Natividad del Señor por Ermes Dovico
LA ENTREVISTA

Müller: un Consistorio para decirle al mundo que la paz viene de Dios

“Toda guerra es hija del pecado original, las armas de los cristianos son la oración y el anuncio del Evangelio de la paz”. “Es absurdo que Putin se llame cristiano y luego ordene matar a hombres que son imagen de Dios; y es inconcebible que una Iglesia cristiana se convierta en instrumento del nacionalismo”. “La unidad de la Iglesia se construye alrededor del Papa, no de la nación. Desafortunadamente, la Iglesia alemana ahora va en la dirección equivocada”. “Una cosa es ayudar a Ucrania a defenderse, y otra usarla para otros intereses políticos, como hace Estados Unidos”. “El envío de armas es un tema muy delicado, hay que encontrar el punto de equilibrio entre evitar la escalada y evitar que Putin amenace a otros países”. “Los católicos europeos no pueden criticar a Putin y luego hacer suyos los motivos de Bruselas, que también promueve una ideología anticristiana”. El cardenal Gerhard L. Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, habla para la Brújula Cotidiana.

Ecclesia 30_04_2022 Italiano English

«La guerra es hija del pecado original, es contra la voluntad de Dios. Y no sólo existe en Europa, existe en todos los continentes. Por eso sería bueno convocar un Consistorio para afrontar los desafíos de la paz en el mundo según las armas propias de los cristianos, la oración y el anuncio del Evangelio de la paz». Lo afirmó a la Brújula Cotidiana el cardenal Gerhard Ludwig Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, discutiendo sobre la guerra en Ucrania.

Su Eminencia, Europa es una vez más el escenario de una guerra, que ya dura más de dos meses y promete una escalada dramática. ¿Cómo juzgar lo que está sucediendo en Ucrania?
La guerra no existe sólo en Europa, existe en todos los continentes: es el signo del pecado original en el que se encuentra la humanidad. La guerra es siempre contra la voluntad de Dios, porque la voluntad de Dios es voluntad salvadora, Dios quiere la paz entre los hombres; pero sin la gracia santificante de la salvación los hombres no somos capaces de vencer esta concupiscencia que crea conflictos entre nosotros. Sabemos por la Biblia que la primera consecuencia del pecado original fue la historia de Caín y Abel, el asesinato entre hermanos. Desde Adán todos los hombres son hermanos en el plano de la naturaleza humana; aún más los que tenemos la gracia en Cristo, somos hermanos y hermanas en Jesucristo en un nivel más profundo. Por eso llama la atención que esta guerra la haya lanzado Putin, que se dice cristiano, a quien vimos el pasado domingo participando en la vigilia ortodoxa de Pascua en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Cuando estuve hace tres semanas en el sur de Polonia, a 10 km de la frontera con Ucrania, para visitar a los prófugos ucranianos, algunos periodistas me preguntaron si se podía comparar a Putin con Hitler y Stalin: respondí que en cierto modo es incluso peor porque esos eran ateos, pero Putin se presenta como cristiano. ¿Y cómo se puede besar el icono de Cristo, de María, de los santos y al mismo tiempo ordenar matar la imagen viva de Dios que son los hombres, incluso nuestros hermanos y hermanas cristianos, considerando que la gran mayoría de los ucranianos son cristianos?

De hecho, llama la atención ver que no solo las poblaciones de Rusia y Ucrania son cristianas, sino que las iglesias ortodoxas nacionales también están directamente involucradas en el conflicto.
Para nosotros los católicos es inimaginable hacer de la religión cristiana, de la fe en Cristo, un instrumento del nacionalismo. Respetamos a la nación como una realidad positiva, pero estamos absolutamente en contra de cualquier forma de nacionalismo, que significa hacer de la propia nación un dios: esto es paganismo. La nación es parte de nuestra existencia humana, como la familia, la ciudad, la lengua y la cultura: todos valores positivos, pero no podemos endiosarlos, son medios para llegar a Dios. Jesús dio su vida por todos los hombres, la universalidad de la fe católica debe hacernos superar todos estos “ismos”, que son ideologías, palabra que tiene la misma raíz de un ídolo. Este es el problema de la Iglesia Ortodoxa: ellos también profesan en sustancia la fe católica, pero han perdido esta orientación universal. En lugar de orientarse hacia el sucesor de Pedro, el Papa, su necesidad de un principio de unidad se traslada a la nación. Y esto es falso, va en contra de la fe cristiana: Jesús dio su vida por todos los hombres, rusos, americanos, italianos, etc., no por la nación como tal.

