No considerarse superior a los demás
Tu fe te ha salvado, vete en paz (Lc 7,50)
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte».
El contestó:
«Dímelo, maestro».
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?»
Respondió Simón y dijo:
«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no mediste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
(San Lucas 7,36-50)
Quien no reconoce ser pecador difícilmente sentirá la necesidad de ser purificado por Dios. Cuando falta la conciencia de la propia fragilidad, también desaparece la gratitud por el perdón recibido o por la protección concedida por la Gracia en las ocasiones de pecado. Por eso es fundamental no considerarse superior a los demás. Entre otras cosas, un auténtico discípulo de Jesús sabe bien que a quien más ha recibido (en dones, conocimientos u oportunidades) también se le pedirá más. Evitemos, pues, la fácil tentación de juzgar y condenar. Elijamos, en cambio, el camino de la oración y el deseo sincero de salvación, tanto para los demás como para nosotros mismos, con la esperanza de encontrarnos algún día todos unidos en la alegría del Cielo. ¿Eres capaz de aceptar tu condición de pecador sin sentirte mejor que quienes cometen errores más visibles? Cuando ves a alguien en dificultades espirituales, ¿rezas por su salvación o lo juzgas desde arriba?