La Eucaristía, el verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María
“Ave verum Corpus natum de Maria Virgine” (Ave, o Cuerpo verdadero, nacido de la Virgen María), canta el famoso himno eucarístico que nos recuerda el vínculo entre el Hijo y la Madre. María, explicó Benedicto XVI, era el “tabernáculo” viviente de la “Eucaristía”. Y san Juan Pablo II recordó la unión inseparable entre la Encarnación y el misterio eucarístico. El “sí” de María garantiza que la fe cristiana no es un espiritualismo vacío, porque de Ella nace el Cuerpo que es nuestro Pan de vida.
El culto eucarístico llevó a la composición de miríadas de himnos, antífonas, motetes en honor a la Eucaristía. Los textos y la música han florecido a lo largo de la historia de la Iglesia, desde sus inicios hasta nuestros días. Uno de los textos más conocidos es sin duda Ave verum, que es conocido en famosas versiones musicales, pensemos a aquella famosísima de Wolfgang Amadeus Mozart. Pero muchos compositores han puesto música a este texto relativamente breve pero denso en su contenido: “Salve, verdadero cuerpo, nacido de la Virgen María, verdaderamente atormentado, inmolado, en la cruz por la humanidad, de cuyo costado abierto brotó agua y sangre; sé para nosotros un anticipo en el examen de la muerte. ¡Oh, dulce Jesús, oh Jesús piadoso, oh Jesús, hijo de María”.
El texto de origen tardío medieval, como se mencionó, ha sido comentado y musicalizado varias veces. Es notable esta conexión entre el Hijo y la Madre, conexión que se afirma al principio y al final de este texto. En el Ángelus del 25 de mayo de 2008, el Papa Benedicto XVI retomó precisamente este concepto:
«Queridos hermanos y hermanas, que la fiesta del Corpus Christi sea una ocasión para incrementar esta atención concreta a los hermanos, especialmente a los pobres. Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, cuya carne y sangre tomó el Hijo de Dios, como repetimos en un célebre himno eucarístico, al que pusieron música los más grandes compositores: “Ave verum corpus, natum de Maria Virgine”, y que concluye con la invocación: “O Iesu dulcis, o Iesu pie, o Iesu fili Mariae!”. María, que, al llevar en su seno a Jesús, fue el “sagrario” vivo de la Eucaristía, nos comunique su misma fe en el santo misterio del Cuerpo y la Sangre de su Hijo divino, para que sea verdaderamente el centro de nuestra vida».
Benedicto XVI también contó cómo este texto fue musicalizado por los más grandes compositores. Me gustaría mencionar un Ave verum para coro mixto y órgano que ha obtenido una merecida notoriedad entre los coros de todo el mundo, el del compositor inglés Colin Mawby (1936-2019), antiguo maestro de la Catedral de Westminster y que fue mi amigo por varios años. Desafortunadamente, dada la situación de la música sacra católica, Colin Mawby no es conocido ni interpretado como se merece, y habría mucho para elegir dado su vasto repertorio. Probablemente el Ave verum sea su pieza más conocida, con bellas armonías modernas, pero siempre cantable y con mucha atención al texto. Recuerdo haber hablado con él a menudo sobre esta pieza y cómo estaba casi “cansado” de ella, ya que parecía que había hecho solo ésta. En realidad, fue autor de muchísima música sacra. Recuerdo uno de nuestros encuentros en Macao, donde hablamos de su infancia y de su madre, a quien había perdido cuando era muy pequeño. En ese encuentro ya era viejo, pero el recuerdo de su madre lo hizo llorar. Quizás fue esta emoción la que inspiró la música de este texto en el que Hijo y Madre parecen entrelazarse entre el nacimiento y la Pasión.
San Juan Pablo II, en un Ángelus recitado en Sevilla el 13 de junio de 1993, dijo:
«Ave verum corpus natum de Maria Virgine! En esta hora del Ángelus, cuando el pueblo de Dios recuerda la Anunciación de la Virgen María y el misterio de la Encarnación, la fe y la piedad de la Iglesia se concentran hoy ante Cristo, Hijo de la Virgen María, luz de los pueblos, presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía ofrecido al Padre como víctima gloriosa de reconciliación en el sacrificio de la nueva y eterna alianza, y entregado a nosotros como pan de vida. San Juan ha querido unir en su evangelio la revelación del misterio eucarístico y la evocación de la Encarnación. Jesús es el pan vivo bajado del cielo para la vida del mundo (cf. Jn 6, 51). El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Esto nos lleva hasta la Anunciación cuando el ángel del Señor comunicó la gran nueva a María y, por su consentimiento libre y amoroso, ella concibió en su seno al Verbo, por obra del Espíritu Santo».
En el libro “Ipotesi su Maria” (Hipótesis sobre María), Vittorio Messori afirmó: «Con las incursiones que procedemos en estos capítulos, quisiera mostrar lo que he experimentado: sin la raíz de carne que es el cuerpo de esa Mujer, todo el misterio de la Encarnación acaba por perder la materialidad indispensable para convertirse en un espiritualismo evanescente, sermón del moralismo o, peor aún, en una peligrosa ideología». En resumen, ad Iesum per Mariam.