Me parece el destino de todas las denominaciones cristianas que se han separado de Roma (protestantes, anglicanos, ortodoxos), identificarse con sus respectivas naciones. Sin embargo, hoy, incluso en la Iglesia católica, hay quienes empujan hacia el modelo sinodal ortodoxo, hacia una especie de federación de Iglesias nacionales, como también lo demuestra el camino sinodal alemán.
Los católicos en Alemania, desde la época de Prusia, con Bismark y luego con Hitler, siempre fueron una minoría perseguida, ciudadanos de segunda clase, porque siempre hemos mantenido este vínculo con Pedro, y por eso nos han acusado de ultra montanistas. Lamentablemente, ahora la Iglesia en Alemania parece volver a caer en la tentación del nacionalismo, del desapego de la Iglesia católica. Pero esto no tiene nada que ver con la sinodalidad, que para nosotros coincide con la catolicidad. Nada que ver con la democratización de la Iglesia. La Iglesia Católica no es un Estado, la Iglesia es el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Es inconcebible para nosotros ver que el Santo Sínodo de la Iglesia Rusa habla de una guerra santa y justa, pero ¿a dónde hemos llegado? En la tradición cristiana una guerra es justa para defenderse del agresor, pero no para santificar la guerra como tal, como un instrumento adecuado de la política.

Hoy, incluso en el mundo católico occidental, existe una división entre quienes sostienen la necesidad de enviar armamento a Ucrania, y quienes están en contra y apoyan negociaciones inmediatas. ¿Cuál es el punto de equilibrio entre la necesidad de ayudar a un pueblo a defenderse y el riesgo de una escalada de consecuencias impredecibles?
El problema es que incluso la guerra justa depende de una realidad que es ambigua y ambivalente. Se justifica como una emergencia para defenderse, pero en todo caso no es un medio adecuado a la naturaleza humana, a la gracia y al amor de Dios por los demás. Incluso aquellos que se defienden deben matar a los demás y ese no puede ser el plan de Dios, entonces, es una situación muy delicada. Por lo tanto, sobre las armas deben decidir los políticos, pero mirando detenidamente la situación, qué es lo mejor para evitar una escalada y, al mismo tiempo, evitar que Putin amenace a otros países.

Hay quienes apoyan, Estados Unidos y Reino Unido a la cabeza, la necesidad de hacer que la guerra dure lo más posible para debilitar a Putin y castigarlo. De esta manera, sin embargo, es la población ucraniana la que paga. Desde el punto de vista moral, ¿es sostenible esta posición?
Esta es la ambigüedad de esta situación. El derecho de los ucranianos a defenderse es una cosa, los intereses de los estadounidenses en este enfrentamiento con Rusia son otra muy distinta, porque es obvio que tienen intereses que tienen que ver con el poder mundial. También es difícil sostener la superioridad moral de Estados Unidos y otros países que promueven el aborto y la ideología de género. La ayuda a los ucranianos no siempre tiene motivos puros, valores justos se mezclan con los propios intereses políticos. Tenemos que ser realistas, estos líderes respetan los principios morales solo cuando les conviene. Pero para nosotros, la moral es superior a los intereses políticos.

