La Navidad nos dice que la salvación llega a través de la familia
La Sagrada Familia es el modelo de todas las familias humanas porque a través de ella vino al mundo el Redentor. Junto con el don de su Hijo, el Padre eterno nos regala su paternidad, ofreciéndonos la posibilidad de entrar a formar parte de la gran familia divina. La Navidad nos recuerda, pues, que el camino de la salvación pasa por la familia.
Publicamos a continuación la homilía pronunciada por San Juan Pablo II el domingo 25 de diciembre de 1994 durante la Misa de Nochebuena.
***
“Puer est natus nobis, Filius datus est nobis”: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Is 9,5).
En esta noche en la que celebramos la Navidad del Señor, las palabras del profeta Isaías adquieren una relevancia particular. He aquí que ha nacido el Niño. El evangelista Lucas escribe: “Se le cumplieron los días del parto. Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,6-7). Son palabras que conocemos bien. Las encontramos en innumerables representaciones artísticas y en muchas obras literarias. Están en el corazón de la cultura cristiana y, en cierto sentido, también de la cultura universal.
El Dios-Hombre nace, eligiendo venir al mundo del seno materno como todo hombre. Es el primogénito, el primero y único, dado a luz por María. Como todo recién nacido, también él queda al cuidado de su Madre y de José, el carpintero, que por voluntad de su Padre celestial se convierte en su guardián en la tierra.
El momento de su nacimiento tiene un marco histórico preciso: Jesús nace en tiempos de César Augusto, mientras Quirino es el gobernador romano de Siria y tiene también Palestina bajo su jurisdicción. Jesús nació durante el censo ordenado por Augusto para todo el imperio. Para someterse a esta orden, José y María viajaron de Nazaret a Belén, porque ambos pertenecían al linaje de David. Pero lo que tiene especial elocuencia es el hecho de que, nada más nacer, el niño Jesús “fue acostado en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,7).
2. “Puer est natus nobis, Filius datus est nobis…”.
El Evangelio de san Lucas lo cuenta todo sobre el nacimiento del Niño: era un puer, es decir, un varón; su madre era virgen, esposa de un hombre de la casa de David (cf. Lc 1,27), el lugar de nacimiento Belén (cf. Lc 2,4), la cuna un simple pesebre (cf. Lc 2,7). Al exponer el acontecimiento, Lucas deja entrever al mismo tiempo el contexto familiar. Como toda familia humana, también la de Jesús pasa por momentos difíciles. Poco después del nacimiento del Niño, en efecto, tuvo que huir ante la crueldad de Herodes y, tras su muerte, regresó a Galilea y compartió la suerte de la gente sencilla de Israel.
Esta Familia ha sido durante todo este año el modelo de todas las familias humanas y lo sigue siendo para siempre. Es, en efecto, la Sagrada Familia. Es la Familia en la que vino al mundo el Hijo de Dios, el Redentor del mundo.
En la noche de la Navidad del Señor, los pastores, que cuidaban sus rebaños en los campos de los alrededores de Belén, oyeron unas palabras que los llamaban al lugar donde estaba acostado el Niño. Un ángel les dijo: “He aquí os anuncio una gran alegría, que será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Ésta es la señal para vosotros: encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12). Los pastores de Belén pudieron convencerse así de que el camino de la salvación pasa por la familia.
También nosotros hemos podido convencernos de nuevo de esta verdad en este año que termina. Ha sido el Año de la familia en todo el mundo y en la Iglesia.
3. “Filius datus est nobis…”: “Un hijo se nos ha dado…” (Is 9,5). ¡Qué precisa es la distinción aplicada por el profeta Isaías! Predice el nacimiento del Señor, tal como se relata en el Evangelio de Lucas y Mateo, así como en el de Juan. Si, en efecto, el Niño nació como Hijo del hombre, hijo de una Madre humana, al mismo tiempo este Hijo fue dado por el Padre celestial como el mayor don para el hombre. Reunidos aquí, somos testigos del misterio de la Encarnación. El Hijo consustancial al Padre, Aquel a quien profesamos en el Credo con las palabras: “Dios de Dios, Luz de Luz”, se hizo hombre. “El Verbo se hizo carne”, escribe san Juan en su Evangelio (Jn 1,14).
Con su nacimiento, el Dios-Hombre introduce a toda la humanidad en la dimensión de la divinidad, concede a todo hombre, que se abre con fe a aceptar el don, la participación en la vida divina. Éste es precisamente el sentido de aquella salvación de la que oyen hablar los pastores en la noche de Belén: “Os ha nacido un Salvador…” (Lc 2,11).
El camino de la salvación pasa por la familia, no sólo en el sentido humano primordial del término, sino más aún en el sentido que deriva de la Navidad del Señor. En efecto, cuando el Padre eterno nos da a su Hijo para que habite entre nosotros, se nos da también a sí mismo, junto con Él, nos dona también su paternidad, ofreciendo a todos, a la humanidad entera, la posibilidad de entrar a formar parte de la gran familia divina. Los caminos de la salvación del hombre están unidos a esa Familia divina que se manifestó en la noche de Belén. Que el Año de la Familia que está llegando a su fin nos ayude a todos a profundizar en este misterio, para el bien de todos los hombres y de todas las naciones del mundo.
4. Leemos en Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que habitaban en tierra de tinieblas brilló una luz. Multiplicaste la alegría, aumentaste el gozo” (Is 9,1-2).
¿Cómo es posible que la Navidad del Señor sea un acontecimiento de alegría? Ocurre, en efecto, no sólo para los cristianos, sino también para los demás. El tiempo de Navidad es, en la liturgia y en la tradición, un tiempo de especial alegría. Lo encontramos en los himnos que resuenan aquí, en la Basílica de San Pedro, y en toda la tierra, hoy a medianoche. Resuenan incluso en medio del sufrimiento, como pueden atestiguar quienes viven la cárcel, el campo de concentración, el hospital u otros lugares donde se ha sufrido o se sigue sufriendo. La alegría por el nacimiento del Hijo de Dios es mayor que el sufrimiento. Comparto esta alegría con todos vosotros, e invito a ella a todos utilizando las palabras angélicas: “Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres que ama el Señor” (Lc 2, 14).
Queridos hermanos y hermanas, os anuncio una gran alegría: por medio de su Hijo, que se hizo hombre por nosotros, ¡Dios nos ama!