La carne de caballo, un tabú que hunde sus raíces en la historia
En el judaísmo, la carne de caballo se considera “impura”. Para los cristianos, sin embargo, las raíces de esta prohibición se remontan al siglo VIII, cuando Gregorio III, tras la victoria de Carlos Martel en la batalla de Poitiers, prohibió el consumo de carne de caballo. Su sucesor, el Papa Zacarías, confirmó la prohibición por razones relacionadas con los sacrificios paganos de los alemanes. Las huellas de esta aversión a la carne de caballo permanecen en muchas zonas cristianas.
Desde el punto de vista de la historia de la alimentación, los inicios del cristianismo están estrechamente entrelazados con el judaísmo y sus tradiciones. Los primeros cristianos eran judíos, por lo que es normal que respetaran las normas dietéticas con las que nacieron. Y para ellos, los animales comestibles se dividían en puros e impuros. Durante casi dos siglos, los animales impuros estuvieron ausentes de la mesa de los cristianos, pero entre finales del siglo II y principios del III d.C., la cuestión se relaja y los cristianos empiezan a comer carne que hasta entonces se consideraba “ilícita”, como la de cerdo. Sin embargo, quedaban dos grandes tabúes: la carne de animales inmolados para sacrificios y la carne de caballo.
Los primeros siglos cristianos son también tiempos de intensas conversiones de paganos al cristianismo. Estos tienen la costumbre de realizar sacrificios de animales para pedir la ayuda de los dioses en diversos aspectos de la vida cotidiana: sequía, guerra, salud, desgracias, desastres naturales, etc. Entre ellos existe la costumbre de comer la carne de los animales inmolados en sacrificio: de hecho es un “negocio” de los propios templos, que venden esta carne al pueblo.
Sobre la carne inmolada a los ídolos, San Pablo se expresa así en la Primera Carta a los Corintios: “…sabemos que no hay ningún ídolo en el mundo y que sólo hay un Dios”. (1 Corintios 8,4). Y más tarde continúa:
«”Todo es lícito”, mas no todo es conveniente. “Todo es lícito”, mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia; pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. Si un infiel os invita y vosotros aceptáis, comed todo lo que os presente sin plantearos cuestiones de conciencia. Pero si alguien os dice: “Esto ha sido ofrecido en sacrificio”, no lo comáis, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena? Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias?» (1 Corintios 10,23-30).
Sensible a las conversiones, Pablo exhorta a una apertura de espíritu respecto a la alimentación: “Acoged bien al que es débil en la fe, sin discutir opiniones. Uno cree poder comer de todo, mientras el débil no come más que verduras. El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco juzgue al que come, pues Dios le ha acogido”. “Bien sé, y estoy persuadido de ello en el Señor Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro, para ése si lo hay. Ahora bien, si por un alimento tu hermano se entristece, tú no procedes ya según la caridad. ¡Que por tu comida no destruyas a aquel por quien murió Cristo! Por tanto, no expongáis a la maledicencia vuestro privilegio. Que el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo”. (Romanos 14,1-3.14-17).
Ya hemos dicho que otro alimento tabú es la carne de caballo. Para el judaísmo (y por otro lado también para el Islam) la carne de caballo se considera un alimento “impuro”. Sin embargo, para los cristianos, las raíces de esta prohibición se remontan a la historia. En el siglo VIII (concretamente en el año 732), Carlos Martel (690 aprox. - 741) y sus caballeros francos, todos ellos a caballo, frenaron heroicamente el expansionismo musulmán en los alrededores de la ciudad francesa de Poitiers. La batalla tiene lugar en una región entre Tours y Poitiers, por lo que a veces se denomina Batalla de Poitiers, y a veces Batalla de Tours. La aplastante victoria hizo un gran servicio al líder franco, alabado por todos como el salvador de la cristiandad, el “martillo que rompió a los musulmanes” (de ahí el apodo). Gracias a esta victoria, Carlos Martel abrió un camino hacia el imperio para su familia: de hecho, Carlomagno, el primer emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, coronado en el año 800, era su sobrino.
Volviendo a la batalla de Poitiers, Matthew Bennett escribe en su libro Fighting Techniques of the Medieval World: “Pocas batallas se recuerdan 1000 años después de haberse librado [...] pero la batalla de Tours es una excepción [...] Carlos Martel hizo retroceder un avance musulmán que podría haber conquistado la Galia, si se le hubiera permitido continuar”.
El papa Gregorio III (Siria, 690 - Roma, 741), agradecido a Carlos por su victoria sobre los musulmanes, observó que los cuadrúpedos eran demasiado valiosos para ser sacrificados trivialmente, por lo que puso fin al consumo de carne de caballo con una epístola. Zacarías, que le sucedió en el trono papal, arremetió con más fuerza contra el consumo de carne de caballo. Su verdadera motivación era discriminar a los invasores alemanes que comían carne inmolada para el culto a Odín. El sacrificio pagano se convirtió así en la verdadera razón de la prohibición de alimentos.
También en el siglo VIII, San Bonifacio (c. 680 - Dokkum, 5 de junio de 754), obispo de Maguncia, monje benedictino anglosajón, misionero en Hesse y Turingia, y considerado el apóstol de Alemania, se horrorizó al ver los banquetes a base de carne de caballo perpetrados por los alemanes. No dudó en utilizar los sermones para convencer a las poblaciones locales de la nobleza y la utilidad del caballo y de su papel de acompañante del hombre en la vida cotidiana, logrando así convencer a las masas de que renunciaran a este alimento. Todavía quedan vestigios de esta aversión a la carne de caballo en muchas zonas cristianas que consideran al caballo “impuro” o “abominable” desde el punto de vista religioso, coincidiendo así inconscientemente con el Islam y el judaísmo.
Hay que decir, sin embargo, que la Iglesia reconsideró “lícito” el consumo de carne de caballo en la época de la Retirada de Rusia (1942-1943), cuando los hombres agotados por el hambre y el frío no tuvieron más remedio que comer sus caballos.
Hoy en día, hay carniceros especializados en la venta de carne de caballo, hay mataderos que sacrifican a estos nobles animales y gente que los come. Hay padres que alimentan a sus hijos pequeños con carne de caballo, que se considera más rica en proteínas que otras carnes. Pero recordemos que el caballo también es un animal de compañía y no sólo: en la Edad Media era un amigo y un “confidente”, un animal capaz de vivir en simbiosis con el hombre. Al igual que el perro, fiel y leal, el caballo no debería, bajo mi punto de vista, ser utilizado como alimento. Razón por la cual hoy tampoco se propone una receta que acompañe al artículo. Lo compensaremos la próxima semana, cuando iniciemos un nuevo ciclo de artículos dedicado a las recetas de las regiones de origen de los grandes santos de la Iglesia católica. Hasta entonces, intentemos ver al caballo con otros ojos: una verdadera maravilla de la naturaleza y no un alimento para poner en el plato.