San Lucas Evangelista por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La recompensa de la misión

Designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él (Lc 10,1)

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.

Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.

Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”».

(San Lucas 10,1-9)

 

Estar en misión por cuenta de Dios no es un oficio, pero hace merecedores de recompensa porque implica compromiso y esfuerzo. La recompensa no está ligada principalmente a la providencia material que Dios asegura a los apóstoles a través de personas de buena voluntad; el mayor don es la misión misma, especialmente cuando, a los ojos humanos, parece producir solo fracasos, sufrimiento o persecuciones. Recordemos, pues, que quien siembra con lágrimas cosechará con alegría. Y tú, ¿consideras la misión como algo que concierne a los demás o como un don que te hace partícipe de la obra de Dios? Con tu ejemplo de vida cristiana, ¿estás dispuesto a sembrar en los corazones de quienes te rodean, aunque no te comprendan y, a veces, incluso te humillen?