No caer en el desánimo
Temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. (Mt 10,28)
«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo. Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos». (Mt 10,24-33)
¿Quién es el primer y más letal enemigo del encuentro entre Dios y el hombre, aquel que puede matar el cuerpo y el alma arrojándola al Infierno? Ciertamente no es Dios, que es infinitamente bueno. Ni siquiera el demonio, porque es como una bestia atada con una cadena: no puede hacernos daño, a no ser que nosotros, voluntariamente, entremos en su radio de acción cediendo a las tentaciones. Por tanto ¡todo depende de nosotros! Aprendamos a resistir a las tentaciones. Y si no lo conseguimos, pidamos perdón a la Divina Misericordia y empeñémonos en evitarlas en el futuro pidiendo la indispensable ayuda de la Gracia de Dios, sin caer nunca en el desánimo.