Nuestra Señora del Carmen
La fiesta de la Virgen del Carmen es una de las más queridas por la piedad cristiana
La fiesta de la Virgen del Carmen, vinculada a la historia muy particular de la Orden Carmelita, es una de las más queridas por la piedad cristiana. Y pensando en la riqueza de referencias bíblicas y místicas que trae consigo, se podría decir que manifiesta de manera especial la belleza del plan salvífico de Dios.
El Carmelo, un nombre de origen judío que significa «jardín» o «viña de Dios», es, estrictamente hablando, una montaña (perteneciente a la cordillera del mismo nombre) al pie de la cual se encuentra la ciudad de Haifa, en Israel. Se menciona en algunos pasajes del Antiguo Testamento como un símbolo de esplendor y perfección. Caput tuum ut Carmelus, «tu cabeza sobre ti, como el Carmelo» (Cant 7, 6), dice el esposo del Cantar de los Cantares, para expresar la belleza de la esposa. «Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón», anuncia Isaías en una de sus profecías sobre la venida de Cristo (Is 35, 2): en este verso, los Padres de la Iglesia han visto una referencia a María, la Madre del Salvador.
El Monte Carmelo es también el escenario de uno de los episodios más célebres narrados en el Primer Libro de los Reyes, donde Elías, el único profeta que queda para defender públicamente la pureza de la fe en Dios y que es perseguido bajo el reinado de Acab (c. 874-853 a.C.), desafía y vence a los 450 profetas de Baal (1 Re 18). Era el tercer año de la sequía que Elías mismo había predicho al rey, como castigo divino por las continuas ofensas contra el Señor y por la difusión del culto a los ídolos. La vista desde la montaña de una nube, pequeña «como la palma de una mano» que se elevaba del mar, era la señal de que la sequía estaba a punto de terminar: «En unos instantes los cielos se oscurecieron por las nubes y el viento, y sobrevino una gran lluvia». Esa pequeña nube fue leída por los antiguos Padres como una imagen profética de la Santísima Virgen, quien ha recibido al Hijo divino en su vientre, convirtiéndose en fuente fecunda de vida y salvación para la humanidad.
Según la tradición, la Sagrada Familia se detuvo en el Carmelo cuando regresaban de Egipto. A imitación de Elías, desde los albores del cristianismo, los ermitaños se establecieron en la montaña sagrada. Como leemos en el Libro de la Institución de los primeros monjes carmelitas, estos ermitaños «en el año 93 de la Encarnación del Hijo de Dios destruyeron su antigua casa y construyeron una capilla en el Monte Carmelo, en honor a esta primera Virgen consagrada a Dios, allá donde Elías en oración vio la pequeña nube». Cuando los primeros cruzados llegaron al Carmelo, a finales del siglo XI, encontraron allí religiosos que dijeron ser herederos de los discípulos de Elías y observaban la Regla de san Basilio. Por todo esto se comprende por qué la Orden Carmelita no tiene un fundador en el sentido común del término, pero siempre ha reconocido a la Santísima Virgen como su Patrona - prometiendo servirla fielmente, para la mayor gloria de Dios - y considera a Elías su propio padre espiritual.
Cuando se unieron a ellos los peregrinos latinos, los ermitaños del Carmelo comenzaron a llevar una vida cenobítica. A principios del siglo XIII le pidieron a san Alberto, que se había convertido en patriarca de Jerusalén (1205-1214), que escribiera una regla para su comunidad. Alrededor del año 1238, los frailes carmelitas tuvieron que abandonar Tierra Santa debido a los sarracenos y se establecieron en Europa, donde fundaron varios monasterios, el primero de los cuales surgió en Mesina.
Pero ¿por qué la fecha del 16 de julio? Se recuerda la figura de san Simón Stock, un inglés que fue el sexto prior de los carmelitas y que se esforzó por transformar su instituto en una orden mendicante (se le atribuye el hermoso himno Flos Carmeli). Tal como refiere la tradición, el 16 de julio de 1251 san Simón recibió un escapulario como don de la Santísima Virgen, la cual estaba rodeada por una multitud de ángeles y con el Niño en sus brazos. «He aquí el privilegio que te doy a ti y a todos los hijos del Carmelo. Quien muera vestido con este hábito no sufrirá el fuego eterno», le dijo la Virgen al santo, refiriéndose al escapulario, comúnmente llamado «pequeño vestido» y que consiste en dos piezas de tela unidas por un cordón. Es el sacerdote quien lo coloca en el cuello de los fieles. Y estos, consagrándose a María y poniéndose bajo su especial protección maternal, se comprometen a imitar sus virtudes para contemplar algún día el Rostro de Dios.