La venganza de Francisco contra Gänswein está llena de inexactitudes
En su nuevo libro, Bergoglio vuelve a hablar sobre las relaciones con su predecesor. El Papa arremete contra el secretario de Ratzinger que previamente había desmentido la “leyenda” de la armonía entre los dos Papas. También explica su versión sobre el cónclave de 2005, pero los datos no cuadran.
Mientras invoca la paz para el mundo, Francisco abre nuevos frentes de guerra en la Iglesia. Lo acaba de hacer con unas declaraciones concedidas al periodista español Javier Martínez-Brocal en el libro-entrevista El sucesor. En los adelantos difundidos en las últimas horas, el Papa ha dado su opinión sobre la relación con Benedicto XVI sin ahorrarse duras críticas a monseñor Georg Gänswein.
Al secretario particular de confianza de Ratzinger parece tener la culpa de haber desmentido de una vez por todas en su libro Nient'altro che la verità (“Nada más que la verdad”) el relato de una convivencia armoniosa entre el Pontífice reinante y su predecesor retirado en el monasterio Mater Ecclesiae. Comentando el contenido del libro escrito a cuatro manos por Gänswein con el periodista Saverio Gaeta, Bergoglio por un lado hace alarde de superioridad diciendo que “por supuesto que no me afecta, en el sentido de que no me condiciona”, pero por otro lado expresa todo su enfado porque ese libro le “pusiera contra las cuerdas, contando cosas que no son verdad”.
Nient'altro che la verità ha desvelado el trasfondo de la destitución de Gänswein en 2020 del cargo de Prefecto de la Casa Pontificia supuestamente por no haber impedido que Benedicto XVI publicara un texto en defensa del sacerdocio en el ya famoso Dal profondo del nostro cuore (Cantagalli editore) escrito por el cardenal Robert Sarah poco después del Sínodo sobre la Amazonia. Gänswein desveló que Bergoglio no quiso escuchar la petición de su predecesor de restituirle como Prefecto de la Casa Pontificia. Los hechos confirman que Gänswein, tras el estallido del caso Sarah, ya no volvió al lado del Papa reinante en las audiencias públicas, aunque formalmente conservó el cargo.
Siempre arremetiendo contra el arzobispo alemán, Francisco ha reconocido a Martínez-Brocal que había vivido la publicación de los adelantos de Nient'altro che la verità el día del funeral “como una falta de nobleza y humanidad”.
Más allá de la crítica en sí, no tiene sentido ocultar la reacción de estupor ante estas palabras de los muchos que no olvidan la actitud que Bergoglio mantuvo los días de la exposición y el funeral de su predecesor: Francisco no acudió a la basílica de San Pedro para rezar ante el cadáver, se obstinó en confirmar la audiencia general de los miércoles en el Aula Pablo VI a pesar de los consejos de cardenales y colaboradores que a duras penas lograron convencerle de que aplazara unos días el funeral para permitir que cardenales de todo el mundo llegaran a tiempo a Roma. Es inolvidable también la homilía corta y despersonalizada, así como las prisas del Papa durante el funeral.
Más allá del juicio sobre las cuestiones doctrinales y pastorales del actual pontificado, en esa coyuntura afloró ese componente de carácter que a menudo ha llevado a Francisco a tomar decisiones amargamente incomprensibles en estos once años. La expulsión de Gänswein del Vaticano un mes después, sin ningún otro encargo, cerró el cuadro.
Desde hace tiempo, menospreciando lo obvio y a veces lo ridículo, hay quienes probablemente han aconsejado al Papa que presente una narrativa muy diferente de su relación con Ratzinger, separándolo de los “ratzingerianos” que supuestamente lo utilizaron en su contra. También ha acabado en este círculo monseñor Gänswein, el hombre que estuvo a su lado hasta el final y que fue su albacea testamentario. En el libro-entrevista El sucesor, esta voluntad de presentar una relación probablemente distinta de la realidad está quizá en el origen de las no pocas contradicciones del entrevistado. Francisco no ha dudado incluso en hacer público su relato del cónclave de 2005.
La imagen de un Papa dispuesto a revelar detalles de los dos últimos cónclaves -por otra parte, uno de sus temas favoritos entre periodistas y biógrafos- en virtud de su condición de legibus solutus es en sí misma poco tranquilizadora. Peor aún si estas supuestas revelaciones chocan con la información existente y con declaraciones hechas anteriormente por él mismo.
