Protección del rebaño
Escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. (Jn 10,16)
«Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre». (Jn 10,11-18)
Entre las tareas principales de protección del rebaño, el pastor debe proveer el pasto de las ovejas que le han sido confiadas. Para hacerlo, llama a cada una de ellas mediante su voz para conducirlas al pasto, y ellas han aprendido a asociar su voz al afectuoso cuidado que él les presta. El Pastor supremo de la Iglesia es Jesús y los hombres llamados a esta tarea son sus representantes, los obispos y los sacerdotes, que deben repetir al rebaño, no sus ideas, sino la Enseñanza de Jesús. Recemos por nuestros pastores, para que sigan fielmente a Jesús.