Santa Cecilia por Ermes Dovico

San Cayetano Thiene

Fundador de los Teatinos, se le llama «el santo de la Providencia» por la confianza inmensa que tuvo en Dios, del cual sacó la fuerza para múltiples obras de caridad en favor de enfermos y necesitados

Santo del día 07_08_2020 Italiano English

San Cayetano Thiene (1480-1547), fundador de los Teatinos, está entre las figuras más bellas de la Reforma católica. Se le llama «el santo de la Providencia» por la confianza inmensa que tuvo en Dios, del cual sacó la fuerza para múltiples obras de caridad en favor de enfermos y necesitados.

Nació en Vicenza de la noble familia de los Thiene, quedando muy pronto huérfano de padre. Con casi 24 años se licenció en derecho canónico y civil en Padua. Más tarde se trasladó a Roma, donde se ganó el cariño de Julio II, convirtiéndose en redactor de las cartas pontificias y protonotario apostólico. En aquel período tomó parte activa en el apostolado del oratorio del Divino Amor, que se basaba en la oración y el servicio a los últimos de la sociedad. Su maduración espiritual le llevó al sacerdocio, ministerio del cual no se sentía digno: fue ordenado el 30 de septiembre de 1516, poco después de haber cumplido 36 años. Para celebrar su primera Misa esperó a la Epifanía.

La situación de decadencia moral de Roma, tanto entre el clero como entre el pueblo, le hacía sufrir: «…os encomiendo esta ciudad, una vez “santa”, ahora Babilonia, en la cual descansan tantas reliquias venerables», escribía en julio de 1517 a sor Laura Mignani, agustina en Brescia y su madre espiritual. En Navidad de ese mismo año, como revelará en otra carta a sor Laura, tuvo una extraordinaria experiencia mística: la Virgen le puso entre sus brazos al Niño Jesús. Sentía una tierna devoción por la Virgen. «Yo he sido amado, educado y vestido por Ella», escribió. Pidió a la Madre Celeste que le hiciera vencer su soberbia, frialdad, pereza y apego a los afectos terrenales. Y María le ayudó. En Vicenza promovió la construcción del nuevo Hospital de la Misericordia (donde acogió a los enfermos de sífilis que habían sido abandonados por las calles) y en Venecia el de los Incurables.

Al contrario que Lutero, que en esos años estaba construyendo su sistema de herejías, el santo estaba animado por un sincero deseo de contribuir a la reforma de la Iglesia según el espíritu apostólico de los orígenes. Con ese fin fundó con otros tres compañeros una fraternidad de sacerdotes a la cual Clemente VII, con el breve Exponi nobis (24 de junio de 1524), concedió poder llevar una vida en común. A pesar de que inicialmente no fuera su propósito fundar una nueva orden, el camino estaba trazado. Acogieron la gracia. La profesión solemne tuvo lugar el 14 de septiembre del mismo año en San Pedro: nacieron entonces los Clérigos Regulares Teatinos, llamados así por Teate (o Theate), antiguo nombre de Chieti, diócesis en la cual había sido ya obispo uno de los fundadores, Gian Pietro Carafa, el futuro Pablo IV. Durante el Saqueo de Roma en 1527, Cayetano y sus hermanos fueron torturados por los lansquenetes y encarcelados. Consiguieron escapar y huyeron a Venecia.

En 1533 Cayetano se trasladó a Nápoles. En esta ciudad permaneció hasta su muerte, salvo un paréntesis de casi tres años en la Laguna veneta. El sacerdote vicentino tuvo una relación espléndida con los napolitanos, que lo veneran como copatrono. A quien intentaba convencerlo de volver al Veneto, alegando también la motivación de las mayores posibilidades de recibir ofertas, respondía: «Que así sea, pero el Dios de Venecia es también el Dios de Nápoles». Dios nunca le hizo faltar nada. En la ciudad partenopea fundó hospicios, sostuvo el Hospital de los Incurables, instituyó un monte de piedad para conceder préstamos sin intereses, de donde nació después el Banco de Nápoles. Al mismo tiempo, obstaculizó la difusión de las ideas protestantes y alentó a los fieles a acercarse con frecuencia a los sacramentos de la Confesión y de la Comunión. Le dio nueva vitalidad a la devoción hacia el pesebre, difundiendo el uso de músicos que tocaban la zampogna. El suyo se convirtió, en poco tiempo, en uno de los nombres más difundidos entre los napolitanos.

Para saber más:

Cartas de San Cayetano