No rendirse nunca
Él se volvió y los regañó. (Lc 9,55)
Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea. (Lc 9,51-56)
Quienes anuncian el evangelio no deben esperar que todos los hombres que oigan la Palabra de Dios la acojan inmediatamente. Muchas veces la reacción será más bien la indiferencia o, incluso, el rechazo. A los discípulos no se les requiere la victoria sino que se les pide combatir. De hecho, no siempre quien siembra ve los frutos. A veces los hombres llegan a Dios mucho tiempo después de la siembra de la palabra. He aquí por qué Jesús regaña a Santiago y a Juan, porque no tienen paciencia para esperar. Y nosotros, ¿sembramos siempre, incluso cuando nos parece inútil, o nos rendimos enseguida?