Cristo Rey por Ermes Dovico

FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

¿Por qué lamentarnos?

El celo de tu casa me devora. (Jn 2,17)

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre. (Jn 2,13-25)


La casa es el lugar destinado al descanso terrenal. La casa del Padre es el lugar de la felicidad y del descanso eternos a los cuales están destinados los hombres. Por esto, si somos escrupulosos en el cuidado y embellecimiento de la casa terrena, mucho más deberíamos serlo con la eterna. En la Iglesia universal, camino principal para la vida eterna, este cuidado riguroso concierne a todos los fieles en Cristo, cada uno en el propio papel y ministerio. Y nosotros, ¿de verdad cumplimos con nuestra parte dentro de la Iglesia, o sabemos solo lamentarnos con los demás y con Dios?