San Marcos por Ermes Dovico
TRAS LA MUERTE DEL ESCRITOR

¿Por qué a los católicos les gusta tanto Sepúlveda?

Desde el periódico católico “Avvenire” hasta la web de la diócesis de Milán, coro casi unánime de elogios del mundo católico hacia el “defensor de los derechos humanos” Luis Sepúlveda. En realidad, el escritor era un radical-chic educado al odio y a la violencia de la ideología marxista. Fue representante del individualismo más radical, abrazando la causa LGTB y el ecologismo de Greenpeace. ¿Dios y la fe? Los consideraba como un engaño. Una cosa es hablar bien de los muertos, otra es ignorar lo que han representado escondiendo la verdad.

 

Cultura 28_04_2020 Italiano

Entre las víctimas de la pandemia Covid-19 hay que incluir también al conocido escritor chileno Luis Sepúlveda fallecido el pasado 16 de abril. Eran de esperar las condolencias, el homenaje y el llanto por parte de la izquierda radical-chic. Pero un poco menos esto mismo por parte del mundo católico. Sorprende por ejemplo el artículo que ha aparecido en el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, “Avvenire”, firmado por Fulvio Panzeri, con un estilo elogioso desde el mismo título:
Muere Luis Sepúlveda, cantante de la comunidad y de los derechos humanos. Subtítulo: “El escritor chileno falleció a los 70 años en Oviedo. El autor de ‘La gaviota y el gato’ ha estado luchando contra el Covid-19 desde febrero. Guardia de Allende, fue perseguido por el régimen de Pinochet”.

Elogio similar recibió por parte de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán, que recordó como lo había recibido con todos los honores durante un encuentro con los estudiantes en el 2010. También “ChiesadiMilano.it", la web de la diócesis milanesa, se sintió obligada a escribir un panegírico a favor de Sepúlveda, recordando “su compromiso en defensa de los derechos humanos”.

¿Pero quién era realmente Luis Sepúlveda Calfucura? Su abuelo Gerardo Sepúlveda, también conocido con el nombre de batalla “Ricardo Blanco”, fue uno de esos anarquistas andaluces que difundieron el odio anticristiano en España a finales de la década de 1930, y que sólo la providencial intervención del general Franco logró erradicar, salvando la Iglesia y la fe católica en la península ibérica. No se puede olvidar el balance de la carnicería de mártires cristianos perpetrada por la República anarquista-marxista de esos años: desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1 de abril de 1939 fueron asesinados doce obispos, un administrador apostólico, 4.184 sacerdotes diocesanos, 283 religiosas y 2.365 religiosos. Además de los miles de laicos asesinados “in odium fidei”.

La liberación de España por parte de Franco obligó al abuelo de Sepúlveda a huir a Chile, donde nació el joven Luis. Creció en la ciudad de Valparaíso con su abuelo paterno y un tío, también anarquista, que lo educó en el odio y en la violencia típicos de la ideología marxista desde su más tierna infancia. La consecuencia lógica de esa enseñanza inicial fue que Luis, a la edad de quince años, se unió a la Juventud Comunista, y terminó abrazando la lucha armada en Bolivia, donde luchó en las filas del Ejército de Liberación Nacional, y en Nicaragua, donde luchó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional con Daniel Ortega.

Sepúlveda, que obviamente hizo suyos con entusiasmo los ideales de la revolución cubana, se sentía un émulo de Ernesto Che Guevara, otra figura sombría en la historia de la humanidad. Creo que soy uno de los pocos contemporáneos que ha leído el pequeño ensayo del “Che” publicado el 16 de abril 1967 en el suplemento especial de la revista “Tricontinental” y titulado “La consigna es crear uno, dos, muchos Vietnam”.  En el susodicho ensayo el Che Guevara hablaba del “odio como factor de lucha” y del “odio intransigente, que permite al hombre superar sus limitaciones naturales y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”, ya que “un pueblo sin odio no puede triunfar”. Raramente he leído algo más anticristiano que este despiadado elogio al odio. En su ensayo, el Che Guevara continúa teorizando la lógica terrorista: “Hay que atacar al enemigo en su propia casa, en sus lugares de diversión; hay que practicar una guerra total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad (…); hay que atacarlo dondequiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite ». Una lógica digna de los yihadistas del ISIS.

