Jueves Santo por Ermes Dovico
DE MUSSOLINI A STALIN

Maníacos y pervertidos: dictadores hasta debajo de las sábanas

Mussolini era un maníaco mujeriego; Togliatti era doble hasta en sus traiciones y abortos; Hitler era bisexual, pervertido y sadomasoquista; Berija era un pornógrafo y Stalin un pedófilo de “menores carnosos”. La vida emocional de los dictadores del siglo XX no brilla por su claridad. He aquí un estudio detallado.

Cultura 24_06_2021 Italiano English

La vida privada de los grandes personajes históricos, en particular los dictadores del siglo XX, suscita un interés creciente. Sus vidas han sido investigadas a fondo en lo relacionado con sus ideas, sus opciones políticas, etc. Desde hace algún tiempo, las investigaciones sobre la vida privada y emocional de Mussolini y Hitler, en particular, también han tenido un éxito considerable (Stalin, en cambio, ha tenido menos “suerte”).

Mussolini “mujeriego”
Italia ha estado marcada durante muchos años por la actividad política de Benito Mussolini, primero líder socialista, aclamado en la izquierda por su anticlericalismo y su celo revolucionario, posteriormente fascista.

La vida sentimental de Mussolini es bastante conocida: de joven fue un teórico del “amor libre”, contrario al matrimonio y a los hijos (tradujo un panfleto neomaltusiano titulado “Menos hijos, menos esclavos”), cercano al feminismo de izquierdas. Antes de ser el Duce frecuenta burdeles, gestiona incluso 3 ó 4 relaciones al mismo tiempo, desinteresándose de los hijos que nacen de ellas: para ellos está el manicomnio, como para el hijo que tuvo Ida Dalser, el abandono, o incluso el recurso al aborto, como en el caso de uno de los dos hijos que tuvo la jovencísima Bianca Ceccato, su jovencísima secretaria personal en el Popolo d’Italia.

Historiadores como Mimmo Franzinelli, autor de Il duce e le donne. Avventure e passioni extraconiugali di Mussolini [El Duce y las mujeres. Aventuras y pasiones extraconyugales de Mussolini] (Mondadori, Milán, 2013), y Antonio Spinosa, que escribió I figli del duce [Los hijos del Duce](Rizzoli, Milán, 1983), han investigado la historia de algunas de las amantes del Duce, desde las socialistas judías Angelica Balabanoff y Margherita Sarfatti hasta Ida Dalser, Leda Rafanelli (experta en adivinación y en el Corán), Giulia Mattavelli... y, en aras de la brevedad, Claretta Petacci.

Roberto Festorazzi lo resume así: “El consumo voraz de carne femenina fue una constante en su vida”, junto con el uso de drogas, “como estimulante sexual” (Roberto Festorazzi, Margherita Sarfatti. La donna che inventò Mussolini [Margherita Sarfatti. La mujer que inventó a Mussolini] (Colla editore, Vicenza, 2010). Su juvenil frecuentación de los burdeles llevó a Mussolini a considerar el sexo como su “obsesión” (también temió, durante mucho tiempo, haber contraído la sífilis), hasta el punto de que el médico Pierluigi Baima Bollone no dudó en calificar al Duce de “maníaco sexual” (Pierluigi Baima Bollone, La psicología de Mussolini).

Sabemos que el Duce del fascismo –que formaba parte de una corriente libertaria que iba desde el “amor libre” de la izquierda hasta la exaltación, por parte de la derecha, de las relaciones “rápidas y fáciles” de los futuristas, de la “pareja abierta” y de la homosexualidad de los fiumanos y de Gabriele D'Annunzio- también habría querido introducir el divorcio, pero se detuvo para evitar una nueva oportunidad de conflicto con la Iglesia católica [1].

Los abortos de Togliatti y Spallone
Desde este punto de vista, la historia de Mussolini se parece mucho a la de otro campeón de la duplicidad, Palmiro Togliatti, líder del PCI: también el Migliore no escatimó en elogios públicos a la familia y exaltaciones retóricas de la descendencia mientras engañaba a su esposa Rita Montagnana, descuidaba a su hijo enfermo y cortejaba a las mujeres mucho más jóvenes que su esposa, empujándolas cuando era “necesario” al aborto ilegal (el hecho se dará a conocer en 2000, cuando se descubrió que en la clínica privada Villa Gina de su médico de confianza, Ilio Spallone, “se realizaban abortos incluso en casos en los que el embarazo estaba muy avanzado, incluso con pacientes en su sexto mes de gestación, incluso con pacientes que no querían hacerlo”, véase periódico La Repubblica, 9/6/2000).

