, que construye la Iglesia. Por eso debemos leerla en comunión con la Iglesia viva”.

Y así lo haremos.