La inflación, es culpa de los bancos centrales y de los gobiernos derrochadores
La inflación no es un “aumento de precios”, sino un aumento de la liquidez circulante. El aumento de los precios es sólo una consecuencia. La vertiginosa subida de los precios al consumidor está provocada por la política monetaria de los bancos centrales que han inyectado dinero de manera irresponsable, desde la crisis de 2007 hasta el presente, especialmente durante la pandemia del Covid. Los gobiernos, por su parte, debido al daño que han causado con los confinamientos, incrementan el gasto público con fondos de recuperación y bonos, agravando aún más el problema. ¿Saldremos algún día de este espiral?
Como indiqué en otros artículo (aquí, aquí y aquí), la inflación, entendida en sentido propio, consiste en la expansión monetaria que lleva a cabo el sistema bancario (bancos centrales y bancos comerciales con reservas fraccionarias) según la lógica fiduciaria, más allá de lo que ocurriría en un sistema financiero no manipulado. Los primeros efectos de estas políticas son los aumentos de precios en el sector inmobiliario y los precios de acciones y bonos en los mercados financieros, la llamada “asset class inflation”; el efecto último e inevitable, es el aumento de los precios de producción, y por tanto de consumo, lo que se denomina “inflación” en el sentido común del término. Este último, sin embargo, es sólo el efecto visible del proceso menos evidente de expansión monetaria que es la causa: el uso de la terminología correcta ayuda, como siempre, porque nos hace entender que si queremos eliminar los efectos -el alza de precios- primero debemos eliminar las causas -la expansión monetaria ad libitum del dinero fiduciario.
La expansión de la liquidez global de M2 en los últimos veinte años ha sido realmente impresionante: de 15 a 20 billones de dólares estadounidenses a principios de siglo a alrededor de 40 billones durante la Gran Crisis Financiera de 2007-2009 a 80 billones antes de CoViD hasta aproximadamente 100 billones actuales. Un crecimiento exponencial, que se descontroló aún más durante la llamada “pandemia”, que condujo a una verdadera “financiación de la economía”, es decir, a una creciente discrepancia entre la dinámica financiera y la dinámica real.
La expansión monetaria desenfrenada también está en el origen de la explosión de la deuda global, pública y privada, que se ha apoderado del 365% del PIB mundial, con un crecimiento acelerado en los últimos años, especialmente por el aumento de la deuda pública ligada a la explosión de los gastos extraordinarios hechos por los gobiernos para “enfrentar” las consecuencias negativas de los confinamientos que han impuesto. Para reducir el valor de las deudas en términos reales, los bancos centrales han perseguido persistentemente la subida de precios, manteniendo aplastados los rendimientos nominales de los bonos con sus políticas ultra expansivas, especialmente con las intervenciones leasing cuantitativa, es decir, de compras de bonos públicos y privados en los mercados financieros con “dinero” generado ex-nihilo, aumentando exponencialmente sus balances con un simple clic del mouse: el poder de la alquimia financiera.
Surgen, pues, dos consideraciones:
1) Los bancos centrales son los responsables de la explosión de las deudas y tratan de descomponerlas utilizando las mismas herramientas (expansión monetaria) que las provocaron, creando inflación y rentabilidades reales negativas: un perro que se muerde la cola, en definitiva;
2) Los gobiernos son responsables de la expansión del gasto público en déficit, justificado por los “fondos de recuperación” destinados para remediar -en modo parcial y tardío, aunque muy costosos para los contribuyentes- los graves perjuicios al sector productivo, que ellos mismos provocaron con la estrategia ideológica de CoViD-cero, perseguida con confinamientos rígidos e imprudentes: primero se crea el problema y luego tratamos de resolverlo, realmente agravándolo.
El efecto combinado de estas políticas es una progresiva ampliación del perímetro de intervención pública, en detrimento del sistema económico y social privado. De hecho, las políticas fiscales ultra expansivas post-CoViD se sumaron a las monetarias, dando un nuevo impulso al aumento de los precios, porque contribuyeron a aumentar artificialmente la demanda justo cuando la oferta estaba siendo estrangulada por los confinamientos y el fenómeno llamado supply chain disruption, es decir, la fragmentación de las cadenas de producción y distribución cada vez más interconectadas, provocada por los bloqueos y, en los últimos cuatro meses, también por la guerra en Europa. La globalización económica de los últimos 30 años, junto con la innovación tecnológica y el envejecimiento demográfico, había favorecido la “gran moderación” de los precios al productor y al consumidor en las últimas décadas: una reducción de la globalización provocada por graves desestabilizaciones geopolíticas también contribuiría, por tanto, a empujar hacia arriba la tasa de inflación.
Como vemos, la responsabilidad de la inflación recae principalmente en las políticas monetarias y fiscales de los Estados, modernos “falsificadores” que manipulan el valor del dinero y lo redistribuyen según la lógica político-clientelar, distorsionando así las opciones de consumo, ahorro e inversión, alterando los ciclos económicos y financieros, provocando fases artificiales de auge seguidas de fases de caída, de recesión. La falsificación del Estado del poder adquisitivo del dinero es la vulnus más grave, ya que es transversal a todas las actividades económicas: un verdadero “impuesto”, no votado por ningún Parlamento, que produce transferencias de riqueza de los ahorradores a los deudores, al comprimir el valor real de la renta fija, en especial de los sueldos, salarios y pensiones, que se adaptan sólo de forma tardía y parcial a la pérdida del poder adquisitivo del dinero. A lo que los Gobiernos responden entonces otorgando más beneficios, aumentando aún más la demencial dependencia de los particulares respecto de las arcas públicas: el empobrecimiento generalizado de las clases medias va así de la mano con la ampliación del perímetro de los Estados y de los organismos supranacionales como la ONU, en una perspectiva que podríamos definir como “anti subsidiaria”, una especie de “socialismo liberal” del siglo XXI.
Fin de la primera parte. Continúa....