San Gabriel de la Dolorosa
Defensor de la misión corredentora de María, tuvo un recorrido de vida similar al de tantos jóvenes, antes de comprender la caducidad de las cosas terrenales y dedicarse a las eternas
San Gabriel de la Dolorosa, el santo de la sonrisa, defensor de la misión corredentora de María, tuvo un recorrido de vida similar al de tantos jóvenes, antes de comprender la caducidad de las cosas terrenales y dedicarse a las eternas. “Así lo quiere Dios, así lo quiero yo”, decía con decisión. En el siglo Francesco Possenti (1838-1862), undécimo de 13 hijos, nació en Asís en una familia acomodada que en 1841 se trasladó a Spoleto. Perdió a su madre con cuatro años, un luto que marcó su camino espiritual. Cada vez que el pequeño buscaba a su madre, le respondían señalando con el índice hacia arriba: “Tu mamá está allí arriba”. En su habitación tenía una estatua de la Dolorosa sosteniendo en sus brazos a su Hijo muerto, y cuando preguntaba donde estaba la Virgen la respuesta era la misma: “Allí arriba”. De este modo creció en él una tierna devoción hacia la Virgen, alimentada por el Rosario, que recitaba de rodillas junto a su padre.
Realizó sus estudios con brillantes resultados en la escuela de los Hermanos de La Salle y, después, en los Jesuitas, demostrando una inclinación especial hacia las materiales literarias. En la escuela destacaba, se vestía con elegancia, iba a cazar, al teatro, le gustaba bailar. Nunca abandonó las prácticas cristianas, ni siquiera cuando era un adolescente. Se preocupaba mucho por el sufrimiento de los pobres y la oración. En esos años vio morir a dos de sus hermanos. También él enfermó, y prometió hacerse religioso si se curaba. Se curó, pero el interés que sentía hacia una joven de su edad le hizo dudar de su vocación, una pregunta que se hizo más profunda en 1855, cuando su amada hermana María Luisa murió repentinamente. El cambio llegó al año siguiente, el 22 de agosto, durante la procesión en la octava de la Asunción. El joven, de rodillas cuando pasaba la Virgen, tuvo una clara locución interior: “Francisco, ¿qué haces en el mundo? No estás hecho para el mundo. Sigue tu vocación”.
El 21 de septiembre, Francisco, que entonces tenía 18 años, vistió el hábito de los pasionistas en Morrovalle (a poca distancia de Loreto) con el nombre de Gabriel de la Virgen de los Dolores (o de la Dolorosa). Vivió su noviciado en la observancia de la regla de la Orden fundada por san Pablo de la Cruz, entre penitencias y oraciones por los bienes eternos y del prójimo. Un año más tarde pronunció el voto típico de los Pasionistas, es decir, difundir la devoción a Cristo Crucificado. Meditando intensamente sobre la Pasión de Jesús y el vínculo místico entre los dolores del Hijo y los de la Madre (la cual “nos alumbró en el Calvario” uniendo sus sufrimientos a los de nuestro Redentor y regenerándonos como hijos suyos), hizo voto también de difundir la devoción a la Virgen de los Dolores, a la que el santo llamó en varias ocasiones en sus cartas “nuestra Corredentora”, un título que podría ser objeto de un futuro quinto dogma mariano, reconociendo la misión especial de María al colaborar, como afirma la constitución conciliar Lumen Gentium, “a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él” (n. 56).
San Gabriel, que recitaba cada día la corona de los Siete Dolores de María, ofrecía continuos sacrificios, también pequeños (renunciar a una comodidad, una palabra inútil, un acto de vanagloria, etc.). A su padre, no convencido de su vocación, le escribía: “Mi vida está realmente llena de felicidad. Padre, te ruego que creas en tu hijo, que te habla con el corazón en la mano: no cambiaría un cuarto de hora de estar ante nuestra consoladora y nuestra esperanza, la Santísima Virgen María, con un año, o el tiempo que consideres, de espectáculos y diversiones del mundo”. Cuando su padre enfermó, lo exhortó a ofrecer su enfermedad a Dios y que meditara sobre ella, no según el mundo, sino con la ayuda de buenos libros sobre el amor de Jesús y María. “Conversar con Jesús y María te consolará, te dará fuerzas, te ayudará”.
Durante sus seis años de vida religiosa tuvo como padre espiritual al venerable Norberto Cassinelli (1829-1911), que siempre estuvo unido a san Gabriel y asistió a su beatificación. Con él y otros clérigos se mudó en 1859 a Isola del Gran Sasso, en los Abruzos, donde dos años más tarde aparecieron los primeros síntomas de tuberculosis. En la última fase de la enfermedad, dado que temía que el demonio pudiera tentarlo suscitando en él el orgullo, pidió a su confesor que destruyera el diario, en el que había relatado las gracias que la había concedido la Madre celeste, que le visitó por última vez en el momento de su muerte, a primeras horas del día 27 de febrero de 1862. Hacia finales del siglo XIX, una gran mística ahondará en su propia espiritualidad pasionista tras haber leído la vida de san Gabriel, que se le apareció en varias ocasiones y que rezó por ella: santa Gema Galgani.
Patrono de: la juventud católica; los Abruzos