La homosexualidad de Hitler y de los líderes de las SA
El “maniático” Mussolini, tras sus primeros encuentros con Adolf Hitler (hacia quien, como es sabido, alimentaba una mezcla de atracción y repulsión) llamó al alemán... “un maníaco sexual loco”. Más allá de esta definición, la sexualidad de Hitler y de varios jerarcas nazis estuvo durante años, hasta 1934, en el centro de un gran debate en Alemania: en una época en la que todavía existía el delito de sodomía (art.175), los periódicos católicos, comunistas y socialdemócratas acusaron al líder de la NASDAP de ser el jefe de una “camarilla de homosexuales”.

El 5 de julio de 1934, después de la noche de los cuchillos largos, por ejemplo, el periódico comunista Deutsche Volks Zeitung afirmó que Hitler había asesinado a “cómplices que se habían vuelto peligrosos”, especialmente porque conocían “la vida privada del Führer homosexual”. ¿De dónde salió la acusación planteada por periodistas que también estigmatizaron el racismo nazi y que pagarían con su vida como Fritz Gerlich?

El historiador y homosexual judío George Mosse, en el estudio más famoso sobre el tema, Sexualidad y nacionalismo (Laterza, Roma-Bari, 1996), recuerda que la homosexualidad estaba muy de moda entre los antiguos combatientes de la derecha nacionalista y racista alemana, muy proclives al desprecio de las mujeres y al culto de la belleza del cuerpo masculino, que el nazismo promoverá con insistencia. Para estos partidarios del “orgullo” homosexual, que a menudo habían compartido, como Hitler, los años de servicio militar y de guerra sólo entre hombres, los homosexuales constituían “la flor de la virilidad”, y sus cuerpos desnudos eran un símbolo de fuerza, de coraje, de desprecio de los pseudovalores burgueses y cristianos (pudor, intimidad...).

En particular, la homosexualidad de Ernst Röhm, líder de las SA, y que es el hombre más poderoso del partido después de Hitler (que en 1933 lo nombró Reichsleiter y ministro de su primer gobierno) era conocida, porque se reivindicaba públicamente. Mosse recuerda: “En 1932 Hitler había defendido enérgicamente a Röhm cuando se le acusó públicamente de corromper a la juventud abusando del rango de comandante para seducir a algunos de sus hombres”.

Incluso el historiador Joachim Fest en su libro Il volto del Terzo Reich [El rostro del Tercer Reich] (Mursia, Milán, 2011) señala la “impronta típicamente homosexual de las SA”, y describe a los primeros nazis como apátridas y desarraigados que despreciaban “los vínculos sólidos y, por lo tanto, también los que tenían con las mujeres y la familia”, viendo en las mujeres el medio para procrear, y en el amor homoerótico, -ya practicado por los paganos griegos- una dignidad superior.

El historiador Francesco Maria Feltri resume así el homosexualismo nazi: “El nazismo se opuso desde el principio al feminismo, que Hitler tachó de absurda y peligrosa innovación marxista. Al principio, sin embargo, el movimiento tenía una actitud mucho más fluida y ambigua hacia la homosexualidad. El nazismo era hijo de la guerra y celebraba la comunidad elegida de quienes habían vivido juntos la experiencia excepcional de las trincheras; las mujeres estaban a priori excluidas de ese mundo masculino que se consideraba superior, porque estaba formado por hombres que habían atravesado las ‘tormentas de acero’ del conflicto mundial. Además, con el paso del tiempo, la propaganda nazi hizo un uso cada vez más frecuente del desnudo masculino, considerado el vehículo privilegiado para transmitir la idea de la superioridad de la raza aria sobre todas las demás. En este contexto, no es sorprendente que un tipo particular de homosexualidad que despreciaba a las mujeres pudiera extenderse entre las filas nazis, especialmente entre las SA de Röhm...” (Francesco Maria Feltri, Nazismo e identità di de genere [Nazismo e identidad de género] en Chiaroscuro. Corso di storia, vol. III, Seis, Turín, 2010).

Por su parte, el historiador francés Max Gallo, en La notte dei lunghi coltelli [La noche de los cuchillos largos] (Mondadori, Milán, 1999), nos da cuenta de las orgías entre hombres que caracterizaron la vida de muchas SA de alto rango.

