La victoria final del Hijo
Dijo el Señor a mi Señor. (Mc 12,36)
Mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: «¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”. Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Una muchedumbre numerosa le escuchaba a gusto. (Mc 12,35-37)
Volviendo al Salmo 110, Jesús enseña que el Mesías profetizado por David, inspirado por el Espíritu Santo, no solo pertenecerá humanamente a su descendencia, sino que será de naturaleza divina. De hecho la premisa de la cita: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies”, subraya la igual dignidad entre el Padre y el Hijo, y la victoria final y total de ambos. Así, el Mesías esperado no salva solo a un pueblo en un determinado momento, sino que es el único puente a través del cual cada hombre de cada tiempo tendrá que pasar para ser salvado eternamente. Sin Él, cada acción que sea solo humana será inútil ya que, como afirma Salomón, hijo de David, en el Salmo 127: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Jesús, por tanto, advierte a los cristianos que se mantengan alejados de las ideologías que, al querer construir un paraíso exclusivamente terrenal, transforman la vida de los hombres en un infierno.