La Iglesia ahora necesita reconciliación, pero en la Verdad
El primer criterio para la elección del próximo Papa es comprobar que tiene sentido del cargo que va a asumir, sin protagonismos narcisistas y consciente de estar al servicio de la obediencia a la fe.

Con vistas al próximo Cónclave, publicamos una serie de artículos de fondo inspirados en el documento firmado por Demos II (redactado por un cardenal anónimo) que establecía las prioridades del próximo cónclave para reparar la confusión y la crisis creadas por el pontificado de Francisco.
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Doce años de un pontificado que se ha desarrollado en la plaza mediática, utilizando todos los canales de comunicación, desde breves directos en Facebook y TikTok, hasta la decisión de estar presente en el rodaje de una “docuficción”. La frontera entre el Papa virtual y el Papa real se ha disuelto sustancialmente año tras año, al igual que ha desaparecido la diferencia entre la voz que expresa la opinión personal del hombre vestido de blanco y la del sucesor de Pedro. Incluso ha desaparecido la perspectiva de la jerarquía de las verdades, tan proclamada durante años con el fin de relativizar enseñanzas importantes pero incómodas, y ahora desmembrada de facto por un “magisterio” que ha barajado las cartas, poniendo en el centro temas periféricos como la fraternidad humana o la “casa común”.
Los gestos de este pontificado, entre los más magnificados por los medios de comunicación —los zapatos negros en lugar de rojos, los diversos “buenas tardes” y “buen provecho”, las llamadas telefónicas directas a los personajes más improbables (pero ideológicamente bien alineados), desde Emma Bonino a Rita Pavone, desde Marco Pannella a Giorgio Napolitano, hasta la redacción del periódico deportivo italiano La Gazzetta dello Sport —han desmantelado de hecho la figura del Sumo Pontífice qua talis. El Papa que gusta al mundo mediático, ese mundo que ha moldeado de hecho “los gustos” y la sensibilidad incluso de muchas personas sencillas, no es ciertamente aquel que, inspirado por el Espíritu que viene de lo alto, convence al mundo “sobre el pecado, la justicia y el juicio” (Jn 16, 8); es, en cambio, el Papa que dice lo que el mundo quiere oír y calla lo que le molesta e irrita. Este pontificado ha provocado peligrosamente una comprensión gravemente insuficiente de la Iglesia católica, donde los valores filantrópicos han sustituido a la gracia sobrenatural, la (supuesta) bondad humana ha suplantado a la santidad, la complacencia con las modas artificiales ha superado a la aprobación divina.
Las declaraciones difusas, continuas y poco precisas del jefe visible de la Iglesia han provocado a lo largo de los años una comprensible desorientación entre los propios fieles y, en una parte nada desdeñable de ellos, incluso una aversión instintiva hacia él; aversión que los ha empujado hacia derivas con características marcadamente cismáticas y, a veces, incluso sedevacantistas. Es innegable que este pontificado, con sus declaraciones imprudentes y engañosas y la no menos preocupante ambigüedad de sus documentos, ha provocado una grave y amplia laceración interna en la Iglesia. Después de doce años de Francisco, los católicos están dramáticamente más divididos y la Iglesia cada vez más polarizada peligrosamente.
El próximo pontífice tendrá que afrontar necesariamente este cisma, porque ya ni siquiera es tan subterráneo; pero habrá que tener cuidado de que esta labor de reconciliación no se lleve a cabo a costa de la verdad. El perfil del nuevo pontífice deberá ser adecuado a la Cátedra de la Verdad en la que se sentará, es decir, deberá ser el de un hombre consciente de que solo la verdad, la bondad y la belleza tienen una capacidad real de unificación; un hombre que sepa construir con paciencia sobre cimientos sólidos, en lugar de buscar gratificaciones y aplausos inmediatos.
Habrá que guardarse de los perfiles complacientes, que pretenden alcanzar esta (supuesta) unificación dispensando favores a todos los solicitantes, sin ningún respeto por la verdad; perfiles que viven según la lógica de “París bien vale una misa”. Una tentación muy fuerte tras años de un pontificado sin autoridad debido a su alejamiento de la verdad, pero un pontificado al mismo tiempo muy autoritario y que ha llevado a muchos a la exasperación.
A este respecto, puede ser útil repasar el identikit del anticristo, tal y como lo esbozó el conocido teólogo ruso Vladimir Sergeevic Solov'ëv, es decir, el de un pacificador universal, capaz de satisfacer a cada uno según sus deseos y su sensibilidad: la fundación del museo de arqueología cristiana para los ortodoxos, la creación de un instituto para la libre investigación de la Sagrada Escritura para los protestantes, la reintegración del papa en la Sede romana para los católicos. Todo ello al módico precio del sacrificio de Jesucristo, Dios y único salvador del mundo. La posibilidad de que el cónclave se aglutine en torno a la figura de un candidato de carácter benévolo y conciliador, pero sin sentido de su deber primordial de confirmar a los hermanos en la fe, de custodiar la sagrada Tradición, de defender al pueblo de Dios de los ataques de los lobos vestidos de corderos, es todo menos remota. Caveat de ese candidato propenso a mercantilizar la verdad.
El primer criterio para la elección del candidato a la sucesión del bienaventurado Pedro será, por tanto, la verificación de que tiene sentido del cargo que va a asumir: 1. Protegiéndolo de la degradación que deriva de la continua exposición mediática, de enseñanzas aproximadas, así como de una personalidad centralizadora y narcisista; 2. Sabiendo que es verdaderamente el servus servorum Dei, no por una ostentada sencillez y humildad, sino por la conciencia de la gravedad de este cargo, que no lo sitúa como autoridad absoluta en la Iglesia, sino como verdadera autoridad suprema en cuanto totalmente relativa y obediente a la Palabra de Dios, transmitida en la Iglesia a través de las Escrituras y la Sagrada Tradición, auténticamente interpretadas por el sagrado Magisterio.
Habrá que verificar que él cree, en lo más profundo de su ser, lo que Benedicto XVI afirmó en el conocido pasaje de la homilía pronunciada con motivo de su toma de posesión de la Cátedra Romana, el 7 de mayo de 2005: “El poder de enseñar en la Iglesia implica un compromiso al servicio de la obediencia a la fe. El Papa no es un soberano absoluto, cuya voluntad y pensamiento son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y dilución, como frente a todo oportunismo”.
Solo si el próximo Papa será el primero en obedecer la integridad de la Palabra de Dios, se podrán recomponer las bases de la Iglesia, de aquellos que vincularán su obediencia a la obediencia del Vicario de Cristo, no a su personalidad excéntrica o a su ansia de “cambios de paradigmas”.
1. Continúa
"Retrato robot" del próximo Papa: Las notas de un cardenal
Dos años después del texto firmado por "Demos" (cuya identidad se supo más tarde que correspondía al cardenal Pell), sale a la luz un nuevo documento relacionado con aquel, y que define las siete prioridades del próximo cónclave para reparar la confusión y la crisis creadas por este Pontificado.
- L'identikit del prossimo Papa (I) II A profie of the next Pope (EN) II L'identité du prochain pape (F) II Identität des nächsten Papstes (D) II Identyfikacja następnego papieża (PL)