Obviamente, el discurso se extiende a la Unión Europea. En general, hemos vuelto a caer en la mentalidad de la guerra fría, que enfrenta a Rusia con Occidente. En cambio, San Juan Pablo II insistió mucho en el concepto de una Europa que se extiende desde el Atlántico hasta los Urales, un Occidente que por tanto incluye también a Rusia. ¿usted qué dice?
No podemos reducir Occidente a un concepto político, hablamos de Occidente y Oriente con las categorías de la cultura cristiana. Claramente Rusia es parte de la cultura cristiana, tiene una profunda cultura cristiana. Los cristianos rusos sufrieron mucho durante el comunismo, perdieron decenas de miles de religiosos y también millones de laicos perdieron la vida, perdieron sus familias, fueron exiliados, fueron a los gulags: dieron un gran testimonio de fe cristiana. Así que absolutamente tenemos que distinguir entre el pueblo -rusos y ucranianos- y este régimen en el que han sufrido. Y ahora hay que distinguir entre el pueblo y el “putinismo”, el ultranacionalismo. Nosotros, como Iglesia Católica, nos sentimos muy unidos a la Iglesia Ortodoxa: a pesar de las críticas al patriarca de Moscú por su rol en esta guerra; a nivel teológico, dogmático, sacramental, nos sentimos muy cercanos, unidos a los rusos. La Iglesia Católica debe moverse en otro nivel, no debe dejarse instrumentalizar por la política de Bruselas. No podemos criticar el ultranacionalismo de la Iglesia rusa y luego, con el mismo método, casarnos con la ideología y la política de la Unión Europea; porque los intereses de Bruselas son anticristianos, promueven una falsa antropología anticristiana. También nosotros, los verdaderos católicos somos perseguidos con la exclusión social, a causa de la ideología de género y abortista, contra la vida. Esto es lo que debemos recordar a los políticos europeos, los principios de la moral son superiores a los intereses políticos e ideológicos que tienen. Una cosa es criticar a Putin por su política militar, pero no podemos aceptar que critiquen a Putin en nombre de los valores occidentales porque no acepta el matrimonio homosexual. Estos no son valores.

A propósito de la ambigüedad de Bruselas: se exalta el nacionalismo ucraniano, luego se arremete contra dos miembros de la UE como Hungría y Polonia que defienden su identidad nacional.
Están llenos de contradicciones. En Bruselas critican a los húngaros por haber elegido a Orban, a quien no quieren, y aplauden a los franceses que votaron por Macron. Significa que no se juzga con objetividad, sino de acuerdo con los propios intereses. Los polacos han acogido a 3 millones de prófugos ucranianos, pero la UE incluso bloquea los fondos europeos a Polonia. Y al mismo tiempo le dio 3 mil millones a Erdogan. Critican al gobierno polaco elegido democráticamente, acusándolo de ir en contra de su propia Constitución, y luego pagan a un dictador. Se olvidan de sus propios principios, hay demasiada ideología en Bruselas. Quieren imponer su ideología, no respetan los principios de la democracia, donde el pueblo decide quién va al gobierno. También le pasó a Italia. Tienen en mente el globalismo, el gobierno mundial único. Pero ¿quién legitima este gobierno único? El gobierno único no garantiza la paz, todo lo contrario. La paz viene de Dios, no de los poderosos del mundo, quienes tienen sólo intereses económicos y políticos, y con estos intereses no se puede pacificar el mundo.

¿Qué puede y debe hacer la Iglesia para promover la paz?
Como ya se ha dicho, ésta es sobre todo una batalla espiritual, por lo que nuestras armas son la oración por la paz y el anuncio del Evangelio de la paz. Sería bueno hacer un Consistorio para discutir junto con el Papa todos estos desafíos para la paz mundial, es decir, cómo rezar y cómo estimular a los fieles católicos a entrar en esta batalla espiritual, que es la batalla de Dios contra el mal en el mundo. Debemos hablar según los criterios de la fe y de la moral. Los obispos no somos políticos, no debemos hablar de armas, sino de la batalla espiritual: escudo de la fe y espada de la Palabra de Dios, como dice san Pablo (cf. Ef 6, 13-16). Con amor y ayuda al prójimo, podemos mostrar a los políticos que existen valores superiores, que todo hombre es imagen y semejanza de Dios, y que éste debe ser el principio de la política.