Porque los trabajadores deben mirar a san José
A diferencia de las ideologías (marxismo in primis) que han instrumentalizado a los trabajadores, el magisterio de la Iglesia enseña que el trabajo debe hacerse según la voluntad de Dios, que en términos cristianos hace al hombre partícipe de la obra del Creador y del plan de salvación. Por tanto, Pío XII señaló a san José como modelo.
Los Evangelios, aunque con breves rasgos, nos brindan información que a menudo se subestima: una parte importante de la vida terrena de Jesús tuvo lugar en el trabajo. Para expresar el asombro (mezclado con escándalo) por la sabiduría que Jesús manifestó desde el inicio de su vida pública, sus conciudadanos lo llamaron “carpintero” (Marcos 6, 3) o “hijo del carpintero” (Mateo 13, 55). ¿Quién le había enseñado el oficio? Por supuesto, san José.
Esta escuela con su propio padre virginal tuvo por tanto un peso considerable en el crecimiento de Jesús en sabiduría, edad y gracia (que ocurre en la sumisión general a los padres). De ahí el significado salvífico de esta realidad, bien resumida en la exhortación apostólica Redemptoris Custos: “El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tiene en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la Encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención” (RC, 22).
El Redentor, acercándose al trabajo, lo purificó y santificó, como también lo recuerda el padre Tarcisio Stramare, josefólogo que colaboró con la RC. “La actividad humana no fue excluida por Él de la salvación, porque su solidaridad con el hombre fue total: semejante a nosotros en todo menos en el pecado”. Y sobre el papel del jefe de la Sagrada Familia, añadió: “Bueno, ninguno de los hombres, después de María, ha estado tan cerca de las manos, la mente, la voluntad, el corazón de Jesús como san José. Repitiendo el ejemplo de san José a los trabajadores, Pío XII subrayó precisamente que había sido el santo en cuya vida había penetrado más el espíritu del Evangelio”1.
Es por esta cercanía a Jesús que el papa Pacelli quiso instituir la fiesta litúrgica de “San José Artesano” (hoy memoria de “San José Trabajador”), anunciándola en el discurso del 1 de mayo de 1955. El contexto histórico en el que esto sucedió era influenciado negativamente por la ideología marxista, que miraba a los trabajadores (especialmente a los obreros) con el lente de la lucha de clases, según una perspectiva atea que excluía cualquier referencia al Padre celestial. Por tanto, hacía el juego al diablo, que “siembra cizaña” y “hace todo lo posible para difundir ideas falsas sobre el hombre y el mundo, sobre la historia, sobre la estructura de la sociedad y la economía”. Es cierto que el marxismo, mientras tanto, se ha vuelto más líquido pero las ideologías continúan proliferando. Y el trabajo sigue siendo, junto con la familia, uno de los ámbitos más atacados.
Ayer como hoy, la solución es -como indicó el mismo Pío XII- reconocer el reinado de Cristo sobre la historia y abrirle las “realidades sociales”, único camino hacia la verdadera paz y justicia. Para evitar la contaminación del error entre los eslabones más débiles de la cadena, el pontífice señaló esta precisa urgencia: “La formación religiosa del cristiano, y especialmente del trabajador, es una de las principales tareas de la acción pastoral moderna”. Tal formación no puede limitarse, en las intenciones de Pacelli, a la satisfacción de las obligaciones religiosas, sino que debe llevar al trabajador a profundizar la doctrina de la fe y comprender el orden moral del mundo, establecido divinamente. Y eso debe ser reconocido principalmente por gobernantes y empleadores.
Pío XII exhortaba, en definitiva, a recuperar el sentido cristiano del trabajo, que debe estar orientado a “extender el reino de Dios”. ¿Y qué mejor protector de san José que con su trabajo, y toda su vida, operó únicamente para este fin?
El trabajo, entendido de manera cristiana, hace al hombre partícipe de la obra creadora de Dios. Recordando el relato bíblico de los días de la Creación, san Juan Pablo II escribió que el primer “Evangelio del trabajo” se encuentra en el Génesis. Esa descripción (que nos dice que Dios al final de cada día veía la bondad de su obra) demuestra la dignidad del trabajo y “enseña que el hombre, trabajando, debe imitar a Dios, su Creador, porque lleva consigo -él solo- el elemento singular de la semejanza con Él. El hombre tiene que imitar a Dios tanto trabajando como descansando, dado que Dios mismo ha querido presentarle la propia obra creadora bajo la forma del trabajo y del reposo” (Laborem Exercens, 25). El trabajador es entonces llamado a observar el descanso dominical, que no solo concierne al aspecto físico, sino que involucra toda su dimensión interior. Se trata del reposo en Dios, que el hombre debe buscar en el “séptimo día” pero también en cada jornada laboral, encontrando espacios de tiempo para dedicarlos a la oración.
También en esto san José es maestro, ya que el carpintero de Nazaret no solo utilizó su trabajo para alimentar y servir a Jesús y María, sino que encontró las mayores alegrías del día en adorar al Hijo divino y alabar al Padre. Por tanto, el glorioso patriarca encarnaba a la perfección el principio del ora et labora y, por ello, incluso los contemplativos tienen un modelo en él.
De lo dicho, es evidente que el trabajo, tanto manual como intelectual (ver la alabanza al escriba que se convertie en discípulo del Reino de los cielos, en Mateo 13,52), debe realizarse según la voluntad de Dios y ayudar al hombre a obtener el gozo eterno. Esto también nos recuerda que una de sus dimensiones esenciales, como enfatizó Wojtyla, es la fatiga, que lo vincula admirablemente con la obra redentora. “En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva…” (LE, 27). ¿Cómo cambia la perspectiva de nuestros días si miramos el trabajo así, con todos sus esfuerzos y quizás pequeños contratiempos diarios? Entonces realmente se convierte en una expresión de amor, como lo fue para José, y un medio para ir al Paraíso.
[1] San Giuseppe. Dignità. Privilegi. Devozioni, padre Tarcisio Stramare, Shalom, 2008, pág. 121