San Pascasio Radberto por Ermes Dovico
POLÍTICA ECLESIAL

Los obispos norteamericanos, “fríos” ante el cardenal elegido por Francisco

La decisión del Papa Francisco de crear al cardenal Robert McElroy sigue provocando un debate al otro lado del Atlántico. La Conferencia Episcopal de Estados Unidos desestima fríamente la decisión del Pontífice, mientras el padre James Martin la alabada y califica al nuevo cardenal como “amigo de la comunidad LGTB”.

Ecclesia 08_06_2022 Italiano English

La decisión del Papa Francisco de crear cardenal a Robert McElroy sigue provocando un debate al otro lado del Atlántico. Mientras por un lado tenemos al padre James Martin que se alegra de la púrpura dada al que califica de “amigo de la comunidad LGBT” que además fue “uno de los primeros partidarios de Building a bridge”, por el otro hay todo un mundo católico estadounidense que ha crecido con los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y que pone mala cara ante el nombramiento.

La reacción de la propia Conferencia Episcopal, encabezada por el arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez –a quien se le vuelve a negar el cardenalato concedido en cambio a un obispo de una sede sufragánea a la suya- es más bien tibia, por decirlo suavemente. Un comunicado de unas pocas y escasas líneas en el que se ha limitado a decir que con este nombramiento “el Papa Francisco ha mostrado su atención pastoral a la Iglesia de Estados Unidos”. Tanto los ganadores como los perdedores están de acuerdo en que con este nombramiento Bergoglio ha querido dar un mensaje inequívoco: a la mayoría no se le escapa que McElroy critica a los obispos que insisten en negar la Eucaristía a los políticos pro-choice.

La púrpura llega en un momento en el que el tema, 18 años después del caso John Kerry y de la nota del entonces cardenal Joseph Ratzinger sobre Ser Digno de Recibir la Sagrada Comunión, está de plena actualidad debido a la presencia de un presidente católico que lucha con el Tribunal Supremo para defender el derecho al aborto. En los mismos días en que el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, prohíbe a Nancy Pelosi recibir la Eucaristía, es el obispo de San Diego, acostumbrado a tachar estas iniciativas de “instrumentalización política”, quien recibe el “premio” de la púrpura.

Una “asistencia” que ha hecho delirar de alegría a los círculos del catolicismo liberal hasta el punto de lanzar una provocación en las páginas de su principal órgano, el National Catholic Reporter: que el presidente demócrata de la Cámara encabece la delegación oficial de Estados Unidos en el consistorio del 27 de agosto.

Los nombramientos de cardenales por parte de Francisco en Estados Unidos, todos apuntando en una dirección concreta, confirman la falta de feeling entre el actual pontificado y la mayoría del episcopado de las barras y estrellas. Una distancia que se pone de manifiesto en las sonoras palabras papales pronunciadas hace tres años en el aire antes de la visita apostólica a Mozambique (“¿Los americanos me atacan? ¡Para mí es un honor!”). El padre Antonio Spadaro ha realizado un análisis de esta falta de amor en su “El nuevo mundo de Francisco” aventurando que el “catolicismo estadounidense moldeado por las guerras culturales” juzgaría este pontificado “peligrosamente cercano o no suficientemente combativo contra el liberalismo secularista encarnado por el Partido Demócrata” y, por tanto, “como una derrota del paradigma intelectual y moral (...) identificado en términos definitivos por Juan Pablo II y Benedicto XVI”.

Es interesante observar cómo el jesuita siciliano, que es alguien considerado muy cercano al Santo Padre ve una diferencia sólo de forma, pero no de fondo, entre el enfoque de las organizaciones de laicos/medios de comunicación/think tank y el del episcopado. Este último, de hecho, según Spadaro mantendría hacia el actual pontificado “actitudes institucionales de aparente neutralidad” que en realidad esconderían una plena adhesión a la línea más abiertamente crítica de los otros.

De ahí, tal vez, el intento de pasar página del pasado reciente, imponiendo –a golpe de púrpura- un modelo de liderazgo episcopal bien definido y alejado del que todavía es mayoritario. Pero para “imprimir” en la Iglesia de EE.UU. un cambio grato sería necesario rediseñar el episcopado. Y ésta no es una tarea fácil si no se juega en casa, como demostró el resultado de las elecciones de la Conferencia Episcopal en 2019.

Mientras tanto, la semana pasada, monseñor Robert Barron, hasta entonces auxiliar de Los Ángeles, ha sido nombrado para dirigir la diócesis de Winona-Rochester. Barron es una auténtica celebridad en el extranjero ya que es el fundador y la cara principal de Word on Fire, una organización sin ánimo de lucro que realiza apostolado a cientos de miles de personas a través de internet. Hay quienes sostienen que este nombramiento debe interpretarse como un promoveatur ut amoveatur para inducir al prelado a aflojar sus vínculos con su imperio mediático.

Barron también ha estado recientemente en el centro de las investigaciones periodísticas sobre la supuesta mala conducta sexual de un antiguo empleado de Word on Fire y su trato con el personal. Curiosamente, los ataques han venido sobre todo de los medios católicos más liberales (principalmente NCR) a los que históricamente no les gusta por su adhesión a la línea de la hermenéutica de la reforma y la renovación en continuidad sobre el Vaticano II ya querida por Benedicto XVI.

Sin embargo, el fundador de Word on Fire también ha sido criticado por los tradicionalistas por alabar a James Martin y comentar favorablemente uno de sus libros. Algunos, simplificando, lo llaman centrista. Estos perfiles podrían constituir la nueva generación de obispos estadounidenses: la proporción minoritaria de progresistas en el episcopado hace que la promoción de muchos nuevos McElroys no sea una conclusión inevitable.

2022, en cualquier caso, será un año decisivo para entender qué rumbo tomará la Iglesia americana: en noviembre, de hecho, expira el mandato de monseñor Gómez como presidente. Hace tres años, los prelados habían preparado una sucesión bajo la bandera de la continuidad, eligiendo al conservador Allen H. Vigneron, arzobispo de Detroit, como vicepresidente, y por tanto, según la costumbre, como sucesor in pectore. Veremos si realmente va a ser así o si habrá golpes de efecto.