Bergoglio ha afirmado que fue “utilizado” por los cardenales que querían bloquear la elección del favorito Ratzinger tras la muerte de Juan Pablo II y que él favoreció a este último dando un paso atrás después de haber recibido 40 preferencias. Basándonos en el detallado relato del cónclave de hace 19 años publicado en Limes por el vaticanista Lucio Brunelli -admirador de Bergoglio y uno de los pocos que predijo su elección en 2013-, sabemos que el entonces cardenal argentino reunió en realidad 40 votos en la tercera votación. El Papa le dijo a Martínez-Brocal que “si hubieran seguido votando por mí, [Ratzinger] no habría podido alcanzar los dos tercios necesarios para ser elegido Papa”. En ese momento, según su versión, el argentino habría dicho al cardenal Darío Castrillón Hoyos: “No bromees con mi candidatura, que ahora digo que no acepto, ¿eh? Déjenme aquí. Y entonces salió elegido Benedicto”. Así que, según el Pontífice reinante, su paso atrás habría sido decisivo para desbloquear la situación y propiciar la elección de Ratzinger.
Pero esta versión plantea más de una duda. En efecto, según el diario del cardenal anónimo publicado por Brunelli, parece que en la cuarta votación los votos a favor de Bergoglio no bajaron a cero, como se podría suponer tras la retirada “anunciada” del candidato, sino que se produjo un descenso a 26 preferencias, yendo las restantes al favorito alemán, convertido así en Papa. Que en torno a Bergoglio había una candidatura real ya en 2005 y que su derrota no fue el efecto de una retirada voluntaria parece atestiguarlo el amargo comentario del cardenal belga Godfried Danneels, partidario suyo, en declaraciones al diario flamenco De Morgen, al que dijo que el cónclave había “demostrado que aún no era el momento para un papa latinoamericano”. Además, parece muy improbable que el cardenal Castrillón Hoyos, uno de los miembros más conservadores de todo el colegio y entonces mano derecha de Benedicto en el diálogo con la Fraternidad San Pío X, pudiera ser siquiera un abanderado de la facción anti-Ratzinger.
Otra inexactitud es la que se afirma sobre los “dos tercios de los votos necesarios para ser elegido” que el alemán no habría conseguido si Bergoglio no se hubiera retirado. En realidad, la constitución apostólica Universi Dominici Gregis, en vigor desde 1996, había retirado el quórum mayoritario de dos tercios (reinstaurado después por Benedicto en 2007): por tanto, si los anti-Ratzinger se hubieran resistido, sus partidarios sólo habrían necesitado llegar hasta la 34ª votación para ganar por mayoría absoluta. El Papa tiene 87 años y han pasado casi veinte desde aquel cónclave, por lo que la memoria puede haberle jugado una mala pasada.
Otro adelanto del libro El sucesor que será polémico es el referido a la defensa de su sucesor que supuestamente hizo Benedicto XVI, en aquel momento ya emérito, con algunos cardenales que se quejaron ante él por las declaraciones bergoglianas sobre las uniones civiles. Estas son las palabras del Papa: “Tuve una conversación muy agradable con él cuando algunos cardenales fueron a verle sorprendidos por mis palabras sobre el matrimonio, y él fue muy claro con ellos, les ayudó a distinguir las cosas (...) por eso me defendió”. Probablemente se refiere a la polémica suscitada por un fragmento de entrevista difundido en un documental del director Evgeny Afineevsky en el que el Pontífice se abría a una ley sobre las uniones civiles. Eso de que el anciano y ahora emérito Benedicto dé la razón a su sucesor ante los cardenales que le visitan para quejarse parece casi un topos del que Francisco ya ha hecho uso, por ejemplo en el vuelo de regreso de Armenia respondiendo a una pregunta de la periodista Elisabetta Piqué. El viaje apostólico, sin embargo, se remonta a 2016, por lo tanto cuatro años antes de la ventisca sobre las palabras en el documental. ¿Ha echado el Papa emérito a los cardenales “críticos” de la Mater Ecclesiae más de una vez para defender a su sucesor, o lo de Francisco es más bien un recurso narrativo, un poco como cuando ha contado más de una vez que su secretaria habría visto a un perrito en un carrito de bebé situando cada vez la escena en un ficticio “el otro día”? ¿Cómo conoce el Pontífice reinante el contenido de esas supuestas conversaciones de Benedicto XVI con algunos cardenales? Sacar a colación una conversación “muy agradable” que mantuvo con él en torno a la época de este supuesto episodio parecería aludir a que fue el propio Benedicto XVI quien se lo contó.
Algo difícil de imaginar ya que, por lo que sabemos, Ratzinger en su etapa en el monasterio Mater Ecclesiae no dejó de reunirse y escuchar a los cardenales más incómodos con el actual pontificado. En cualquier caso, por lo que respecta a las leyes sobre uniones civiles, más de un episodio calificado “de relato” y sucedido más de un año después de la muerte del interesado, confirma lo que Joseph Ratzinger escribió en 2003 en un documento oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe -las Consideraciones sobre los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales- donde se afirma que “hay que abstenerse de cualquier tipo de cooperación formal en la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas así como, en la medida de lo posible, de la cooperación material en el plano de la aplicación”.