Santos mártires coreanos por Ermes Dovico
FRAGMENTOS DEL EVANGELIO

La Palabra de Dios debe compartirse

Salió el sembrador a sembrar su semilla (Lc 8,5)

En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla.

Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron.

Otra parte cayó en terreno pedregoso y, después de brotar, se secó por falta de humedad.

Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron.

Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno».

Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».

Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola.

Él dijo:
«A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas,"para que viendo no vean y oyendo no entiendan".

El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios.

Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.

Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.

Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes y riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.

Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».

(San Lucas 8,4-15)
 

Jesús utiliza con frecuencia las parábolas para transmitir el mensaje del Reino. Estos relatos, sencillos pero profundos, estimulan a quienes los escuchan a reflexionar y a buscar el significado más verdadero y duradero. Cuando Jesús revela su significado a los discípulos, no lo hace para reservarlo a unos pocos íntimos, sino para que ellos, al participar de la verdad, puedan luego comunicarla a todos. La Palabra de Dios, de hecho, es una luz que no debe ocultarse, sino elevarse para que ilumine a todos los hombres. Quien escucha, comprende y guarda la enseñanza del Señor está llamado a hacerla fructificar, compartiéndola con los demás a lo largo del camino de la vida. No basta con acoger interiormente el Evangelio: es necesario dar testimonio de él, con palabras y gestos, en la realidad cotidiana. Cuando escuchas una palabra de Jesús que te conmueve, ¿intentas aplicarla concretamente en tu vida o se queda solo en una «satisfacción» intelectual? ¿Te comprometes a transmitir a los demás lo que has comprendido del Evangelio con el testimonio y, si se te pide, también con la palabra?