La verdadera devoción a María
Ahí tienes a tu madre. (Jn 19, 27)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. (Jn 19, 25-34)
Entregando a la Virgen María el discípulo predilecto, en representación de todos los discípulos de Cristo, la Madre de Dios se convierte también en Madre de la Iglesia, o sea de todos nosotros, los creyentes. Acordémonos siempre de tener a la Virgen María como modelo de nuestra vida y, también, de pedirle siempre a ella ayuda en nuestras adversidades. Si aún no lo hemos leído, meditemos el Tratado de la verdadera devoción a María, de san Luis María Grignion de Montfort, un libro imprescindible para poder avanzar en el amor a María y, en consecuencia, también a Jesús.