En cuanto a Hitler, la “acusación” también recayó sobre él, no sólo por sus numerosas amistades masculinas y su evidente desinterés por las mujeres, encubierto –como muchos afirman- por su falsa relación con Eva Braun, sino también por su obsesivo deseo de hacer desaparecer todo lo que se refería a su juventud, casi como si quisiera ocultar algo que le hubiera degradado a los ojos del país. Así, un testigo como el ex nazi Hermann Rauschning, autor de Hitler me dijo (1939): “Más repugnante que cualquier otra cosa es el miasma apestoso de sexualidad furtiva y pervertida que emana e impregna la atmósfera que rodea a Hitler, como un efluvio diabólico. Nada en este medio es franco. Relaciones clandestinas, falsos sentimientos, lujurias secretas, así como mistificaciones y símbolos: nada de lo que rodea a este hombre es natural y genuino, nada tiene la frescura de un instinto natural”.

Hace unos años, el 15/5/2001, el diario La Repubblica reseñaba las revelaciones de la CIA –también basadas en los relatos de Ernst Franz Sedgwick Hanfstaengl, antiguo secretario de prensa de Hitler- sobre las perversiones del Führer, definido como “homosexual y heterosexual, pervertido, sadomasoquista con una vida sexual desastrosa”, al igual que su “delfín” Rudolf Hess, también conocida como “Frau Anna” y el ya mencionado Ernst Röhm.

Nada nuevo, en verdad, sino una pieza más que se suma a las revelaciones sobre la homosexualidad del libro Führer presenti in Roma nazista [Führer presentes en la Roma nazi] (1949) de Eugen Dollmann (intérprete personal de Hitler y delegado de Himmler), en Der nie Verlor (1947) de Fritz von Unruh, en la larga y exhaustiva investigación, Il segreto di Hitler [El secreto de Hitler] (Rizzoli, Milán, 2001) del historiador Lothar Machtan, o, para llegar al presente, en el ensayo de Mirella Serri, profesora de La Sapienza de Roma, titulado Gli invisibili. La storia segreta dei prigionieri illustri di Hitler in Italia [La historia secreta de los prisioneros distinguidos de Hitler en Italia] (Longanesi, Milán, 2015).

En esta última obra el autor, además de revelar los amores clandestinos con hombres del príncipe Felipe de Hesse (marido de Mafalda de Saboya e importante intermediario entre Hitler y el Duce), recuerda que también el joven Hitler, al igual que el advenedizo Mussolini, era vigilado por la policía, y que el dossier que se le dedicaba contenía nombres, apellidos y testimonios de varios jóvenes de entre 18 y 20 años, con los que el futuro Führer solía pasar las noches, previo pago.

La pedofilia de Stalin
En cuanto a la Rusia comunista, el historiador S. S. Montefiore ha sido quien ha descrito en sus ensayos la caza de Josif Stalin de “menores carnosos” y su gélido desprecio por sus numerosos hijos legítimos e ilegítimos. Montefiore también relata la ferocidad del terrible Nikolaj Ivanovič Ezov, bisexual, que pasaba su tiempo libre en “orgías con prostitutas”, con soldados y otros dirigentes bolcheviques, y la de Lavrentij Berija, jefe de la policía secreta, que “guardaba en su despacho unas porras que utilizaba para torturar, pero también toda una serie de ropa interior femenina, artículos eróticos y material pornográfico que parecía ser obligatorio para los jefes de la policía secreta”.

La vida de Berija fue un torbellino de violencia sexual y violaciones contra actrices y deportistas citadas en su dacha y amenazadas con acabar en un campo de concentración si se negaban a someterse a él. “Algunas amantes desgraciadamente se quedan embarazadas”, pero los policías organizaban inmediatamente “abortos reparadores” en el departamento médico del MVD. Cuando por casualidad algún niño concebido por las violaciones en las fiestas de los jerarcas comunistas escapaba al aborto, acababa inmediatamente en un orfanato (S.S. Montefiore, Il giovane Stalin e Gli uomini di Stalin [El joven Stalin y Los hombres de Stalin]).

1] Al día siguiente del referéndum sobre el divorcio, en 1974, el ex ministro de Asuntos Exteriores fascista Dino Grandi expresó su satisfacción por el resultado al periodista Benny Lai, explicando que por fin se había llegado a lo que él y Mussolini también habrían querido, tantos años antes: “Mussolini exigió que la Santa Sede, que había reforzado su estricta neutralidad tras la intervención de Italia en la guerra, se pusiera del lado de las potencias del Eje. A su vez Hitler insistió, con su conocida estupidez, en que Italia rompiera con la Santa Sede. En ese momento me tocó redactar el nuevo código civil. Pues bien, recibí órdenes perentorias de Mussolini de redactar los artículos relativos al matrimonio de forma contraria al artículo 34 del Concordato... Así que me rebelé, me rebelé por razones tácticas”, de modo que al final Mussolini dijo: “Estos curas me han engañado. Quizás tengas razón (al decir que no es el momento adecuado, ed)...” (Benny Lai, Il mio Vaticano [Mi Vaticano]).