San Esteban por Ermes Dovico

San Esteban

Su celebración litúrgica fue fijada por la Iglesia antigua el 26 de diciembre porque en los días inmediatamente posteriores a la Navidad querían recordar a los comites Christi, es decir, a los "compañeros" más cercanos al testimonio de la vida de Jesús.

Santo del día 26_12_2024 Italiano English

“Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Éstas fueron las últimas palabras terrenales de san Esteban, el primer mártir cristiano que dio testimonio de su fe en Cristo resucitado sin miedo a la muerte, y que, fiel a Cristo, lo imitó hasta el punto de pedir a Dios que perdonara a sus verdugos. Su celebración litúrgica fue fijada por la Iglesia antigua el 26 de diciembre precisamente porque en los días inmediatamente posteriores a la Navidad querían recordar a los comites Christi, es decir, a los “compañeros” más cercanos al testimonio de la vida de Jesús: de esta manera, celebramos el protomártir Esteban, el 26 de diciembre; san Juan Evangelista, el apóstol amado, el 27 de diciembre; y los Santos Inocentes, es decir, los niños asesinados por Herodes en un intento de acabar con el Niño Jesús, el 28 de diciembre. Por la misma razón, la liturgia de Navidad incluía originalmente la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, que más tarde se trasladó al 29 de junio.

Los Hechos de los Apóstoles presentan la figura de Esteban en el episodio que describe el descontento de los judíos de habla griega hacia los judíos porque, “mientras aumentaba el número de discípulos”, los primeros creían que sus viudas quedaban desatendidas en la asistencia cotidiana. Era la época de las primeras comunidades cristianas en la que los fieles compartían todos sus bienes. Para resolver el problema y no poder quitarle tiempo al ministerio de la Palabra, los Doce convocaron a los discípulos, invitándolos a elegir entre ellos “siete hombres de buena reputación, llenos de Espíritu y sabiduría”, a quienes confiarían el servicio de las mesas. San Lucas menciona a Esteban, “hombre lleno de fe y del Espíritu Santo”, como el primero de los siete elegidos, junto a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenás y Nicolás de Antioquía, sobre los que los Apóstoles -después de orar- impusieron sus manos, hecho en el que la Iglesia ve la institución del ministerio diaconal.

Mientras la comunidad cristiana de Jerusalén seguía creciendo y Esteban hacía milagros y hablaba con una “sabiduría inspirada” que ningún detractor era capaz de rebatir, la envidia que surgió en la sinagoga de los libertos (descendientes de los judíos palestinos, esclavizados por Pompeyo en el año 63 a.C.) les llevó a agitar al pueblo, a los ancianos y a los escribas, que lo arrastraron ante la sinagoga, donde fue acusado de blasfemia por falsos testigos en presencia del sumo sacerdote. Fue entonces cuando Esteban, con un rostro “como el de un ángel”, comenzó un discurso, el más largo de todos los Hechos, en el que reconstruyó la historia de la salvación desde Abraham hasta el profeta Isaías, pasando por los doce patriarcas, para finalmente amonestar a sus acusadores a convertirse a Cristo: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado”.

La ira de los presentes en el Sanedrín se desbordó cuando Esteban, mirando al cielo y viendo la gloria de Dios, dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”. Entre los furiosos gritos de sus enemigos que se taparon los oídos para no escucharlo, Esteban fue atacado y arrastrado fuera de Jerusalén. Quienes lo apedrearon, mientras el protomártir invocaba el perdón de sus verdugos, pusieron su manto a los pies del joven Saulo, el futuro san Pablo, que “estaba entre los que aprobaban su matanza”: el Apóstol de los gentiles seguiría persiguiendo a la Iglesia hasta su conversión en el camino de Damasco, fruto de una gracia extraordinaria, a la que correspondió anunciando incansablemente a Cristo y sufriendo por Él hasta su propio martirio.