La fuerza del Evangelio
Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo (Lc 8,1)
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
(San Lucas 8,1-3)
Las decisiones tomadas por Jesús durante su misión terrenal van en dirección opuesta a lo que, humanamente hablando, le habría garantizado un mayor éxito. Los discípulos que le seguían eran en su mayoría hombres sencillos, sin títulos ni cargos públicos especiales. Las mujeres que estaban con él no tenían ninguna posibilidad de ser reconocidas como testigos oficiales ni en los tribunales judíos ni en los romanos. Sin embargo, a pesar de estas aparentes limitaciones, el Evangelio se difundió con fuerza. Esto hace aún más evidente que no se trataba de una obra humana, sino divina. El rabino Gamaliel, maestro de san Pablo antes de su conversión, lo intuyó cuando advirtió al Sanedrín que no obstaculizara a los cristianos: «Si esta actividad viene de Dios, no podréis detenerla; correríais el riesgo de luchar contra Dios mismo». ¿Eres consciente de que Dios puede actuar también a través de tus debilidades y tus límites (siempre que cumplas con tu deber)? ¿Cómo reaccionas cuando ves pocos frutos en tu compromiso cristiano: te desanimas o te pones con confianza en manos de Dios?