Luis Sepúlveda ha vivido dentro de esta lógica como un pepinillo en vinagre y quería representar el odio y la violencia terrorista como una lucha por los “derechos de los pobres y de los últimos de la tierra”. El escritor chileno, en realidad, ha encarnado con su propia existencia el camino evolutivo o involutivo, según el punto de vista desde el cual se mire, desde la militancia marxista, hasta su transformación en individualismo liberal-radical. El filósofo italiano Augusto del Noce lo había profetizado con lucidez, cuando, en relación al Partido Comunista italiano, predijo su transformación en un partido radical de masas. Una especie de heterogénesis de los fines por la cual, partiendo de la perspectiva marxista que teoriza la prevalencia de la colectividad sobre el individuo incluso llegando hasta el punto de conculcar sus libertades (gulag) y se pasa a la visión liberal-radical por la cual el individuo, y muy a menudo sus deseos o sus caprichos, deben prevalecer sobre la dimensión de la comunidad social.

Sepúlveda encarnó esa parábola atravesando una fase favorable al mundo gay y del ecologismo. Luis Sepúlveda se convirtió en un defensor de las adopciones por parte de parejas LGBT. A ello se refería, por ejemplo, en su famosa obra Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar. Fue entrevistado en noviembre de 2013 por la periodista del periódico italiano La Repubblica, Leonetta Bentivoglio, quien le hizo esta pregunta: “Dado que la gaviota y el gato son la metáfora de una familia ‘anómala’, ¿Usted está a favor de la adopción de niños por parte de familias homosexuales?”. Su respuesta fue: “Definitivamente sí. Si dos personas son capaces de amar y ser responsables, no veo por qué negarles esta posibilidad”. No es casualidad que el sitio web “Gay.it” haya rendido homenaje a Sepúlveda tras su muerte, recordando su entrevista en “La Repubblica”, y alabando su declarado apoyo al mundo gay.

Después de esta fase gay-friendly, el escritor chileno entró en una fase ecologista. En 1982 entró a formar parte de la organización Greenpeace y trabajó en ella hasta 1987 como miembro de la tripulación en uno de sus barcos. En 1982 participó en el bloqueo del puerto de Yokohama, para evitar la salida de la flota ballenera japonesa. Más tarde trabajó como coordinador en diversos sectores de Greenpeace.

Luis Sepúlveda murió afirmando con orgullo que fue concebido “rojo, profundamente rojo” y proclamándose tercamente “marxista”. En una entrevista publicada en febrero de 2012, reflexionando sobre el significado de la vida, definió la muerte como “el cierre biológico y necesario de un ciclo”, considerando la idea de la inmortalidad como “insoportable”. Para él, el significado de la vida era simplemente “vivir y dejar vivir”. Es decir, el sinsentido. En la misma entrevista Sepúlveda afirmó “tener la fortuna de ser marxista y, por lo tanto, no necesitar nunca supercherías religiosas ni búsquedas de la luz para saber dónde está el camino que se pretende recorrer”. ¿Dios, la fe, la religión? Para Sepúlveda solo eran una “superchería”, un término que significa engaño, fraude, impostura, trampa dolosa y falaz.

Es cierto que es importante hablar bien de los muertos, pero no es menos cierto que es imposible ignorar lo que representaba la persona muerta, y en qué principios, valores e ideales creía. Una vez más estamos presenciando, en una parte del llamado mundo católico, el triste espectáculo de lo que sucedió con la muerte del líder radical Marco Pannella, el destructor más devastador de los principios cristianos en Italia. Y es aún más triste ver que incluso una parte de la jerarquía eclesiástica quiere complacer al mundo, pasando del “parce sepulto” (perdonar a quien está sepultado) al “lauda sepultum” (alabar al sepultado). Incluso cuando el sepultado ha conducido una existencia muy lejana de la perfección cristiana.